I: La casa
Hicimos la exposición en Avellaneda 112, una casa colonial en la ciudad de Camagüey, espacio excepcional, tristemente postergado, rico en memorias....
En un pequeño escrito de Lester Álvarez para la web de Anima[1], se dice que “allí vivió Concepción Agramonte y Bouza, patriota de ilustre familia que puso su fortuna al servicio de la independencia, participó en la primera asamblea constituyente de Cuba: la Asamblea de Guáimaro, y estuvo ella misma en los campos de batalla durante la Guerra de 1868. Sobrevivió a la contienda, y en la de 1895 participaron sus hijos, tres de los cuales murieron en ella”. Más tarde la casa se convirtió en conservatorio de música, cuya celebridad todavía se recuerda. En él tuvieron lugar los conciertos más importantes de la ciudad en la época, con músicos de renombre internacional, como Arthur Rubinstein.
Si bien de la primera etapa sobrevive muy poco, a partir de aquí resulta más fácil rastrear su historia —explica Lester—, pues la casa sigue perteneciendo a la misma familia del fundador de esta escuela: Luis Felipe Aguirre D'Orio. Actualmente vive allí su nieto, el artista plástico Louis Arturo Aguirre, quien, a pesar de heredar la vivienda con un alto grado de deterioro y muchos de sus tesoros desaparecidos[2], la ha convertido, de modo natural y espontáneo, en un espacio colaborativo, independiente e informal, para la creación artística y el intercambio entre amigos.
Los actos y decisiones de todos resuenan demasiado —también a través del tiempo—, creando o condicionando experiencias por venir. Sus significados escapan a la voluntad de sus agentes. ¿Cómo entender entonces algo como la libertad? ¿Cómo se conforman nuestras posibilidades, el marco de nuestras existencias? ¿Cuáles son el alcance y los límites de nuestros esfuerzos? Los artistas que estuvieron en Voluntades ajenas son próximos a la casa. En alguna medida todos la han habitado.
II: Artistas y obras
Uhina (“ola” u “onda” en idioma euskera), de Lester Álvarez, es una obra estrictamente sensorial que repercute en esta vivencia del “tierra adentro” que padecemos algunos camagüeyanos, al menos en el marco de esta exposición, al menos para mí... Nuestra ciudad, fundada en el siglo XVI como el resto de las primera villas cubanas cerca de territorio costero, se vio obligada a trasladarse luego hacia el centro de la región y hoy es posiblemente la ciudad cabecera más alejada del mar en esta isla alargada y angosta; lo cual, junto a un entramado urbano de ascendencia medieval, apretado, confuso e igualmente estrecho, provoca, al menos en esta servidora, una franca sensación de claustrofobia. Uhina se inspira en la obra “Untitled (Warm Water)”, de Félix González Torres y conecta además con el paisaje marítimo de San Sebastián (España) donde Lester estuvo viviendo en la época en que la creó. Es una película de 16mm pintada manualmente y digitalizada, cuyo sonido se obtuvo por escaneado con un lector óptico sobre la imagen pintada. Tiene una duración de tres minutos aproximadamente y fue realizada en 2020. En esta técnica el artista encontró un nuevo potencial que seguirá implementando en otro ambicioso proyecto: una película titulada “El viaje de Salazar”.
Sospecho que los fantasmas y obsesiones que colman la obra de Louis Arturo Aguirre provienen en buena medida del espacio y los objetos con los que convive. De ellos parece alimentarse prácticamente toda su creación. Las seis pinturas incluidas en Voluntades ajenas, de muy pequeño formato, son las primeras de una serie en proceso realizada sobre antiguas fotografías en soporte metálico encontradas hace poco y por azar entre el revoltijo de recuerdos que lo rodea cotidianamente. En ellas intenta rescatar y también reinventar, desde su ya característica visión entre infantil y perversa de las cosas, las borrosas imágenes que contienen, muchas de ellas alusivas al pasado musical de su familia y de su casa. Algo similar ocurre con sus artefactos híbridos y residuales, personajes igualmente modificados, intervenidos o (re)elaborados con la materia prima que ella le da. Estos, además de existir como piezas autónomas, vienen siendo concebidos para figurar en una futura película que explícitamente tiene a la casa, ya personificada, como protagonista.
Juan Pablo Estrada, aunque ahora vive en La Habana, no ha dejado de ser un habitual de este lugar que, por eso mismo, aparece en muchas de sus fotos. No obstante, he de confesar que, después de hablarle de la muestra e invitarlo a participar, la selección de fotos que recibí como propuesta no era lo que había previsto. Frescas y atractivas, como suelen ser siempre las fotos de Juan Pablo, estas también me gustaron desde que las vi, pero de pronto me desconcertó el protagonismo desfachatado de Louis Arturo y Abraham (otro habitual) en muchas de ellas y lo aparentemente gratuito y descuidado de algunas. Por algún motivo pensé que las fotos serían más discretas, descriptivas, que tratarían del espacio más que de los “personajes”; y estas, de aspecto casero y poco profesional, no parecían corresponderse con la idea que yo, superficialmente tal vez, me había formado de las fotos de Juan Pablo. Pero él, que apenas habla de lo que hace y, celoso de su intuición y su espontaneidad creativa, evita racionalizar y discursar de más sobre su trabajo, siempre ha tenido, tal vez por ello, esa facilidad para sorprender sin proponérselo. Cuando vi las fotos por segunda vez, entendí, y reconocí en ellas otro tipo de fineza. El conjunto tenía cierto aire narrativo y reflejaba un espacio no físico, sino vital. Y me encantó la manera en que esta serie de 16 imágenes para las que Juan Pablo prefirió dimensiones modestas comprendía algunas de una belleza casi lírica junto a otras de aspecto corriente o imperfecto sin abandonar su típico desenfado, que no les resta profundidad, y un sentido del humor que no se limita a la imagen chistosa ni se regodea en el cinismo contemporáneo, sino que mira la realidad con optimismo y afecto. Quizás por eso la obra de Juan Pablo me resulta siempre tan gratificante. Luego supe que las fotos habían sido hechas con una cámara de segunda mano, muy simple y gastada, que alguien le regaló y que solo estuvo usando, por cortesía y entretenimiento, durante unos pocos días, y entonces mi fascinación fue todavía mayor. Con sus visiones distorsionadas por un efecto de ojo de pez y su atmósfera de madrugadas, la serie muestra la reunión de los amigos que marca la vida nocturna de la casa: dinámicas que escapan de su espacio físico y se derraman por la ciudad proyectando una especie de cotidianidad enrarecida. Su título es Tour.
Luis Alberto Mariño (compositor) declara que su pieza sonora Romper es fácil establece una confrontación simbólica entre dos tradiciones opuestas: la del rupturismo característico del pasado siglo y la de la creencia en la preservación del legado espiritual. Su nombre reacciona directamente contra el extravagante título de una obra sinfónica de Leo Brower llamada La tradición se rompe, pero cuesta trabajo. En el audio se escuchan momentos de la chelista cubana Anette Antúnez estudiando la Gavotte I de la Suite VI para violonchelo solo, de Johan Sebastián Bach, especialmente sus equivocaciones, repeticiones, finales y comienzos, en diálogo fragmentario con el ruido propio de una grabación informal, el cual también ha sido manipulado. “El hecho de procesar el ruido en una escala de transformaciones temporales y construir con esos bloques de sonido un simulacro del propio fragmento de la Gavotte I —dice Luis Alberto— remite a esa imposibilidad a la que se enfrenta mucho de lo creado en la contemporaneidad: la imposibilidad de construir. La obra habita ese lugar sin proponer una solución conciliadora.” La pieza tiene una duración de tres minutos y medio, y parte de una reflexión, a propósito del antiguo conservatorio, sobre los procesos de aniquilación material y simbólica de la tradición y el esfuerzo por construir de nuevo sobre lo que se destruyó.
Entre estas obras existe una curiosa afinidad en el ámbito de la relación con la base material de la que proceden. Exhiben la objetualidad de la lente, del pigmento, del celuloide; la de las cosas donde se alojan el tiempo y los recuerdos; la del cuerpo que se entrena en dominar un sonido, una técnica, un instrumento; o la del artefacto que registra tanto la “música” como el ruido. Insinúan la estructura interna de la obra de arte; la presencia, la invención, el trabajo, el juego del artista que manipula y exprime la materia prima de su creación. Son obras que miran hacia algo previo, humilde, elemental… ya sea una sensorialidad o un sentimiento o una sospecha… y aún así algunas alcanzan la sofisticación. Conectan con la casa en la que se hospedan situándose en la brecha entre la pérdida y la recuperación.
[1] Colectivo para la creación y la investigación en torno a los procesos de la memoria en Cuba.
[2] Al ser intervenido después del '59, tanto sus pianos de estudio como los de concierto, por ejemplo, fueron decomisados y trasladados a la nueva escuela de música creada por las autoridades en lo que es hoy la Academia de Ballet, Teatro y Artes Plásticas Vicentina de la Torre. Con el paso del tiempo y la adquisición de nuevos pianos donados por la URSS, los antiguos pianos del conservatorio fueron desechados y se deterioraron. Eventualmente serían desarmados para la futura reutilización de algunas piezas en la reparación de los otros instrumentos. Esto me contó Adolfo Arregoitía, reparador y afinador de pianos durante décadas en Camagüey.