Leer la 1ra parte de esta entrevista.
Uno de los personajes de la novela Las puertas de la noche, prepara un título: Habana Babilonia, investigación sobre la prostitución en Cuba con todas sus redes afines. Dramatúrgicamente, y en lenguaje de estos tiempos, se les llama spoilers a los avances de producciones por estrenar. ¿Cuál fue tu objetivo al hacer el spoiler de Habana Babilonia?
Es que no se trata de un spoiler… Cuando salió en España Las puertas de la noche (2001) ya Habana Babilonia tenía decenas de miles de lectores clandestinos en la isla. De hecho, la serie negra es resultado de la investigación que hice para Habana Babilonia. Fueron casos reales que encontré mientras investigaba, pero se apartaban del tema central: la prostitución, y resultaban realidades tan literarias que parecían escapadas de una novela, así que decidí novelarlos. Y en Habana Babilonia ya hay fragmentos completos que luego coloqué, novelándolos más, en Las puertas… y en Si Cristo te desnuda, las dos primeras novelas de la serie.
Cuando literariamente se piensa en La Habana de los noventa, vienen a la mente la Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez (y posteriores novelas como El rey de La Habana o Animal tropical), y Habana Babilonia. Es curioso que pese a no haber sido publicadas en la isla su difusión haya sido enorme, no sólo entre habituales lectores, sino entre personas que no suelen leer libros. ¿Cuáles serían las claves para explicar este fenómeno?
Primero, que nadie imaginaba que se podía hablar tan cruda y descarnadamente de temas que todos vivían en su día, pero del que nadie escribía porque hacerlo sería enfrentarse a la perspectiva edulcorada que la mirada oficial quería implementar sobre esos asuntos. Pedro Juan y yo bromeamos siempre con una coincidencia: ambos vivimos en la misma cuadra, en las azoteas de los dos más altos edificios de esa misma calle. Pedro Juan vive aún en la azotea del edificio de San Lázaro y Perseverancia y yo vivía entonces en la otra esquina de Perseverancia, esquina a Neptuno, también en el último piso y con acceso a la azotea. En algunos eventos donde hemos coincidido bromeamos diciendo que veíamos la realidad desde perspectivas muy cercanas porque veíamos el barrio desde dentro y desde arriba, es decir, desde posturas que te permitían tener a la vez cercanía y alejamiento. Otra realidad es que la vida del cubano de a pie es una vida libertina, promiscua, cruda, morbosa, soez en muchos sentidos y salvo algún que otro fragmento en obras de Lezama Lima, Carlos Montenegro y Reinaldo Arenas, esa crudeza, con esa perspectiva sucia, asquerosa, chocante y a la vez, no había llegado a la literatura. Muchos lectores, en los mensajes que han mandado, me hicieron notar que esa visión distinta era el gancho que los había atrapado.
Con Habana Babilonia primero, y después con la serie negra (que también ha circulado en Cuba gracias al efecto dominó de Habana Babilonia) descubrí la certeza de una teoría comercial muy conocida: la gente lee lo que está más cerca de su vida cotidiana, así que puede condicionarse la lectura de sectores que no leen si les tocas las fibras del sentimiento con temáticas que le preocupan. Porque el hecho de que miles de lectores habituales copiaran ese libro y se lo pasaran de mano en mano no me asombró, eso es algo normal en Cuba con muchos autores, aunque no quizás con la fobia que se armó en torno a mi libro… pero que otros miles de cubanos no lectores se decidieran a leerlo y, encima, me escribieran para decirme que era el único libro que habían leído, fue una alegría inenarrable.
Me consta que amigos, enemigos y desconocidos inundaron tu buzón de correos con criterios sobre Habana Babilonia. ¿Cómo reaccionaste ante esta avalancha?
Primero molesto: yo no puse el libro en internet y allí estaba, circulando, tanto en internet como en la intranet cubana, en cadenas de envíos que, según los investigadores de ese libro, ha sido un suceso único en la historia de las letras cubanas… y eso me enorgullece. Muchos lo consideran el mayor best seller underground en nuestra historia literaria, lo que es aún más excepcional pues se trataba de una copia pirateada a un manuscrito no publicado y, lo más curioso, sin que yo tuviera nada que ver en esa circulación.
Me molestó mucho justo eso: el acto de piratería que, por cierto, casi me cuesta perder a la importantísima agencia literaria que entonces me representaba a nivel internacional. Mi agente me llamó desde Alemania para echarme literalmente una descarga porque ella creía que había sido yo quien puso a circular ese libro que entonces se negociaba con la Editorial Planeta, que, como sabes, es uno de los dos grandes grupos editoriales de la lengua española. Cuando logré convencerla de que, a todas luces, alguien había robado y fotocopiado una de las copias con las que competí en el Premio Literario Casa de las Américas en el género testimonio (premio que me arrebató nuevamente el miedo y la manipulación que Miguel Barnet hizo del jurado), interpusimos en tribunales internacionales de derecho de autor una demanda legal contra el pirata que lo había hecho. Por suerte, nunca dimos con esa persona, pues ese acto, deleznable en el más amplio sentido, convirtió mi libro en el mito que hoy es, así que, si alguna vez aparece esa persona, tendré que hacerle un monumento de agradecimiento.
Como bien dices, mucha gente me escribió porque, al piratear el libro, copiaron la última página donde, cumpliendo lo que exigen las bases del premio Casa, yo había puesto todos mis datos personales: dirección, correo electrónico de la red cubarte, teléfono… así que llovieron las anécdotas, los personajes y hasta las visitas de quienes querían ver “a ese loco suicida”. Sólo de Cuba, o de cubanos residentes fuera de Cuba, recibí cerca de unos 8 mil mensajes, de los cuales conservo exactamente 6134, desechando sólo aquellos que decían “me gustó su libro” y conservando los que me daban sus opiniones fundamentadas, a favor o en contra, porque hubo de todo. Pero ciertamente eran muy pocos los que atacaban; no pasaban del centenar y, cuando lees sus correos, te das cuenta de que me atacan con las clásicas consignas políticas, no con argumentos.
En muchas ocasiones has explicado los avatares de este texto testimonial y las represalias de que fuiste víctima. Quizá muchos no lo recuerden, pero, antes de tu investigación, la revista Somos Jóvenes había publicado otro texto que inauguraba el interés por esta temática al contar la historia de Sandra, una prostituta cubana de la década de los ochenta. ¿Te sirvió este texto de referencia? ¿Crees que la prostitución nunca desapareció de la isla como afirmaban las autoridades cubanas treinta años atrás?
En verdad he respondido tantas preguntas sobre este tema que ya me agota. Responderé, eso sí, en lo referente al “caso Sandra”, que fue uno de los grandes puntos de giro del encorsetado y falsario periodismo cubano. Sin dudas, hubo un antes y un después de ese suceso. Yo estudiaba aún la carrera de periodismo cuando se publicó ese número y recuerdo toda la reverberación que se produjo en el mundo de la prensa, todas las represalias y todas las advertencias para que algo así no volviera a pasar. El trabajo, escrito por mi amigo, el gran escritor y periodista Luis Manuel García Méndez, actualmente residente en España, fue uno de mis referentes a la hora de escribir Habana Babilonia, como lo fue también un pequeño folleto de una de mis compañeras de aula, hoy tristemente muy conocida como represora del periodismo libre en Cuba, Rosa Miriam Elizalde, que publicó Flores desechables, con historias muy superficiales sobre prostitutas, manipuladas desde la perspectiva oficial. Yo trabajaba en ese tiempo (cuando salió el libro de Rosa Miriam) en turismo, como publicista, y podía ver muy de cerca cuántas falsedades ella puso en su libro y cómo no se inmutó con los testimonios de las jineteras entrevistadas, aunque no había que ser muy inteligente para notar que eran víctimas de un miedo que las obligaba a decir lo que, como conocí bien el tema, estaba seguro que no pensaban.
¿Si creo que desapareció la prostitución después de 1959? No es asunto de creer o no: basta mirar los hechos. Hubo un período en la Cuba de Fidel Castro en que hubo más prostitutas que en los tiempos en que Cuba era, como dice la propaganda, “el burdel de las Américas”. Ya dije que trabajé en el turismo varios años, en Cubanacán, como publicista, y luego en una agencia publicitaria española en La Habana. La preocupación por excelencia de los directivos del turismo, entre ellos Abraham Masiques, era la certeza de que Cuba, otra vez, se había convertido en un burdel para el turismo; y jamás olvidaré cuando se produjo una pelea entre Vilma Espín y Osmany Cienfuegos, entonces ministro de Turismo, a raíz de un cartel que hicimos con tres hermosas modelos desnudas, sentadas en las arenas de la playa de Varadero. Vilma se quejó de que estábamos vendiendo a la mujer cubana como un producto a consumir y sus palabras fueron exactamente: “Parece que están empeñados en evitar que logremos que Cuba deje de ser el burdel del mundo”. Es decir, obviamente eso significaba que “en las alturas” se consideraba que habíamos ascendido en esa funesta y vergonzosa escala: de burdel de un continente antes de 1959 a burdel del mundo en la Revolución.
Ya hemos visto que en Cuba no sólo fuiste uno de los talentosos exponentes de aquella promoción de narradores que se dio en llamar los Novísimos, sino que también fuiste antólogo, jurado de importantes premios y crítico literario. Teniendo en cuenta que a todo esto puede sumarse el que hayas estudiado Periodismo, me pregunto si estando todavía en Cuba, en los primeros años del siglo XXI, te pasó por la cabeza la idea de una publicación electrónica a modo de revista literaria.
Creo importante que me preguntes eso porque alguna vez, espero, se haga justicia al hecho de que yo fundé y transmití por internet dos publicaciones literarias en momentos en que ni siquiera Cubaliteraria ni La Jiribilla, los dos primeros representantes de las publicaciones electrónicas cubanas, habían sido fundadas. Cuando comenzaron los servicios de correo electrónico en Cuba, durante varios meses, a través de mi cuenta envié a más de seis mil colegas fuera de la isla 30 números de la revista electrónica Letras en Cuba, de frecuencia semanal. Fue censurada luego de un equívoco: la poetisa cubana residente en Estados Unidos, Belkis Cuza Malé, a quien conocíamos exclusivamente por ser la esposa de Heberto Padilla (pues muchos no habíamos tenido la oportunidad de leer su obra, prohibida después del escándalo del “caso Padilla”), escribió un artículo donde me acusaba de escritor “al servicio de la dictadura”, porque ella creía que aquella publicación era algo oficial. Le respondí en otra carta, que circuló fuera de la isla, haciéndole saber mi total independencia en materia cultural e ideológica, y entonces las autoridades del recién fundado Cubarte me bloquearon el correo electrónico y no pude seguir enviando nada por esa vía. Luego de unas reuniones en el Ministerio de Cultura, me restauraron el servicio de correo electrónico y entonces (ya para ese tiempo existía Cubaliteraria y La Jiribilla daba sus primeros pasos) decidí enviar una cápsulas literarias que nombré “A título personal”, que eran como pequeños boletines sobre lo que sucedía en el escenario de la literatura en la isla. Fue la última vez que tuve el servicio oficial del correo electrónico del servidor Cubarte, porque me lo retiraron cuando apenas había publicado cinco de esos boletines por un supuesto “uso indebido no acorde a los intereses de la Revolución”, según el mensaje que me mandaron.
Paralelamente a eso ocurrió algo que me ilusionó: Abel Prieto me citó en el Ministerio y me dijo que, ya que me interesaba tanto hacer una revista electrónica, yo podría encargarme de hacer una revista literaria electrónica, esta vez sí oficial, emitida desde la Uneac, en la que tendría todo el poder de decisión y supuestamente todas las libertades. Me dijeron que el coordinador sería Roberto Zurbano, entonces, vicepresidente de la sección de Literatura de la Uneac. Hicimos todas las propuestas y así nació La isla infinita, que fue la primera revista literaria cubana en internet y en la que originalmente trabajé yo, asesorado por Zurbano. Pero abandoné el proyecto en el mismo primer número, pues resultó que además de las lecturas que debía hacer Zurbano (con las que siempre estuve de acuerdo, pues era y sigue siendo un buen amigo a quien respeto por su talento), la decisión final de lo que se publicaría sería de Graziella Pogolotti; y, además, de las supuestas libertades prometidas no había nada. Recuerdo que le lancé un exabrupto, injusto, al pobre Zurbano: le dije que jamás permitiría someterme a una ciega que no tenía ni la más mínima idea de lo que pasaba en las letras cubanas (esto lo dije con palabras más duras y soeces). Sé que muchos consideraban a la Pogolotti como una mujer de mente abierta, y eso podía respetarlo, pero la verdad era que ella estaba absolutamente desligada de las últimas tendencias, escritores, fenoménicas culturales, y aquello, en simples palabras, me parecía una aberración. Luego de eso, le propusieron al escritor y periodista Dean Luis Reyes asumir el mando de la revista, y considero que él y Zurbano llevaron esos números electrónicos con mucha dignidad; pero ciertamente allí faltaba lo que siempre me propuse: el diálogo entre las dos orillas de la cultura cubana, la inclusión de autores marginados porque no entraban en los corrillos literarios predominantes o tenían una posición crítica hacia la realidad cubana, y la revisitación crítica de momentos importantes en la historia cultural de la Revolución. Así que me alegré doblemente de apartarme de ese proyecto.
Partes de Cuba en una etapa en la que muchos lo hacen por diversos motivos, pero el destino de tu exilio parece un poco exótico o al menos poco habitual. ¿Por qué instalarte en un país donde la comunidad latina no tiene el mismo peso que en Estados Unidos o España?
Aquí se impone aclarar algo: no “partí” de Cuba, no me fui, “me fueron”… Soy en toda la extensión de la palabra un desterrado. En 2005 viajé a España, como cada año, a presentar una de mis novelas y cuando quise regresar a Cuba me impidieron la entrada. Estuve varios meses en España (desde noviembre hasta finales de febrero) contactando a las autoridades cubanas para resolver mi regreso a la isla y jamás hubo una solución. En Cuba, la sección de trámites de la Uneac me decía que no había problemas, pero los consulados de España negaban eso y me repetían que yo no podría entrar a Cuba. Ante ese dilema, mi editor alemán, para garantizarme una estancia legal en Europa, me consiguió una beca literaria en la Fundación Heinrich Böll, donde tuve la oportunidad, durante seis meses (desde marzo a agosto) de vivir en la que fue la casa de campo de ese premio nobel alemán en Langenbroich, un hermoso pueblo cercano a la ciudad de Colonia, y viví en el mismo apartamento donde décadas atrás durmió y escribió el también premio nobel ruso, Alexander Solzhenitsyn, invitado allí por su amigo Böll. Fueron momentos de mucho simbolismo, mucha espiritualidad, en medio del dolor del destierro. Después de eso, y ya que las autoridades cubanas no daban respuesta, el PEN Club alemán me acogió en una de las becas de su programa internacional Writers in Exile, para escritores con problemas de libertad de expresión en sus países. El apartamento de la beca estaba en Berlín y estuve becado desde 2006 hasta 2009. En 2009, aunque ya no me importaba regresar pues mi carrera literaria había despegado impresionantemente con mis libros publicados en las grandes editoriales de la lengua española y traducidos a varios idiomas, tampoco había respuesta de mi exigencia de regresar a Cuba y me vi forzado pedir asilo político. Aún hoy estoy en una lista negra de cubanos que no pueden ir a Cuba ni siquiera de visita. Y en todos estos años, además de mis libros, he publicado como periodista en medios de prensa de todo el mundo. Ahora mismo trabajo como periodista en los servicios informativos de televisión de la agencia alemana Deutsche Welle, y como mi visión sobre Cuba no ha sido jamás suave, hace un par de años me enviaron a un diplomático cubano a decirme que si yo moderaba mis críticas podrían valorar una posible aceptación de mi entrada a la isla. Me pareció ofensivo un chantaje como ese y, obviamente, no acepté. Dije entonces lo que ya he repetido en otras entrevistas: viajaré a Cuba cuando el gobierno de la isla respete los derechos de libertad de expresión de los intelectuales, cuando pueda entrar con mi pasaporte alemán, cuando mis libros prohibidos por la dictadura puedan presentarse en la Feria Internacional del Libro, y cuando pueda decir delante de mi gente, el pueblo cubano, lo que pienso sobre cualquier tema, sin censuras ni condicionamientos ideológicos ni políticos. Es obvio entonces, de acuerdo a esas condiciones que representan mi derecho a las libertades intelectuales e individuales como cubano, que soy consciente de que esa visita no ocurrirá por ahora: el actual gobierno, que se vanagloria de ser “continuidad” de la dinastía de Fidel y Raúl Castro, no tiene el valor de permitir que los miles de intelectuales del exilio vayan a Cuba a difundir sus ideas. Eso jamás podrán disfrazarlo: es puro miedo a que otras verdades los hagan quedar en ridículo ante nuestro pueblo.
Creo que lo anterior puede responder al por qué estoy en Alemania y no en España. Que yo no haya saltado de Europa a Miami como muchos otros, o a cualquier otro lugar de los Estados Unidos con mayor presencia cubana, se debe precisamente a que jamás me gustó vivir en eso que Martí llamó “el Norte revuelto y brutal”. Vivo en Berlín como si hubiera nacido aquí; tengo traducidos acá 8 de mis libros y, además del respeto que me tienen mis colegas alemanes, formo parte de una comunidad de escritores latinoamericanos con mucha actividad y presencia en la cultura en este país; mis hijos se sienten realizados en la sociedad alemana y los he visto alcanzar sus metas sin condicionamientos ideológicos de ninguna índole. Por si no bastara, he logrado realizar con entera libertad proyectos personales que en Cuba ni siquiera podría soñar: ahí tienes mi revista OtroLunes; ahí tienes AV Kreativhaus UG. (mi empresa cultural personal que ofrece talleres, prepara eventos, realiza campañas de promoción internacional y representa a un grupo importante de escritores de América Latina) y ahí tienes Ilíada Ediciones, la editorial que fundé en 2017 y en la cual he publicado ya a importantes nombres de las literaturas latinoamericana, española y cubana.
Pero debo decirte algo que quizás resulte incómodo para algunos oídos: desde hace muchos años, cuando luego de ser una figura supuestamente admirada por todos en Cuba, sólo unos cuatro amigos se mantuvieron firmes al convertirme en un apestado para los comisarios culturales, decidí emprender la ruta del lobo solitario. Y por eso he preferido emprender solo mis propios proyectos, he preferido vivir lejos de los círculos culturales cubanos, y creo que ello me ha salvado de ese virus que nos inoculó el régimen y que la mayoría de nuestro gremio se ha llevado allí donde vive, sea el país que sea; ese virus que convierte al cubano en el lobo del cubano, en un ser empeñado en impedir a cualquier precio que otros levanten cabeza. Nuestro mundo intelectual está lleno de miserias humanas terribles, asquerosas, y nadie se imagina que llegar al sitio que he llegado (publicar en las más grandes editoriales de la lengua: Planeta, Seix Barral, Alfaguara y ahora Grijalbo; ganar premios internacionales importantísimos; ver mis libros traducidos a los idiomas internacionales más importantes y algunos muy exóticos como el mandarín, el singalés o el hebreo; que sobre mi vida y obra se hayan hecho cuatro documentales y que siete de mis libros se estudien en los programas de estudios literarios de universidades de Europa, Estados Unidos y América Latina), ha sido pagando un alto costo de sacrificio, pero más que nada “a pesar de los cubanos” porque los traspiés que me han puesto otros compatriotas de la isla y el exilio son más abundantes que el marabú allá en Cuba. De eso, de que no han podido aplastarme, también me siento muy orgulloso.
Mencionaste OtroLunes, ¿cómo surge la idea su creación?
Fue un viejo sueño. Apenas tuve la evidencia de la trampa que me habían preparado para que no regresara a Cuba, comenzó a perseguirme la idea de que no me callaran y la mejor forma, el mejor desquite era continuar con el proyecto que la censura había cortado en Cuba. Así, durante una cena en el restaurante del Liceo de Bellas Artes en Madrid, a finales de 2005, le comenté mi idea de fundar una revista a mis amigos, los escritores cubanos Ladislao Aguado y Jorge Félix Rodríguez, residentes en España. Ladislao enseguida se enamoró de la idea y pocos meses después, ya estando yo en Alemania, me envió el nombre: OtroLunes. Y me gustó. No se trataba de un homenaje, ni de repetir esquemas, sino simplemente de que cada dos meses, el primer lunes, publicáramos la revista en internet. La única conexión posible entre aquel Lunes de Revolución y este “otro Lunes” era el hecho de que eran escritores cubanos quienes asumían el proyecto. De hecho, hemos insistido en que no es una revista de temas cubanos. Cuba, su cultura y su política están, obviamente, porque muchos de los colaboradores son cubanos, pero la mirada es más continental e incluso yo diría que más hacia el territorio de la lengua española.
¿Quiénes te acompañaron en este proyecto fundacional?
Como te dije, los fundadores fuimos Ladislao Aguado y yo. Ya con el nombre acordado, preparé las secciones e hicimos el perfil editorial que nos interesaba. Comenté la idea con algunos colegas escritores latinoamericanos y cubanos y llegaron los primeros materiales para cada sección. En ese proceso, Ladislao me propone que invitemos a León De la Hoz, un revistero con experiencia desde Cuba, y gracias a su empuje y a una diseñadora amiga suya, Ade Castro, conseguimos colocar la revista en internet, en mayo de 2007. León editó hasta el tercer número, que salió en diciembre de 2007 debido a numerosos problemas y retrasos. Desde ese momento asumí yo todo el trabajo, renové el Consejo Editorial, invité a un amplio listado de escritores, profesores e intelectuales, y mi hijo mayor, Toni Medina, renovó el diseño, y asumió la programación, modernización y adaptación de la revista a los nuevos y siempre cambiantes lenguajes web.
Inicialmente la estructura era: Ladislao Aguado como director ejecutivo, León de la Hoz como director editorial, Ade Castro como diseñadora web y yo como director general. Posteriormente, se incorporan el escritor español Javier Vázquez Losada como otro director ejecutivo, y el Consejo Editorial se amplía con otros escritores españoles Lorenzo Rodríguez Garrido, Jorge de Arco y Recaredo Veredas. En el año 2012, Ladislao Aguado decide renunciar a la dirección ejecutiva de la revista para ocuparse de otros proyectos intelectuales y de vida. Poco después, León de la Hoz decide apartarse de la revista y su responsabilidad como director editorial es asumida con excelencia hasta hoy por el escritor español Lorenzo Rodríguez Garrido.
El nombre escogido evoca aquel Lunes de Revolución para el que escribieron las mejores plumas de la época en Cuba. Es homenaje, recordación de un trabajo que en la isla suele pasarse por alto, pero, a la vez, la palabra “otro” implica que hay diferencias entre una y otra publicación… y me pregunto entonces cuáles son las convergencias y en qué divergen estos dos “Lunes” más allá del soporte en que aparecen.
Lo dicho: la única convergencia sería la de un grupo de cubanos que, en los primeros pasos, concibió una revista. Después, ya ni eso, pues el foco fue América Latina y España en su conjunto, sus escritores, sus artistas plásticos. Si acaso se pudieran comparar ambas publicaciones es en la intención de reflejar los movimientos culturales y literarios de una época, en nuestro caso, lo que ha sucedido en los últimos 20 años en América latina, España y Cuba (OtroLunes lleva ya 12 años y 52 números intentando mostrar eso).
En el primer editorial de OtroLunes podía leerse:
"OtroLunes es Otro y no queremos que se nos identifique con aquel, si no es por el espíritu de libertad, modernidad y vocación cívica y universal que mostró en un contexto extremadamente complejo y difícil para congeniar ideología con libertad y transgresión estética. Ninguna doctrina nos remite a ellos, tampoco ningún credo cultural o estético y sí el homenaje a la idea que lo hizo posible y que hoy alcanza nueva vigencia”.
Creo que estas palabras coinciden plenamente con lo que llevas dicho, sin embargo, en una entrevista que me concediera, León De la Hoz decía, para explicar su salida de este proyecto, que "dejó de ser estimulante (trabajar en OtroLunes) mientras la revista abandonaba el espíritu de su fundación".
Haciendo un repaso al hoy y ahora de esta publicación, ¿crees que pueda haber algo de cierto en lo que afirma De la Hoz? ¿Hasta qué punto OtroLunes, como cualquier publicación que necesita reinventarse en el tiempo para mantener el interés de los lectores, puede haber cambiado con los años?
En todo proyecto hay interioridades que, considero, no deben ser aireadas. Pero ya que León te ha contestado de ese modo, creo necesario explicar lo que pienso. Lo primero es decir que considero un privilegio haber compartido con León esta experiencia, incluso cuando desde el mismo inicio tuvimos algunas diferencias en cuanto a la perspectiva y el espíritu de la revista. Hay una verdad innegable: cuando León decidió apartarse del proyecto hacía ya muchos números que su presencia era casi invisible en la revista, limitada a enviar algún que otro artículo que él conseguía o, en un caso especial, a preparar un excelente dosier sobre Chus Visor, el director de la mítica editorial de poesía Visor. Soy un fanático de las estadísticas y podría aclarar, con números, ese grado de invisibilidad.
Cuando él decide separarse del proyecto no logré entender sus razones, porque al menos desde mi perspectiva se mantenían las mismas ideas, el mismo espíritu, y lo único que estaba reajustándose era el diseño, para adecuarlo a las nuevas tecnologías. Y te confieso que inicialmente atribuí esa incomprensión a mi desconocimiento de términos sobre el mundo editorial que él conocía más que yo, por su larga experiencia como revistero. Eso me hizo escribirles a todos los colaboradores fijos y amigos de la revista, preguntándoles si ellos veían algún cambio de espíritu, o cualquier cambio general. La respuesta fue unánime (conservo todos esos mensajes): “Sí, ha mejorado el diseño, que ahora es más moderno, menos rígido, más adaptable a los lenguajes de internet”. Esa era más o menos la idea de todos. Es decir, ninguno de ellos, muchos con tanta experiencia como León en el mundo de las publicaciones culturales, había notado nada, excepto las renovaciones que hizo mi hijo Toni al diseño. Y la otra pregunta que siempre me hice fue: si el espíritu original de la revista había sido abandonado, ¿por qué todos los colaboradores que León incorporó a la revista han decidido permanecer conmigo hasta hoy?
Aquí, por honestidad, se impone que diga algo: a mí el diseño del primer número no me gustó, no era lo que yo había soñado, lo veía demasiado encorsetado, arcaico, pero creí necesario aceptarlo porque era el primer número y por mi experiencia en Letras en Cuba sabía que hay un proceso de crecimiento y mejoramiento de la imagen y contenidos en toda revista. Pero luego de ese primer número, en mayo de 2007, algunos problemas personales (la lucha burocrática intensa para legalizar a mi hijo mayor, recién llegado a Berlín; la necesidad de aprender alemán, idioma difícil que requiere suma concentración, y un tumor cerebral que felizmente pude superar) me apartaron de cualquier tipo de gestión editorial y los dos números siguientes los hicieron íntegramente León y Ladislao. Pero cualquiera puede comprobar la irregularidad en esos inicios: el primer número: mayo de 2007, el segundo: julio de 2007, y el tercero, en diciembre de 2007. Siempre que pregunté, en mi carácter de Director General, qué sucedía, recibía una larga lista de problemas de toda índole: técnicos, personales… Y no me sentía con el derecho de exigir nada a nadie porque todo el trabajo se hacía a pulmón, robándole el tiempo a las responsabilidades laborales y de vida que en ese tiempo cada uno tenía, ellos (Ladislao, León y Ade Castro) en España, y yo en Berlín. Estuve esperando pacientemente a la salida del cuarto número durante meses, hasta que decidí retomar las riendas de la revista y subimos finalmente ese número en septiembre de 2008. Desde ese momento, por decisión del propio León, que dijo tener problemas personales, su participación fue cada vez menor, hasta hacerse casi inexistente. Y a partir de ese número jamás la revista ha dejado de salir, hasta alcanzar, como ya dije, el número 52.
A partir de ese cuarto número, además, comenzamos a darle movilidad visual a la revista. Mi hijo Toni hizo un trabajo muy exhaustivo para facilitar la navegación dentro de las secciones de la revista, le dio más visibilidad a algunas secciones, y yo introduje algunos cambios en el orden y en la prioridad promocional de los contenidos. Un ejemplo: en las portadas, León había priorizado a los artistas plásticos y yo comencé a priorizar a los escritores a quienes dedicábamos el dosier literario. Ya en el número 16, buscando adaptarnos a los nuevos estilos en internet, rompimos con el diseño original de Ade Castro (que habíamos mantenido en sus conceptos generales), aunque todavía mantuvimos algunos elementos que ella había propuesto. Y ya en el número 21 dimos el salto definitivo a un nuevo diseño, que resultó más efectivo y que nos permitió ganar más lectores. Basta un ejemplo estadístico para explicar el impacto de estos cambios: los tres números iniciales no sobrepasaron los mil lectores en casi dos años; a partir del número cuatro subimos a casi mil lectores por número, y a partir del número 21, ya incorporados al diseño todos los elementos de navegabilidad y accesibilidad que internet ofrecía, subimos a 6 mil lectores por número. Desde entonces, número a número, hemos ido subiendo en el impacto y hemos tenido ediciones con más de 40 mil visitas.
Pero nada de eso habría sido posible sin los colaboradores: tenemos una veintena de columnistas fijos de lujo, pues todos son nombres importantes en las literaturas de sus países; hay un grupo de autores fijos muy notables también en la sección de artículos y ensayos; decenas de intelectuales, periodistas y escritores de toda América Latina y España nos envían sus contribuciones para los dosieres literarios de cada número. El prestigioso crítico español Gregorio Vigil-Escalera se ocupa de los dosieres de artes plásticas; el crítico, ensayista y escritor cubano Waldo González ha hecho aportes excelentes y de actualización al tema del teatro en su sección; los escritores españoles Lorenzo Rodríguez Garrido y Jorge de Arco se han encargado magistralmente de la sección de reseñas; centenares de colegas nos han enviado sus entrevistas a otros escritores, e incluso hemos tenido el privilegio de que dos escritores de primer nivel en las letras cubanas y colombianas: Félix Luis Viera y Marco Tulio Aguilera Garramuño, nos hayan propuesto publicar novelas por entregas que tiempo después ellos han colado en editoriales tradicionales… OtroLunes se ha transformado, sí, pero los cambios son más referidos a la tecnología y a la adaptación del diseño a las nuevas tendencias y a las nuevas tecnologías. Sigue teniendo (al menos así lo vemos la mayoría) aquel mismo espíritu con el que la fundé.
¿Quiénes y mediante qué vías han publicado en OtroLunes?
Como te explicaba antes, originalmente contacté a todos mis amigos, escritores latinoamericanos de primera línea, de mi generación, a quienes había conocido en 2007 en el primer Congreso de Nuevos Narradores Hispánicos, en Madrid. La aceptación de mi propuesta fue masiva, y por eso hemos logrado publicar a lo que más vale y brilla en la literatura en lengua española. No quiero mencionar nombres porque son muchos y no quiero tener ningún olvido, pero nos honra tener de colaboradores a cerca de un centenar de intelectuales que, además de su prestigio internacional, son considerados clásicos y hasta mitos en las literaturas de sus países de origen.
Luego del número 10, ya consolidada la publicación en internet, sólo tenemos que pedir trabajos cuando queremos hacer un dosier especial o queremos abordar un tema específico. Los trabajos llueven, y la mayoría de ellos, de plumas muy renombradas, o de profesores universitarios de mucho reconocimiento en el mundo académico. Eso nos ha permitido el tiempo para buscar también en las nuevas generaciones y abrirles un espacio, así que ya también podemos decir que muchos de los más importantes escritores jóvenes de América Latina y España en la actualidad han publicado (algunos por primera vez) en OtroLunes.
¿Cuáles son las exigencias mínimas de tu publicación para aceptar una colaboración?
La calidad y la solidez de argumentos, pero no somos extremistas, ni elitistas, que es un flagelo que lastra a la mayoría de las revistas literarias en internet: o se publica cualquier cosa a nombre de literatura, o se limita la promoción a los socios de esos clubes que existen en nuestras letras, o se intenta publicar lo que se considera excelencia, término más que cuestionable porque siempre uno se pregunta: ¿qué cosa es buena literatura? Nuestra lucha es no convertir a OtroLunes en un ghetto de nadie, sea de la tendencia que sea. Te pongo un ejemplo en el complejo terreno de la política: cierta vez se nos cuestionó porque publicamos un artículo de un colaborador que aseguraba que la única salida para Cuba era la intervención militar de Estados Unidos (algo con lo que estoy totalmente en desacuerdo), pero también hemos publicado ya varios artículos de personas que defienden a esa Revolución (concepto que, como sabes, yo pongo en duda, considerando que Revolución es cualquier cosa menos lo que hemos vivido los cubanos).
¿Cómo logras sostener económicamente el proyecto?
Pagándolo con mis ingresos como escritor y periodista. Por suerte, algo tan caro como el trabajo de diseño, mantenimiento y todo lo vinculado al trabajo informático para web lo hace mi hijo. Pero el servidor, las actualizaciones, las licencias y todo lo demás, lo pago yo de mis bolsillos. Como es una revista gratuita, no ganamos tampoco un centavo y por eso hemos dicho que no pagamos colaboraciones. En cada número, además de los impactos en internet, hemos cedido la licencia para que la revista se coloque en servidores internos de universidades europeas, latinoamericanas y norteamericanas, cuyas visitas suman un promedio de 30 mil a 40 mil lectores, por ello mismo, básicamente del mundo académico e intelectual. A partir de 2010 estamos consideradas entre las diez revistas culturales independientes (es decir, que no son patrocinadas por ningún gran grupo editorial) más consultadas de internet en lengua española. Y desde 2015 once universidades europeas y norteamericanas nos solicitaron permiso para imprimir algunos ejemplares de cada número de la revista para conservarlos en sus bibliotecas como textos impresos. Pese a todo lo que nos ha hecho trabajar OtroLunes, pese al enorme esfuerzo que significa publicar más de 200 páginas en cada número, siento orgullo de decir que en un Congreso Internacional hace un par de años, varios de esos renombrados escritores que son nuestros colaboradores habituales, y que no publican en otras revistas ni periódicos sin que les paguen, dijeron que el único sitio en el que publicaban sin exigir pago era OtroLunes y que eso sucedía porque confiaban en mí. ¿No es eso motivo para sentirse orgulloso?
Cuba atraviesa una coyuntura difícil. ¿Cómo se ve desde OtroLunes este momento histórico y el papel de los intelectuales que viven en la isla ya defiendan una u otra postura ideológica?
A la revista le tocó convivir con el llamado “Período Raulista” y ahora con el gobierno de Díaz Canel (Raúl y sus adláteres a la sombra, moviendo su marioneta, como bien sabemos). Hemos publicado ya cerca de un centenar de trabajos sobre el tema. Muchos de los autores son cubanos, de la isla y de la diáspora, pero también hay colegas españoles o latinoamericanos que han decidido proponernos sus acercamientos a determinados asuntos históricos, políticos o culturales; trabajos que buscan explicar lo más ampliamente posible la complejidad de ese “momento histórico”. Nuestra idea es proponer a los lectores la opinión de cada uno. La mayoría de estos trabajos tienen una postura ideológica contraria a la oficial en Cuba, la que ha impuesto el gobierno, y por ello hemos invitado a casi todos los intelectuales cubanos a que nos envíen sus opiniones, lo seguimos haciendo, pero vergonzosamente las respuestas son negativas y siempre han sido al estilo: “Me gustaría decir lo que pienso en un sitio independiente como OtroLunes, pero ya sabes…”. Y ese “ya sabes”, seguido de esos tres puntos suspensivos, lo sabemos, es una clara referencia al temor a represalias por publicar en un medio que las autoridades culturales cubanas catalogan como “enemigo”.
En un futuro, quiera Dios no muy lejano, si en Cuba se dan las circunstancias de respeto real a la libertad de los creadores y pudieras regresar, ¿te atreverías a intentar la aventura de una revista independiente en esa patria nueva?
Tendría que ver cuándo ocurre eso, si acaso ocurre, pues viendo lo que sucede soy muy pesimista. Y digo que tendría que ver porque mi vida ya está hecha fuera de la isla, mis hijos siguen esa senda y considero que para hacer una revista independiente que hable sobre Cuba, gracias a las tecnologías, no es necesario estar allá. Confluyen otras cosas también muy personales: mi madre acaba de morir este año en La Habana, mi padre podría seguirla en los próximos años pues ya está bastante viejo, y soy hijo único. Allá me quedan apenas unos pocos amigos: Ángel Santiesteban, Nelton Pérez, Rafael Vilches, Enmanuel Castells Carrión, porque los demás supuestos amigos, o me dieron la espalda cuando caí en desgracia, o se apartaron silenciosamente, o me comunicaron por debajo del telón que entendiera los miedos que los obligaban a ni siquiera atreverse a mencionar mi nombre en público, o colaboraron con la policía política cubana en mi contra. Aunque respeto el derecho de todos ellos a hacer con su vida lo que deseen, no me siento en deuda con ninguno como para ir allá a asumir un proyecto que los incluiría. Sé que mi Dios me pide que perdone, para sanar mi alma, pero Él sabe bien que hay dolores de los cuales uno no puede desprenderse tan fácilmente, y uno de esos es el dolor de la traición de gente por la que incluso te sacrificaste ante el régimen. De mi generación, que éramos unos 50 escritores en los años ochenta, apenas queda en Cuba una decena, así que muchos de mis colegas y amigos actuales viven en España o Estados Unidos, países que puedo visitar y visito con frecuencia gracias a mi pasaporte alemán.
Pero, ahondando en tu pregunta, reconozco que un reto que sí me gustaría asumir es, llegado ese momento de cambio real, construir algún proyecto que vincule y reconecte las dos orillas, porque si algo he aprendido en estos años de destierro es que la diáspora cultural cubana es una de las más grandes proezas de resistencia cultural que ha existido en la historia de la diáspora mundial y eso ofrece un escenario muy claro: si se quiere hablar hoy de cultura cubana, obligatoriamente, hay que hablar de esa enorme fuente de creatividad, talento y propuestas de toda índole que existe fuera de la isla.
¿Cuántos libros integran hoy tu catálogo? ¿Cuáles editoriales publican tus textos?
La cantidad de mis libros está relacionada con mi salida de Cuba en 2005 y con mi reacción al modo en que me echaron de allá. Te remito entonces a esa pregunta que me hiciste donde ya aclaré que no me fui de Cuba; como diríamos en cubano “me fueron”. Y aunque antes intenté resumirte las etapas y condiciones anómalas de mi destierro, ahora me siento obligado a explicarte las razones.
Entonces, como ya dije antes, no soy un exiliado, soy un desterrado, que es algo bien distinto. Jamás quise irme de Cuba, porque siempre pensé que era mucho más contundente seguir diciendo lo que pensaba en Cuba. Cuando las autoridades cubanas aprovecharon uno de mis viajes a Europa, en 2005, en esa ocasión con motivo de una gira de presentación en España de mi novela Santuario de sombras, para impedirme entrar a mi país cuando llegó el momento de regresar al final de esa gira, mi cabeza se lanzó a una serie de recuerdos y análisis de esos recuerdos intentando aclararme a mí mismo algo que creí un ensañamiento en mi contra, pero que descubrí luego ha sido una estrategia usual para quitar del medio a ciertos personajes “incómodos”. He contado ya en otras entrevistas, entre ellas una muy reciente a la poeta cubana María Elena Cruz Varela, que cierto comisario cultural, cuya única originalidad en el mundo de la alta política cultural cubana es su negra melena y su especialización en lamer las botas de Fidel y Raúl Castro, dijo en una reunión: “Amir es una papa podrida y ya sabemos lo que debe hacerse con esas papas para evitar que contamine al resto de las papas”.
¿Por qué esa jugada sucia, en vez de lanzarme tras las rejas como han hecho centenares de veces con otros escritores, artistas e intelectuales críticos? Le comentaba a María Elena, y te repito aquí, que ante preguntas como estas uno no puede zafarse de la pedantería, así que ahí voy. Como muchos saben, llegué a gozar de un protagonismo en el universo cultural cubano y europeo que me daba una visibilidad nacional e internacional y, en cierto modo, eso me blindaba: reprimirme tan burdamente sería un error. ¿Por qué? Simple: algunas prácticas gubernamentales comenzaban a relajarse y la represión directa a representantes de la cultura, después de la repulsa internacional que recibió la dictadura por los encarcelamientos durante la Primavera Negra de 2003, hizo que nuestros políticos y comisarios culturales se replantearan algunas estrategias de control de la intelectualidad apostando entonces por una represión más sutil, más enmascarada, centrándose aún más (pues era algo que existía, pero menos estructurado) en que el reprimido nunca pudiera demostrar con hechos quién lo reprimía, de dónde partía la orden de reprimir, por qué era reprimido…, todo muy distinto a la torpeza prepotente del “caso PM”, del “caso Padilla”, las “parametraciones” o la persecución de homosexuales en la cultura y la educación, para mencionar sólo algunos sucesos siniestros de las primeras décadas de eso que siguen llamando “Revolución”.
El hecho es que, pese a que en esos primeros años del siglo XXI los comisarios decían públicamente que las únicas “papas podridas” que seguían moviéndose en los escenarios oficiales de la cultura eran Antonio José Ponte, José Prats Sariol, Rafael Almanza y yo, realmente a nosotros nos ayudaba bastante que algún maquiavélico asesor había convencido al Líder Supremo de la necesidad de apelar a la sutileza para reprimir. Algunos amigos que trabajaban en posiciones de la cultura me comentaban, extraoficialmente, claro, que la orientación era que Cuba no se podía dar el lujo de seguir perdiendo el apoyo de la intelectualidad internacional de izquierda que, como sabemos, se dividió profundamente con los ensañamientos oficiales durante sucesos censores y represivos que afectaron las libertades individuales como la Carta de los Diez a inicios de los noventa primero y, después, con la razzia contra la prensa independiente en la llamada Primavera Negra, de 2003.
Te repito, llegado este momento, lo que he dicho en otras ocasiones: Yo no era, en lo absoluto, un opositor, pero sí lo eran mis ideas, siempre dejé claro que no pertenecía a ningún partido ni grupo opositor y eso impedía que los represores pudieran encasillarme como “mercenario del imperio”, “miembro de grupúsculos” y esas otras etiquetas que siempre utiliza el gobierno en Cuba, así que les costaba mucho trabajo desacreditarme o reprimirme por alguna causa que no fuera la más visible: mis criterios críticos y las relaciones de amistad que mantuve con disidentes o proyectos culturales no oficiales, como Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, el proyecto Vitral de Pinar del Río, o Patricia Gutiérrez Menoyo y su Colección de Cultura Cubana desde Puerto Rico. Tan perdidos estaban conmigo que cuando el antes mencionado melenudo Comisario Cultural dio una reunión nacional donde prohibía oficialmente mi nombre (y el de otros colegas) en el escenario de la cultura (no podía publicársenos, invitársenos a eventos, mencionársenos en estudios y publicaciones, etc.), ya que alguien preguntó por qué mi nombre estaba en esa lista, la razón que dio fue: “Amir trabaja para esa señora (hacía referencia a Patricia Gutiérrez Menoyo y el proyecto Colección Cultura Cubana) y de esa señora no sabemos sus intenciones”.
Por otro lado, necesito detallar lo que te comentaba del protagonismo que alcancé: por un lado, como en su momento han dicho escritores de la talla de Guillermo Vidal, Sindo Pacheco, Alberto Garrido o Ángel Santiesteban, gran parte de mi generación, básicamente los narradores, me consideraban una especie de líder generacional, y nótese que estamos hablando de una de las generaciones que más ha impactado en la historia literaria nacional de las últimas seis décadas. Por otro lado, como resultado de los talleres de escritura que, gratis y fuera de las instituciones, impartí durante años en La Habana y en otras regiones de la isla, gran parte de los escritores de las nuevas generaciones eran mis alumnos, elogiaban mi independencia de los grupúsculos habituales en el escenario literario nacional y muchos me profesaban un respeto incluso reverencial. Además, otros muchos escritores jóvenes estaban agradecidos a mi labor promocional, pues los había publicado por primera vez en revistas extranjeras con las que yo colaboraba o en antologías que preparé en la isla. Y en los años previos a la satanización oficial contra mi nombre y mi obra en Cuba, adquirí también mucho más prestigio entre los jóvenes escritores y periodistas cubanos gracias a mi participación, primero, como profesor en el Seminario Televisivo de Técnicas Narrativas de Universidad Para Todos, junto a Eduardo Heras León y Francisco López Sacha, y después, también junto a ambos, como profesor en los primeros años del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Súmale a eso el impacto social que tuvo la circulación de miles de copias clandestinas, impresas y digitales, de mi libro sobre la prostitución en Cuba, Habana Babilonia, que me había convertido en un nombre muy conocido más allá del escenario cultural. Otro detalle importante que confluye aquí: aunque en esos años de ostracismo intelectual sólo logré publicar en Cuba una novela, Los desnudos de Dios, porque ganó el premio nacional La Llama Doble de literatura erótica y no publicar la obra premiada sería una evidencia muy abierta de censura, mi serie de novelas negras sobre casos criminales en La Habana me había abierto las puertas de Europa y varias de ellas habían ganado premios importantes, además del favor de la crítica española y alemana. Desterrarme, como puede verse, fue una jugada magistral: era menos torpe, y menos escandaloso, lanzarme al destierro que reprimirme, ya que también muchos de mis promotores en Europa y América Latina eran importantes intelectuales de izquierda, amigos de la Revolución cubana, que conocían mis ideas, pero siempre me respetaron y defendieron porque me consideraban una voz independiente que podía ser muy crítica hacia la realidad nacional de mi país, pero que no se había vinculado a lo que ellos llamaban “el gran enemigo de Cuba: Estados Unidos”.
Ya becado yo en Alemania ocurrió la anécdota por la cual te he contado todo esto, pues a eso se debe la cantidad de libros que he publicado y de proyectos en los que me he enredado. Un amigo, funcionario del Instituto Cubano del Libro, me contó que en una reunión salió a relucir mi nombre y alguien (en otra versión esas palabras fueron dichas por el melenudo que ya antes cité en esta entrevista) dijo: “ahora Amir va a saber lo que es la muerte como escritor. Todos los que se han ido de Cuba, como sabemos, jamás han vuelto a escribir nada que valga la pena, y no tienen nadie que los promueva”. Aparte del disparate que pretende desconocer la enorme calidad de la literatura que se ha escrito en la diáspora en todas estas décadas de “Revolución”, le estaba lanzando ese reto a un nieto de canarios, es decir, a alguien como yo que lo único que he hecho en mi vida como escritor es trabajar, tozudamente. Recordé entonces mi petulancia ante Aida Bahr, mi asesora literaria en Santiago de Cuba, cuando le anuncié mi decisión de irme a probar suerte a La Habana. Aida me dijo que en Santiago era cabeza de león y que en La Habana, si acaso, sería cola de ratón. Yo era entonces el Sumo Pontífice del Reino Autónomo de la Autosuficiencia (como se ve en estas respuestas, me queda algo de esa tara, aunque le pido a Dios cada día que me ayude a eliminar ese defecto) y, aunque no se lo dije porque siempre la he querido y respetado mucho, pensé: “En La Habana, no solo voy a ser cabeza de león; voy a ser uno de los mechones más visibles de la melena del león”. Y nadie podrá decir que no logré cumplir ese sueño: pese a todas las trampas que me pusieron, ahí están mis premios, mis libros, mi participación protagónica en muchos de los más importantes proyectos culturales de esos años en La Habana. Así que el reto que me lanzaron desde Cuba aquellos estúpidos comisarios culturales cuando dijeron que yo estaba condenado a la muerte intelectual y creativa, me inyectó una fuerza descomunal y la idea de que no se iban a salir con la suya. Me propuse tocar todas las puertas, escribir como un poseso, mandar a cuanto concurso existiera, para que mi nombre se colara en las grandes editoriales y los grandes premios de la lengua española. Si miras mi currículum encontrarás lo siguiente: 10 libros publicados en Cuba (en los géneros de cuento, ensayo, testimonio y novela y en las más importantes editoriales) desde 1988 a 2004, es decir, en 17 años; contra 21 libros publicados en 14 años fuera de la isla, en todos los géneros, excepto la poesía, en las editoriales más poderosas de la lengua española (Planeta, Santillana, Seix Barral, Grijalbo, Penguin Random House) y en las seis lenguas más importantes. Mi obra se estudia hoy en más de veinte universidades en todo el mundo, desde la Sorbona en Francia hasta Princeton, en Estados Unidos, y varios de mis libros son considerados indispensables para entender la literatura latinoamericana de mi generación. Al final, si soy justo, debería agradecerles que me hayan desterrado. En cuanto a mi status de autor, inicialmente fui autor del grupo Planeta, luego mi agente literario consiguió incluirme en Santillana (el grupo de Alfaguara, Aguilar y otros sellos muy conocidos), pero al final Penguin Random House compró muchos sellos de Santillana y terminé siendo autor de esa importante transnacional, así que mis últimos libros han salido por Grijalbo, uno de los sellos editoriales más importantes de Penguin para narrativa.
La novela suele tener mayor éxito de ventas. ¿Te influye está característica del mercado editorial a la hora de crear?
Jamás pienso en eso. Pasé del cuento a la novela porque fui descubriendo que mis historias se alargaban cada vez más, que me costaba escribir cuentos cortos, hasta el punto de que mi más reciente libro de cuentos resultó ser una recopilación de los únicos cuentos escritos en los últimos diez años, a razón de uno por año. Pienso literalmente en novela; es decir, es raro ya que me llegue alguna historia para cuento, así que en eso no ha intervenido para nada el mercado. Y eso, ciertamente, me ha ayudado: mis temas suelen ser bienvenidos (porque se venden, que es lo único que parece interesar hoy a los editores) y van envueltos en el formato novela. Mi mayor reto ha sido que no me encasillen con lo cubano, pues los editores te ven y dicen: “pues dame una novela cubana”, y hasta en eso he tenido suerte. En los últimos cuatro años, tres de mis novelas no han sido de temas cubanos, y se han vendido muy bien, además de las buenas críticas que han recibido.
¿Sigues los avatares de la narrativa cubana actual? ¿Qué narradores te interesan más? ¿Qué crees de ese afán experimental de alguno de nuestros autores que convierte sus textos en auténticos galimatías para el lector?
Esa es una pregunta que aprendí a no responder, pues se suele caer en injusticias y olvidos. Pero sí, quienes me conocen, saben que desde mis primeros momentos en la literatura, tuve ese interés por saber qué escribían mis colegas, por descubrir nuevos nombres, por empujar a talentos emergentes para que lograran sus sueños de colarse en el escenario de la literatura nacional. Y eso se ha mantenido ahora, con la posibilidad de que dispongo de todas las fuentes para mantenerme actualizado. Mis intereses son muy amplios y la narrativa cubana actual (que es por cierto, el tema del doctorado que estoy haciendo) es amplísima gracias a la creatividad y talento de cientos de escritores en la isla y la diáspora. Esa sería la primera cosa a especificar: en la isla hay tanta buena literatura como en la diáspora, pese a la clara diferencia de que los de la isla tienen una estructura que supuestamente debe promoverlos y ayudarlos y en el exilio hablamos de una obra hecha a pulmón. También hay mala literatura en ambos lados, que conste, mucho “capillismo”, mucho bluf etiquetado de literatura. Y eso que llamas afán experimental es muchísimo más peligroso: es el resultado del desconocimiento de mucho de lo que se ha logrado en las letras cubanas, pues me ha asombrado ver cómo muchos autores nuevos ni siquiera leen lo que sus colegas de generación escriben, para no hablar de que pasan olímpicamente de libros esenciales para entender que ninguno de ellos está descubriendo nada: es como que alguien diga a estas alturas de la historia humana que acaba de inventar la cocción del huevo duro utilizando agua hirviendo.
No me atrevería entonces a hablar de “narradores que me interesan”, pues sería una lista muy larga y siempre caería en olvidos… Puedo decirte que hay narradores que me gustan, con quienes siento afinidad y a quienes leo asiduamente o incluso persigo: de las mujeres, Aida Bahr, Daína Chaviano, Ena Lucía Portela y Karla Suárez, quienes en mi opinión han escrito obras que ya son clásicas en las letras cubanas. Y entre los hombres: Alberto Garrido, Ángel Santiesteban y Jorge Ángel Pérez, como cuentistas; Sindo Pacheco, Guillermo Vidal, Antonio Álvarez Gil, y Félix Luis Viera como novelistas; o de los que llegaron después, es decir, de otras generaciones recientes, Nelton Pérez, Rafael de Águila, Jorge Enrique Lage y Emerio Medina; o más recientemente, Diana Castaños, a quien seguiré porque creo que tiene mucho que decir y sabe hacerlo de un modo muy original y genuino. Ahí, por supuesto, no menciono, aunque los sigo, a otros de generaciones anteriores como Carlos Victoria, Manuel Gayol Mecías o Abilio Estévez en el exilio y a Reinaldo González y Leonardo Padura, en Cuba. Pero, repito, esos son autores con quienes me siento cercano sentimentalmente, en la mayoría de los nombres que he mencionado, por años de larga amistad.
¿Qué requisitos serían imprescindibles para que un narrador pueda publicar en tu editorial?
La calidad mínima y la honestidad literaria. A estas alturas de mi vida suelo valorar más la honestidad literaria del texto que la calidad, así que los lectores seleccionadores que tengo buscan ese equilibrio. Y es que uno, luego de años de entrenamiento en la lectura, descubre cuándo un texto es falso aunque tenga calidad, cuándo no ha nacido de esa epifanía almática que es la inspiración de un autor genuino y entonces uno ve las costuras de un texto construido para epatar a un público o para insertarse en un tema equis de moda. Otra cosa, que les aclaro a todos los escritores que nos envían manuscritos, especialmente a quienes lo hacen desde Cuba, es que este mundo de la literatura no es para ilusos que quieran hacerse millonarios con un libro. En Cuba, curiosamente, la mayoría de los escritores se creen genios que han escrito una obra genial y que el mundo está lleno de editores desesperados por hacerse millonarios con su genialidad, con lo cual el libro se venderá como caramelos en la puerta de un colegio. Y su reacción, por ello, es bastante injusta con el esfuerzo que suelen hacer y el riesgo que suelen correr algunos editores: creen estos escritores iluminados que apenas salga su libro se harán famosos y llenarán los bolsillos con los royalties y, si eso no sucede, es culpa del editor que está intentando robarles. Olvidan que en el mundo cada vez se lee menos, cada vez más los libros se venden menos, el proceso editorial sigue siendo carísimo, la promoción es carísima incluso en tiempos de la internet y las redes sociales, y que se da el caso de que aunque en Facebook y otras redes miles de personas te elogien por tu nuevo libro y prometan comprarlo, en los números la realidad es otra. Lo bueno de internet es que puedes demostrar todo esto que digo, porque todo es más transparente en cuestión de datos. Un conocido novelista español hace un año fue todo un suceso en las redes sociales con su nueva novela: su anuncio en Facebook del libro (colocado en las principales librerías de toda España y América Latina, y además en todo el mundo a través de Amazon) tuvo más de 70 mil “me gusta”; el video de YouTube anunciando la novela (el autor aparecía leyendo un brevísimo fragmento) alcanzó cerca de dos millones de impactos. La editorial se jactaba de ese impacto, pero meses después, en un encuentro de editores, se supo que apenas había logrado vender unos 1050 libros y que había ganado más la editorial con los dividendos que YouTube da a sus videos más visionados que con las ventas del libro. Así son las cosas. Por eso, cada vez más, sobre todo en pequeñas y medianas editoriales como la mía, hay un regreso al riesgo de publicar obras de calidad, aunque sean un fracaso editorial. Eso el escritor debe entenderlo, pero no suele pasar por ese ego que tenemos todos, que nos hace creer iluminados elegidos por esa diosa casquivana y altiva que es la literatura. Conozco autores consagrados que se consideran satisfechos si venden 500 ejemplares de sus libros.
Ligeramente modificada, te ofrezco una cita de Gonzalo Torrente Ballester para, con tus reflexiones sobre ella, despedir esta entrevista. “Por mucho que corran los siglos siempre habrá en algún rincón del planeta alguien que cuente una historia y alguien que quiera leerla”.
Los tiempos de Torrente Ballester eran otros. Lamentablemente, a medida que pasa el tiempo, pongo más en duda esa cita. La única esperanza está, no en el lector, sino en el escritor mismo, pues escribir es un don con el que se nace, una llama interior que te obliga a crear mundos en tu cabeza y a escribirlos, y es bastante imposible que quien nazca con ese don logre vencer la pulsión de fabular y renuncie a escribir, pues nunca se sentirá un ser completo, dichoso, realizado. Eso lleva a una conclusión: siempre, sea en la modalidad que sea, existirá la literatura. Pero lamentablemente el problema está en cómo hacer que la gente lea, pues leer no es un don con el que se nace, es una costumbre adquirida, enseñada por los padres, por la escuela, por la sociedad. Y todo indica que a los padres de hoy, a la escuela de hoy, a la sociedad de hoy, le interesa cualquier cosa, menos que sus hijos aprendan a leer.