En el futuro, las corrientes sociológicas que estudian el hecho literario en Cuba tendrán que desentrañar el misterioso apego de los escritores nacidos en la llanura camagüeyana —e incluyo aquí a Ciego de Ávila y Las Tunas— al terruño que los vio nacer. Tal es así, que un grupo de ellos inventó la poesía de la tierra, mientras que otros se declaran sempiternos cucalambeanos. En medio de este heimat, en esa especie de ciudad estado que es Camagüey, vive y escribe Pedro Armando Junco, a quien muchos reconocen en la calle como el autor del best seller local La furia de los vientos (Ediciones Unión, 1989), vademécum de lo sucedido durante el ciclón de 1932 en la costa sur de la provincia agramontina.
Pero Junco, o “El profe”, como le dicen varios coterráneos, es autor de un librito titulado Crónicas de un pueblo pequeño (Editorial Ácana, 2015), en el que opera una curiosa paradoja: más que el poblado camagüeyano donde tienen lugar las historias, pareciera que el pueblo pequeño es en realidad Cuba. Fue entonces que descubrí, siguiendo el orden de mis lecturas de sus libros, la vocación de este peculiar cronista que narra la tragedia y la comedia cubanas cuidando no acercarse demasiado al centro tórrido de la historia o la poesía, sino bordeando, como en un bojeo, el testimonio de la isla.
Junco nunca es Junco, sino los otros que lo habitan, que emprenden un viaje como el de los 36 hombres a bordo (Editorial Ácana, 2015) hacia el escritorio de su casa, en la Plaza de Santa Ana, donde su compromiso con la verdad tira del ancla de la literatura para contarnos una novela histórica como si se tratara de unas Confesiones eróticas de la tía Nora (Neo Club Ediciones, 2017) o del costumbrismo impresionista de las Muchachas en Río Blanco (Puente a la Vista Ediciones, 2019). Un compromiso que excede las páginas de sus libros y se actualiza en su blog, en su periodismo, en sus redes sociales y en sus conversaciones cotidianas, en las que destaca como polemista por sus originales criterios.
Hace poco más de un año esta condición de hombre sincero le valió la enemistad definitiva del régimen cubano, cuando predijo, con asombrosa exactitud, los descalabros que más tarde se encargaría de realizar el dictador Díaz-Canel. Expulsado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), censurado en todo espacio de la oficialidad, a sus casi 74 años trabaja como un obrero infatigable en su hogar, adonde arriban los más jóvenes a escucharle sus relatos. En una de esas charlas aproveché para hacerle estas preguntas.
Prácticamente todos sus libros publicados nos ofrecen un desdoblamiento del autor en sus narradores. Usted nunca es, al menos no del todo, eso que llaman omnisciente. Los sobrevivientes del ciclón del ‘32 testimonian La furia de los vientos; el cuentero Manolo cuenta las Crónicas de un pueblo pequeño; su amigo Rafael Cardoso le regala la visión marina de los 36 hombres a bordo; las Confesiones eróticas de la tía Nora son, bueno, de esa especie de epítome de la mujer republicana; mientras que Muchachas en Río Blanco es la memoria de sus padres. ¿Narrador escondido? ¿Cuánto hay del autor Pedro Armando Junco en sus novelas, cuánto de los otros?
Todo lo que escribo lleva mi sello personal, mi carácter, aún cuando tengo que interpretar un personaje negativo en la narración. Es muy difícil escapar de eso. Pero en Muchachas en Río Blanco soy el narrador omnisciente aún cuando dentro del marco de la ficción expongo las historias y el carácter de mi padre y el mío propio.
En La furia de los vientos, por ser un testimonio trágico de primera mano —y creo que a eso más que a valores literarios ha tenido el alcance que nunca imaginé— me sirvió también para intercalar mi manera de pensar, mis criterios, mediante disímiles formas de exponer, ya fuera una nota a pie de página, la opinión diferente a otro “testimoniante” ante un mismo hecho, o mi entrada directa al texto para refutar algo en lo que no estaba de acuerdo. Claro que por el libro contar con tres cierres —debido a diferentes reediciones ampliadas— en cada uno de ellos tomé la voz de un sobreviviente y hablé yo para terminar arriba el relato.
36 hombres a bordo recoge vivencias reales de un excelente contador de historias que trabajó varios años en la flota pesquera cubana y me deleitaba escuchándolo, hasta que deseché la idea de escribir otro testimonio sobre el mar y di rienda suelta a la imaginación. Así creé el personaje narrador y la muchacha de la historia, con gran similitud a una relación de amor verídica con sus reminiscencias, muy cercana a lo que allí se cuenta.
Crónicas de un pueblo pequeño es mi relajamiento total, mi liberación de prejuicios literarios ante esa moralidad que muchas veces nos priva de ser y decir como realmente somos y pensamos. Quizás haya tenido la influencia en Pedro Juan Gutiérrez o Reinaldo Arenas, pero no a los extremos; y es otro testimonio en esencia. Todo lo que cuento allí es real. Como sentí escrúpulos al referir cuestiones tan íntimas a careta quitada y poco éticas para la sociedad y las religiones en que vivimos, acudí a un narrador ficticio que cargara la culpa a los señalamientos del lector sobre esas aventuras juveniles. El escritor pasa, pero los libros quedan; y todos quisiéramos ser recordados positivamente. Sin embargo, no me arrepiento de haberlo publicado y reeditado ya por segunda ocasión. Hasta hoy, todo el que lo lee, incluyendo a personas de mucho respeto, me sueltan las carcajadas que le produjo.
Confesiones eróticas de la tía Nora es una ficción basada en personajes reales, con escenas verídicas, salvo algunos deslices de mi creatividad para darle vuelo novelesco. Pero Nora existió —con otro nombre, claro— y son ciertas todas esas relaciones amorosas, incluyendo la del presidente Carlos Prío. También es real el narrador de esa historia, sobrino suyo y amigo y vecino mío. No quiero pasar por alto asegurar que aquí en Cuba jamás la habrían publicado. Sin embargo, no hice más que llegar a Miami, llamar a la editorial Neo Club Ediciones, y antes del mes ya tenía el libro en mis manos. Lo mismo sucedió al año siguiente con Muchachas en Río Blanco.
En sus escritos salta a la vista un denominador común: el mar, casi más como reminiscencia que como presencia. Condena del hombre de mar que vive en una ciudad de tierra. Sin embargo, son las personas y no el ciclón —fenómeno marítimo— el centro de La furia…; de 36 hombres… importan más los hombres. Podríamos hablar de un humanismo telúrico. ¿Qué le preocupa del ser humano actual, y específicamente del cubano? ¿Cree que todo lo que acontece en la vida de las personas es testimoniable?
Pienso que sí. Cada persona va escribiendo una novela a lo largo de su vida y, créeme, las hay muy interesantes. Tomar algunas de ellas, como pinchar en una bandeja llena de aceitunas, es lo que hacemos los escritores. La verosimilitud es indispensable para que la gente inteligente lo considere real. Alguien, ya fallecido, me dijo una vez que el protagonista de La furia de los vientos es el ciclón. Puede que lo sea bajo un análisis literario. El mar está presente igual que el cielo. ¿Qué cubano no conoce el mar y se ha revolcado en sus aguas? Pero hasta allí. Porque el protagonismo del ciclón el día de esa tragedia fue diabólico, mientras que el de mis testimoniantes resultó heroico. ¿A quién otorgarle la medalla? Durante los dos años que dediqué a esas investigaciones, mediante entrevistas directas a los pocos sobrevivientes que ya quedaban —habían transcurrido cincuenta y dos años del desastre— sentí tan profundo el impacto de sus narraciones que, al escribirlas en mi casa, hubo capítulos bañados de lágrimas. Mi hija Marieta tenía 5 años solamente cuando me tocó llevar al papel en mi vieja Remington la historia de Olegario y sus cuatro hijos; y la escribí a lágrima viva, porque aquel niño de esa edad que se agarraba mudo y desesperado del cuello de su padre, sin gritar siquiera por el espanto y que tras el aturdimiento de su padre por un golpe recibido en el batallar con las aguas, según su testimonio, fue arrebatado por el mar, sentí que era mi niña; y todavía, cuando he leído en público o frente a cámaras ese relato, se me hace un nudo en la garganta. Puedo asegurarte que, a pesar de haber nacido 15 años después del fatídico huracán, el ciclón de Santa Cruz del Sur 1932 —cuando a los huracanes no se les bautizaba con un nombre— lo viví yo en muchos sitios diferentes.
Yo escribí historias de sobrevivientes. ¿Cómo habrían sido las narradas por las víctimas?
Ese conocimiento de la ferocidad del mar me lleva hoy a una tragedia mayor que está por escribirse: las decenas de miles de cubanos que han perdido la vida entre las aguas del Estrecho y del Mar Caribe, intentando escapar de la pesadilla cubana. Tú dices humanismo telúrico. ¿Y puede existir una motivación más estremecedora que situara nuestro espíritu en la agonía terminal de cada una de esas personas? Yo escribí historias de sobrevivientes. ¿Cómo habrían sido las narradas por las víctimas?
Por eso, si fuera posible dejar escrito para las futuras generaciones la salvaje odisea de los que han muerto ahogados en su intento por escapar de Cuba, se necesitarían muchas bibliotecas para recoger los libros que pueden redactarse sobre la mayor de las tragedias de la nación cubana.
Hablando de mar y tierra, ¿qué lo retiene en el archipiélago de Cuba, cuando la mayor parte de los intelectuales cubanos ha llevado a cabo un exilio sucesivo durante décadas?
¡El misterio de la patria! Lo digo en mi poema homónimo. Y, luego de la experiencia de muchos viajes a los Estados Unidos, donde todo funciona y hay múltiples prerrogativas para vivir y ascender, descubrí que existen dos tipos diferentes de riquezas: la material y la espiritual. Es por eso que los cubanos de la diáspora, en su mayoría, a pesar de gozar una vida desahogada y libre, carecen de felicidad plena y continúan añorando a la Cuba que los vio nacer.
Sus dos últimas novelas, Crónicas… y Muchachas… fueron publicadas por Neo Club Ediciones y Puente a la Vista Ediciones, respectivamente. ¿Cómo fue su experiencia con estas editoriales de Miami? Sobre todo, para un escritor de provincia, habituado durante años a las colas para publicar, la censura y las carencias, ¿qué significaron estas publicaciones, cómo incidió en su literatura?
Publicar en Cuba está condicionado siempre a la política.
Publicar en Cuba está condicionado siempre a la política. Es casi un milagro que mi primera publicación, totalmente apolítica, ganara un premio David. Pienso que las dos razones esenciales fueron los valores del libro y el jurado imparcial, cuyos miembros hace mucho tiempo se marcharon de Cuba. En las otras publicaciones tuve que hacer concesiones a la censura para que salieran, a pesar de ser ya un escritor reconocido. En Miami, en cambio, entregué los textos digitalizados y, sin más preguntas, antes del mes ya tenía los libros en mis manos. Esto, claro está, ha sido un aliciente, una inyección de ánimo para continuar escribiendo.
Háblenos de sus obras inéditas…
Tengo varias. Conservo veinte cuentos listos para publicar y dos poemarios: uno social y otro de amor. Mantengo algunos ensayos inéditos, así como dos obras de teatro; una de ellas es mi ópera prima, en versos.
¿Cómo vivió el 11 de julio? ¿Qué perspectivas encuentra en estos hechos? ¿Ha modificado en algo su visión de la realidad?
Para nada me sorprendió el levantamiento popular. Un año atrás lo dejé advertido en una misiva a Díaz-Canel que me costó la expulsión de la UNEAC:
“… porque los pueblos que sufren
como la ortiga que llora
cuando de sufrir se aburren
echan veneno en las hojas”.
Cuando la manifestación cruzó por detrás de la iglesia Santa Ana, escuché al vocero del grupo gritar: “Esto es sin violencia, señores”. Y los acompañé unas pocas cuadras, pero ya no estoy para esas largas caminatas. Cuando me detuve para regresar, descubrí a mi lado un mulato gordo, cincuentón, que se detuvo también. Le dije que continuara y negó con la cabeza sin hablarme. Me planté allí hasta que el último cruzara y lo miré. Fue entonces que siguió su camino.
...Si el régimen cubano no ofrece una apertura real a este pueblo oprimido y cansado de tanta miseria y represión, habrá otro 11 de julio.
No hay que ser profeta para vislumbrar que si el régimen cubano no ofrece una apertura real a este pueblo oprimido y cansado de tanta miseria y represión, habrá otro 11 de julio, desgraciadamente, con mucha más sangre.
Se dice que la literatura y el arte se adelantan a los tiempos. Empero, la creación cubana de las últimas décadas suele ser pesimista cuando aborda los aspectos de la historia y las historias de los nacidos en la isla. ¿Se le ocurre ahora mismo algún lugar de la literatura cubana donde estén presagiados los sucesos del 11J?
En mi cuento “Inercia”, en mi novela Muchachas en Río Blanco, con un pesimismo cáustico. Desconozco si algún otro creador cubano se ha tomado la tortura de presagiar el futuro nacional. Yo sé que habrá un fin, pero el cuándo no lo sabe nadie. Luchamos por él de la misma forma que el náufrago batalla contra el mar esperando un milagro de Dios. Sé que los milagros no existen, pero la evolución sí; y esa es mi esperanza.
Soy de la opinión de que un escritor vence la parálisis que lo rodea dinamizándola en sus libros. Por los suyos corren los arroyos de Najasa, las olas furiosas del mar en Santa Cruz del Sur, el olor de las mujeres camagüeyanas… ¿Cuánto de la parálisis cubana le atribuye a la Revolución, cuyo advenimiento le tocó vivir siendo un adolescente?
Opino que todo escritor debe escribir, al menos, un libro a su pueblo; además, la mejor literatura emana de las vivencias del escritor y, ¿dónde más y mejor surgen las vivencias de un individuo? Es cierto que para escribir una obra atractiva hay que dejar volar la imaginación hasta distancias siderales, pero si se consolidan con el tronco de la realidad existencial, gozan de mayor verosimilitud.
Ni siquiera puedo imaginar cuál habría sido mi vida sin la llegada de la revolución del 59. Quizás sí habría escrito La furia de los vientos porque la tragedia ya era parte de nuestra historia; quizás habría redactado crónicas, ensayos y novelas críticas sobre los gobiernos que habríamos tenido durante estas seis décadas, ya que el primer compromiso de un intelectual es denunciar lo mal hecho; y hasta quizás me habría dedicado a los negocios puesto que era el hijo único de un hacendado muy emprendedor que soñaba con que yo fuera su relevo en la administración de la hacienda. Creo que, como toda obra mala nunca deja de tener su parte positiva, “gracias” a la dolorosa confiscación de todos los bienes de mi padre pudo surgir el escritor que adormecía en mis proyectos de vida.
Sabemos que al viejo Junco —como lo llamamos algunos coterráneos jóvenes— le gustan mucho los deportes. Es, por ejemplo, de los que disfrutó plenamente la victoria del boxeador Ugás y su grito de “Patria y Vida”. Sabemos además que ama el pasatiempo nacional: el béisbol. Digo esto para invocar ese capítulo de su vida y obra que, al menos durante un tiempo, logró imponerse a la parálisis pueblerina: su peña “Escritores al bate”. ¿En qué consistía este evento? ¿Cómo transformó su vida el que un día, de la noche a la mañana, autoridades de Cultura y de la Seguridad del Estado le forzaran a cerrarlo?
Me cerraron la Peña que, por cierto, en sus dos únicas versiones agotó las capacidades de público, pero hasta hoy no han conseguido cerrarme la boca.
Esa Peña fue un beneficio que el Instituto del Libro me otorgó gracias a mi condición de escritor destacado. Es práctica de las instituciones culturales, conocedoras de que muchos artistas y escritores viven limitados en su economía—élite directriz aparte—, otorgar espacios relativamente bien remunerados que lo ayuden. Yo la acepté y pretendí sacar a la luz a los artistas desconocidos del pueblo que no han tenido la suerte de romper el celofán de la popularidad. Mi primer invitado fue un negro pobre y ciego que escribe cuentos infantiles perfectamente publicables. El segundo un amigo que ya tiene una novela escrita y que debería valorarse para llevarla a un libro impreso. Ambos autores, sin llegar a alcanzar la prominencia literaria de nuestra provincia, navegan a la par y por encima de otras obras coterráneas que, luego de expuestas en ferias y librerías, tienen como destino el horno de materias primas.
Me cerraron la Peña que, por cierto, en sus dos únicas versiones agotó las capacidades de público, pero hasta hoy no han conseguido cerrarme la boca. Continúo siendo un reconocido escritor camagüeyano.
Junco, cuéntenos de su rutina diaria, de su ritual como escritor, de su entorno… sobre todo en el actual contexto que vive la nación, con un pico pandémico de la Covid y una crisis económica que ya toca fondo.
Mi vida, como las aguas de los arroyuelos de mi infancia, se desliza suave y sosegadamente sobre los días, las semanas, los meses y los últimos años que me quedan. Gozo a diario del cuidado y la ternura de mis hijas y mis nietos; soy de los que menos pueden quejarse económicamente, porque siempre he tenido muy claro que el más rico es el que menos necesita. Paso mis días dedicado a escribir crónicas y comentarios de opinión actuales, para que mis seguidores sepan, al menos, las vivencias que me llegan.
Creo que no son pocos los que han recuperado su fe en la cercanía de la libertad de Cuba, y para nadie es secreto el papel de los jóvenes en este proceso. ¿Cuál es el mensaje de Pedro Armando Junco para esos miles de muchachas y muchachos —varios de ellos aún en prisión— que están haciendo por la libertad de Cuba, por romper de una vez por todas la parálisis y el horror?
El régimen no tiene futuro porque es “disfuncional” y cada día se paralizará más hasta quedar en estado de inercia.
Mi mensaje es que no se marchen de Cuba. Que resistan. Que no se dejen comprar por prebendas baratas, ni intimidar por amenazas y golpizas. El régimen no tiene futuro porque es “disfuncional” y cada día se paralizará más hasta quedar en estado de inercia. Pienso que la burocracia no va a entregar fácilmente las riendas, pero estoy convencido de que, debido a la situación tan crítica que vive toda la masa poblacional cubana, pudiera llegarse al consenso de una desobediencia civil bien organizada que los obligue a una apertura democrática o los saque definitivamente del poder.