En Cuba aún se encara la realidad de las esferas menos favorecidas de la vida social cubana como “excepción” y “tema escabroso”. En efecto, lo ha sido para las ciencias sociales en Cuba, debido a una serie de factores diversos a lo largo del siglo XX. No quiere esto decir que se haya silenciado por completo el tema: desde luego que no. El etnólogo Fernando Ortiz, a principios del siglo XX y con él algunas obras narrativas, abordó el tema —ver la novela Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, y asimismo en cierta medida parcial Écue-Yamba-O, de Alejo Carpentier—, pero fueron minoría.
También resultaron infrecuentes obras pictóricas como Campesinos felices, de Carlos Enríquez, estremecedora imagen de la miseria en los campos cubanos en la primera mitad del s. XX. La marginalidad, con sus inherentes cargas de discriminaciones diversas, miseria, subempleo, delincuencia, desamparo y fragmentado mosaico cultural, ha sido objeto de poca atención en la mayor de las Antillas. Los productos culturales relacionados con la marginalidad han sido escasamente estudiados. Después de 1959, otros factores agravaron la falta de atención a la cultura marginal en Cuba.
El primero y más importante tuvo que ver con la convicción —ideologizante, manipuladora y todopoderosa— de que no valía la pena estudiar la marginalidad pues el socialismo, concebido como panacea infalible y universal, iba a erradicarla en un plazo brevísimo. Es curioso que en la década del setenta, como la emigración por el Mariel, el término “escoria”, aplicado a una serie de personas, aludía a esa noción de marginalidad que, desestimada por las ciencias sociales en el país y, en general, por la comunidad académica, más empeñada en teorizar sobre la construcción del socialismo y ser políticamente confiable que en analizar la realidad mordiente de ciertas zonas urbanas o campesinas, cada vez más dañadas por el declive económico del país.
A ello se sumó un segundo factor: el atasco en que se vio la sociología como ciencia social, cuestionada —desde perspectivas muy dogmáticas— como innecesaria, ya que supuestamente el materialismo histórico marxista llenaría sus funciones, a lo que se agregó, una vez establecida la carrera de sociología en la Universidad de La Habana, el hecho de que nunca tuvo ni una matrícula nutrida, ni un mercado laboral suficientemente definido y amplio para sus graduados —muy a menudo derivados hacia la docencia de filosofía marxista—.
"Hay una cultura marginal consolidada, con su subjetividad socializada que se manifiesta en prácticas y valores culturales vinculados directamente con condiciones sociales de desventaja, en particular económica"
Un tercer factor académico de gran importancia fue una carencia similar en cuanto a formación de antropólogos sociales. Ni la etnología, ni la antropología —a pesar del Instituto de Etnología y Folclor de la Academia de Ciencias de Cuba— lograron crear una comunidad científica perceptible en el país. Actualmente (2023) la realidad social se ha encargado de llamar a la puerta. Los embates profundos que ha sufrido la sociedad cubana desde la década del noventa han tenido entre sus numerosas consecuencias enfrentarnos con el hecho innegable de una marginalidad en el país.
Hay una cultura marginal consolidada, con su subjetividad socializada que se manifiesta en prácticas y valores culturales vinculados directamente con condiciones sociales de desventaja, en particular económica. La marginalidad tiende a generar un modus vivendi en el que la supervivencia tiende a tergiversar valores vinculados con el sentido de la legalidad, la institucionalidad y la convivencia social políticamente organizada, así como reproducir ciertos patrones axiológicos, y se proyecta en muchos sentidos.
Ello genera una manera de ejercer criterios discriminatorios a partir de puntos de vista de género, del poder adquisitivo, de un determinado influjo —arbitrario— sobre el grupo social, la búsqueda y disfrute de un cierto tipo de impunidad, etc. La marginalidad, tanto como otras zonas sociales con mejores condiciones de vida colectiva, estimula también un precario y, sobre todo, socialmente distorsionado capital cultural y estimula una subjetividad socializada refractaria a usufructuar las disposiciones del organismo social en cuanto a la circulación, percepción, exhibición, generación y cambio de valores y bienes culturales.
Pero esto no quiere decir que la marginalidad se mantenga por completo autónoma en cuanto a la circulación de valores culturales, ni que sea incapaz de influir sobre el resto de la sociedad. La marginalidad se mantiene alejada del flujo general de bienes culturales en una sociedad dada, en particular de los más directamente vinculados con el pensamiento teórico y crítico. Esa indiferencia por todo lo que no signifique supervivencia o ganancia económica, la desconexión con el resto de la sociedad y, también, su percepción negativa o refractaria del organismo colectivo general, convierten la marginalidad en un fenómeno social que, caracterizado por razones sobre todo económicas —aunque hay también móviles discriminatorios y segregacionistas de otro tipo—, se realiza como una estructura de aislamiento y, en el plano sicosocial, de desesperanza.
"Hay que señalar que la marginalidad no siempre está vinculada con la pobreza y, desde luego, tampoco es necesariamente obligatoria una relación inversa: la pobreza no implica siempre marginalidad"
Hay que señalar que la marginalidad no siempre está vinculada con la pobreza y, desde luego, tampoco es necesariamente obligatoria una relación inversa: la pobreza no implica siempre marginalidad. Una existencia marginal, por tanto, entraña patrones de percepción. Así se crea un terreno en que convergen la realidad de la vida social de un grupo marginal y la percepción de los individuos que en ella se desarrollan. De aquí que la marginalidad social entrañe una manera de ser, cuyo estudio es crucial para la sociedad contemporánea si de un desarrollo posible se trata, ya que la marginalidad entraña un modo de querer y unas metas de la voluntad.
En este sentido, hay que señalar que son invaluables estudios que abordan el asunto desde el punto de visto histórico, como Una sociedad en crisis: La Habana a finales del siglo XIX, de María del Carmen Barcia, un texto fundamental en esta línea, donde se valoran elementos de interés para el estudio de la marginalidad,como la fundación del periódico La Cebolla, una publicación de y para prostitutas1.También puede señalarse el libro de Yolanda Díaz Martínez, La peligrosa Habana. Violencia y criminalidad a finales del s. XIX2, entre otros destacadas investigaciones suyas sobre la delincuencia en La Habana.
Por otra parte, no puede dejar de mencionarse la recopilación de obras de teatro de dramaturgos del grupo "El Puente", Re-pasar El Puente,3organizada por Inés María Martiatu, quien recoge una serie de obras que abordan tanto el problema de la discriminación racial en Cuba, como el problema de la marginalidad, en obras diversas como Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene; Los cuchillos de 23, de Reinaldo Hernández Savio; Yago tiene feeling, de Tomás González y Vade retro, de José Milián.
En el cine cubano se trató el tema de la marginalidad por primera vez por alguien que también fue miembro de "El Puente", Sarah Gómez, en su documentalística y su único filme de ficción, De cierta manera. "El Puente" tuvo un interés marcado por tratar artísticamente el tema de la marginalidad. "El Puente" terminó por ser un grupo creador cuyas propuestas fueron cuestionadas, denegadas o desestimadas. Hubo que esperar a fines de la década del ochenta e inicios de la década del noventa, para ver conmocionarse el distanciamiento, extrañamiento o rechazo de la marginalidad como tema de las artes insulares. La profunda crisis, a la vez económica y axiológica, impulsó a asomarse a una realidad silenciada. René Peña y Roberto Diago, en las artes plásticas, y una nueva oleada de narradores del realismo sucio. Mientras, Abel Sierra Madero probaba perspectivas de análisis desde la antropología urbana sobre fenómenos de la cultura marginal, la sexualidad y el replanteo de la historia de la nacionalidad.
"La mejor crítica de teatro actual está asumiendo implícitamente la fuerza de la marginalidad en la sociedad cubana, consecuencia terrible de la lacra esclavista, y de otras deformaciones profundas sufridas por la sociedad cubana a lo largo de su historia y en particular en las décadas más reciente"
Los estudios teatrales deben integrarse a esta atención a los fenómenos de los márgenes sociales y ahondar la construcción de un elemento esencial del habitus de la marginalidad cubana: el ícono de la mulata de actitud cuando menos rebelde y destino trágico en razón de su carácter marginal. Se configuran personajes femeninos emblemáticos del teatro cubano —Camila, Iluminada Pacheco y María Antonia— y se las asume como heroínas. Hay aquí un elemento problemático de gran interés.
La mejor crítica de teatro actual está asumiendo implícitamente la fuerza de la marginalidad en la sociedad cubana, consecuencia terrible de la lacra esclavista, y de otras deformaciones profundas sufridas por la sociedad cubana a lo largo de su historia y en particular en las décadas más recientes. ¿Heroínas, pues? Sobre todo, se trata de antiheroínas, criaturas que, más que meditar, trazan un angustiado ademán de desesperación frente a una subjetividad socialmente marcada, encerrada en unos patrones axiológicos y unas limitaciones económicas, que convierten su trayectoria de mujeres en una agonía desesperada, a la cual, en buena medida, contribuyen sus propias mentalidades.
En Cuba, la marginalidad y la fuerza de patrones subculturales han mantenido una determinada vigencia. El estudio de la relación entre mujer y marginalidad en el teatro cubano permitirá un retrato mucho más verídico que el que en su día trazó el cine insular de la mujer cubana en un filme como Habanera, de Pastor, donde la imagen de la mujer habanera hace pensar más bien en una mujer incrustada en un mundo entre profesional y burocrático, encerrada en una casa de gran porte, cuya extensión lateral, en una secuencia inolvidablemente frívola, parece no terminar nunca.
Esa siquiatra del filme Habanera halla su contrapunto en otra imagen burocrática, angustiada y llena de asfixia moral y social, en un mediometraje de mucha mayor estatura artística, La soledad de la jefa de despacho, de Rigoberto López, mientras que Mujer transparente ofrecía en los ochenta una perspectiva variopinta —Héctor Veitía, Mayra Segura, Mayra Rodríguez, Mario Crespo y Ana Rodríguez— sobre la problemática de la mujer en Cuba.
"Grandes figuras del teatro insular, como las mujeres de Réquiem por Yarini, tienen sus raíces en la cultura marginal del país, una zona que no puede ser desconocida, ni ignorada, ni menospreciada, por cuanto forma parte de la fusión cultural interminable"
Se precisa volver a valorar a María Antonia, Iluminada Pacheco y Camila, tanto como estudiar un arquetipo de mujer marginal y marginada. Si bien en el teatro vernáculo cubano del s. XIX hallamos muchos atisbos de la mujer sojuzgada que busca imponerse tanto al inmigrante español —“el gallego”— como al criollo sandunguero —“el negrito”—, si bien en El becerro de oro hay también, silueteada, un boceto de este tipo de mujer que, aquí desde la picardía, trata de escapar a su destino, en el siglo XX la gran figura que antecede a Camila, Iluminada y María Antonia, es sin duda Juana Rebolico, de Flora Díaz Parrado.
Un análisis de la construcción de estos personajes puede concluir que, en su peculiar marginalidad —mujeres pobres, de limitada formación cultural, ahogadas por un machismo perdurable en Cuba—, forman parte de un espacio vital de la realidad insular. Grandes figuras del teatro insular, como las mujeres de Réquiem por Yarini, tienen sus raíces en la cultura marginal del país, una zona que no puede ser desconocida, ni ignorada, ni menospreciada, por cuanto forma parte de la fusión cultural interminable.
Notas
1 Cfr. María del Carmen Barcia: Una sociedad en crisis: La Habana a finales del siglo XIX, Ed. Ciencias Sociales, 2000, p. 82.
2 Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2005.
3 Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2010.