He colocado una margarita en el balcón.
La he sembrado con los terrones que hurté
a mis sueños mordisqueados,
sin ojos y sin alas.
No llueve, hace tanto que no llueve
que el polvo se ha hecho un charco de sudor
sobre los árboles.
Pero la he colocado
para que cante a la lluvia,
la invoque en una danza antigua
que aprendió de mis manos aún húmedas.
El calor comienza a derretirla.
Es inmenso el calor de este mediodía que no acaba.
Me derrito junto a la margarita.
Lanza sus pétalos sobre el mosaico ardiente.
Como una gota
yo me deslizo por el tallo deshuesado,
pero todavía blanco.
Como una lágrima
me uno a su raíz.
El sol negro de esta isla
no nos secará.
(A Aimée González y Emilio Ballesteros)