En Matanzas hay un pequeño pueblo llamado Manguito, allí vivía un hermano de mi abuela. Su casa comunicaba a través del patio con otra casa que era de alguien de la familia, no recuerdo los detalles ni tampoco por qué no vivía nadie allí.
Esa casa "abandonada" la recuerdo grande, tal vez porque la miraba desde mi estatura de niña. Tenía techos altos de madera y unas cortinas blancas por donde se filtraba la luz que dejaba ver las sombras de las ventanas proyectadas en el piso y el polvo. También había un piano medio roto. A los niños nos gustaba jugar allí, había un encanto en aquel lugar ruinoso de olores antiguos.
Otro recuerdo menos alejado en el tiempo y muy inspirador fue ver a través de la ventana rota de un edificio abandonado del Vedado una enorme luna llena. Hay cierta belleza en lo desolado, en el esplendor decaído.
Una vez leí una definición de Baudelaire acerca de lo que para él era la Belleza : "Es algo al mismo tiempo ardiente y triste...no puedo imaginar ninguna forma de Belleza donde la Tristeza no sea uno de sus componentes".
Entonces comprendí que si miro la ciudad con los ojos del poeta puedo coincidir con Baudelaire. Pero si lo ruinoso atraviesa nuestras vidas y los lugares queridos se desploman, si los parques de la infancia ya no pueden ser heredados por nuestros hijos y los viejos se han quedado solos alumbrados por esa luz mortecina tan de las casas cubanas de hoy. Cuando el país es Abandono entonces sólo sientes una profunda tristeza. Sin belleza.