La curadora
Entre las curadoras de arte del país, la camagüeyana Isel Arango va imponiendo, muy despaciosamente, un estilo. Señalo el género porque me parece importante para entender su forma de concebir la curaduría: más que la obra señera o la serie contundente, ella prefiere lo que está naciendo o en proceso; y por encima del autor único, el coro de amigos dedicado al arte. Sus curadurías suelen prescindir también de los ritos de presentación, y hasta de pies de obras y catálogos, en una invitación a lo creado como hecho, no como producto.
Esta óptica femenina o incluso maternal tiene en estos días una realización curiosa y definitiva en la exposición Voluntades ajenas, que el Grupo Ánima presenta en estos días en la casa del artista Louis Arturo Aguirre en la calle Avellaneda de Camagüey. Por las limitaciones de la pandemia, se entra a la espaciosa casa en grupos muy pequeños de invitados, y se accede a las salas y las obras sin ninguna ceremonia, solo con el catálogo que orienta a los más despiertos. Cuatro artistas amigos exhiben ahí un video ("Onda", de Lester Álvarez), una pieza de sonoridad concreta ("Romper es fácil", de Luis Alberto Mariño), fotos ("Tour", de Juan Pablo Estrada) y un conjunto de pinturas de pequeñísimo formato del actual dueño de la casona. Pocas veces se intenta una variedad tan amplia de formas y formatos en una sola exposición, pero además en este caso una coherencia las reúne: los tres artistas invitados han visitado la casa, han visto nutrirse su obra ahí y ahora la exhiben en una comunión de intenciones.
La casona
La casona Aguirre, mansión del arte en Camagüey, sigue generando creación en socialidad, durante tres generaciones sucesivas: la del pianista y profesor Louis Aguirre d´Orio, que dirigía ahí su propio conservatorio de música, uno de los dos de la ciudad, hasta que fue eliminado, con robo de sus propiedades, por los actuales gobernantes; la de Louis Franz Aguirre Rovira, el nombre mayor de la música cubana de concierto, actualmente exiliado en Dinamarca, que creó y enseñó en esa casa durante los años noventa, y que dirigió la orquesta sinfónica provincial y organizó el Festival Internacional de Música Contemporánea de Camagüey; y ahora su hijo Louis Arturo, pintor y videasta que sigue la tradición familiar de socializar con los creadores. Si D´Orio era amigo de Ballagas y Piñera, y Louis Franz y yo formábamos un dúo para la creación operística, Louis Arturo recibe a sus amigos con sencillez y desenfado, y con esta expo demuestra que puede hacer mucho como promotor de cultura.
La casona aristocrática se cae a pedazos, está invadida de vegetación casi como una ruina, pero es ese, precisamente, el ambiente que interesa a este artista y sus compañeros como fuente de imágenes. Con habitaciones sin techo, goteras en los que quedan, y desastres por cualquier esquina, la casona resulta real, productiva, inseparable de los que la visitamos. Como el arte en medio del panorama apocalíptico contemporáneo, y en especial de la agonía cubana, la casona resiste.
El video, las fotos, el sonido: condición de lo insistente
Ahí están las pruebas: Lester y Luis Alberto están exiliados, y Juan Pablo hace fotos en su insilio habanero. El video del primero y la pieza concreta del compositor apuntan a esa condición de lo insistente que no acaba de conformarse, a la dificultad de alcanzar la realidad o la obra en el pleno poder de su misterio. Las fotos se atienen al humor, a la ironía de los amigos artistas, payasos sublimes, y de la ciudad que prolonga el desplome de la casona incluso si se maquilla para los turistas: es una realidad mareada, también incompleta, aunque nunca desechable, como si estuviera consciente de un esplendor que le pertenece y está a punto de estallar.
Las miniaturas
El conjunto de pinturas de muy pequeño formato de Louis Arturo parten de viejos daguerrotipos encontrados en la casa, pero el autor ha variado esos retratos o paisajes y los ha convertido en presencias misteriosas, a través de unas pinceladas que eluden cualquier calidad o valor reconocible para entregarnos una atmósfera de revelación, algo que escapa y está ahí, que define unas verdades difíciles y casi agotadoras, encerradas en unos pedacitos de madera instalados con poca luz en una pared desteñida. Notable, porque hasta ahora el joven se decidía por formatos mucho mayores con temas de violencia crudelísima. La serie, nos informa, apenas comienza, como también solo se esboza el filme de ficción que Arturo prepara con la casa como personaje maternal, con figuras que se mueven en esa bivalencia de lo real y lo verdadero, más acá del surrealismo. De los majestuosos pianos de cola de D´Orio al violín intenso y fértil de Louis Franz, la familia parece ingresar ahora, en la tragedia del desplome y la miseria, en unas indagaciones abisales, perfiladas, agradecibles.
Adentro el arte, en la reunión, reunía lo que no puede ser separado
Ahí estaban el viernes por la tarde algunos amigos, con el dueño de la casa, su novia y la curadora, viviendo esas obras en exhibición, sin ruido, sin alarde de exégesis, en una apertura a las gracias fraternales y a la visión del arte como alimento suficiente. Afuera, las enfermedades físicas y morales, el viejo sentado frente a la puerta de la casa mirando no sé qué, como en una foto de Juan Pablo. Pasan los enmascarados de la pandemia, los del socialismo, los escasos autos que recorren la calle de Tula, como si la Perla de Occidente hubiese sido partida en dos y macerada hasta el polvo. Pero adentro el arte, en la reunión, reunía. Reunía lo que no puede ser separado. Adentro el alma vive en su paz natural, viendo los enigmas de la existencia con una inesperada valentía. Resistimos, sin saber cómo, sin necesidad de saberlo. Aquí estamos sin poder imaginar por qué. O quién sabe, como diría Eliseo Diego: a esa hora unos músicos desconocidos interpretaban, en Nueva York, la ópera oratorio Ebbó, de Louis Franz, escrita en la casona más de veinte años antes.
Me senté en el banco de pron de Louis Arturo a ver si recuperaba algo.
Regresar al inicio