Con los sueños amoratados por la pérdida, en una trampa caímos. Se habían roto los muros hacia adentro y entramos en el redil, como mansas ovejas. Ante nuestros ojos, el verde se llenaba de espinas, mientras el horizonte exprimía el laberinto del porvenir. El mar era una loba ciega, y no clavamos las tablas, no las juntamos. De la playa huimos hacia lo más hondo, a una cueva, al tazón de la memoria.
Las criaturas de la noche amamantaron nuestros cuerpos escuálidos y fuimos abundancia de trigo en mitad del desierto. El hastío fue apagando el pálpito en la garganta, en el moho de los sótanos. Éramos el azogue de otras entrañas, parlamento sucio, reescritura de algún grito que amortiguó el aliento de nuestros padres. Nos pusieron en bandeja de plata el trazo de las hormigas. Las piedras, el polvo de su fin estaba ya nombrado.
El siglo se adentraba en la Sombra, con el filo de lo desconocido rasgamos la bestia de la infancia. Bien pronto los huesos y los ojos y el gesto ardieron bajo la inmensidad del miedo. La verdad se nos encimaba: el sueño no salva del abismo, no coloca con firmeza los ladrillos abandonados sobre el fango de la esperanza.
Vimos nacer la trampa antes que nuestro arrojo. Bajo la piel de ovejas huimos a la incertidumbre que deja la desnudez sobre la sal. ¿Qué nos reprochan, de traer apiñada toda la culpa como un trozo de caña negra entre las muelas? Comprado hemos la angustia a un precio insignificante. Se nos cayó en un círculo de palabras que hervían el vacío; un círculo más limpio dibujaba la luna, y a él no entramos.
Íbamos a ser niños, para llorar, llorar sin causa, sin un mar que beber, sin un espejo por el que naufragar en busca de equilibrio. Manantial sin costados, sin dársenas, sin Ítaca, sin espuma y sin peces, corriente mudosolonegra. Un río sin historia con que atarse a la tierra.
Llorar palmas, islas, astros como helechos, caballos blancos aguijados por el tábano, venas abiertas, catedrales. Pero todo nos lo robaron. Ni el arco de la aurora nos cubrió de esa pérdida.
Una salamandra cruza ahora la quietud. En lo más alto ondea la estrella fragmentada de nuestros cuerpos. Tuvimos que escoger el borde del abismo.
Morir, esperar. Espuma adentro.