Tal vez un disparo ficticio provoque una muerte real en Caracas y la veracidad de ese fallecimiento la constate un ornitólogo aficionado al observar la figura exánime de un estornino a sus pies. Con esta muerte, génesis de una violencia silenciosa y retrospectiva que lo inunda todo como aguas que se adentran en una ciudad, inicia la novela de Gerardo Fernández Fe, El último día del estornino, publicada en España en 2011 por la editorial Viento Sur, de efímero trayecto, y reeditada en 2022 en Audere Libros.
Esta muerte emplumada y misteriosa sorprende a Luis Mota, personaje principal o secundario a lo largo de la novela, quien acaba de salir del cine tras ver una película de Vin Diesel. El gusto por este tipo de cintas funciona en Mota como un escapismo del mundo a su alrededor, del que —como una fuerza centrífuga— se ha ido apartando, pues sus intereses alejados de lo común lo han convertido en un hombre reservado y huraño que disfruta constatar en una pantalla la irreal adrenalina de terceros.
Seguidamente Mota entra en una biblioteca, solicita tres libros sobre aves y, a cambio, recibe un grueso tomo titulado Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, de cuyo interior salta un hallazgo tremebundo e inusual: una pistola que capta su atención y que abre el abanico literario propuesto por Fernández Fe.
Con este descubrimiento en un sitio aparentemente pacífico y alejado de cualquier hostilidad, un inquieto Luis Mota se va desvaneciendo poco a poco ante el lector gracias a la magistral secuencialidad narrativa que Fernández Fe compone a lo largo de su novela.
El mapamundi del Gran Hermano
Como si se tratase de una matrioshka, historias con diferentes intensidades y locaciones geográficas desentrañarán conflictos cuyos protagonistas viven o escapan de ellos al antojo de un segundo narrador surgido por una infidelidad. Se llama Octavio Forlán y es un escritor que, desde la cama de una habitación, le comenta sus proyectos literarios a su amante durante los impasses del sexo adúltero. Ella, identificada como “la madre de Amaranta”, escucha absorta y, desde su imaginación, recrea lo narrado por Forlán en voz alta.
A través de un escritor con apellido de futbolista famoso, Fernández Fe extiende el mapamundi por donde transitan la paciencia de un francotirador en un devastado Sarajevo en plena guerra de los Balcanes, o el periplo de una indocumentada cubana a través de Grecia, que es recogida por un camionero amable y lacónico cuyo pasado internacional como chófer se acumula en un “cuentamillas” de recuerdos, mientras maneja por una carretera del Peloponeso.
Resulta llamativa la razón por la que Fernández Fe escogió Venezuela, específicamente Caracas, para que su novela tuviera punto de partida y centro narrativo. El propio autor visitó la capital suramericana en 2001, justo un año antes de que el Gobierno de Hugo Chávez estuviera envuelto en las convulsiones de un breve golpe de estado, tras lo cual, amparado por el encanto del populismo, impondría con garras su poder político sobre cada uno de los sectores de la sociedad venezolana.
Esto resulta cardinal en la historia, pues Boris Nerén, el esposo de “la madre de Amaranta”, es un ingeniero químico procedente de una vieja familia ligada a la política nacional que, de manera inusual, recibe funciones y voto de confianza de parte de una de las tantas manos subrepticias del Gobierno; si bien poco después comienza a percibir sobre la nuca el soplo oscuro de la vigilancia. Nerén sabe, pues, que unos ojos ocultos permanecen al tanto de cada una de sus actividades —las públicas y las más íntimas—, lo que le genera cierto estado de paranoia, como si la mirada de ese “Gran Hermano” estuviera posada sobre él de una manera fija.
Con la caracterización de este personaje y sus largos episodios de obsesiones, desinterés por lo más elemental sobre la familia y el mundo empresarial de la industria petrolera venezolana, descrita desde la percepción de una esposa desencantada, Fernández Fe, realiza una magistral equidistancia de los poderes totalitarios sobre la vida de las personas, definiendo su grado de utilidad a partir de pequeñas señales, lo suficientemente potentes como para generar malestar. Todo ello incide en “la madre de Amaranta”, quien encuentra en la infidelidad una manera de escapar de la vida rutinaria y de su esposo, un hombre que está más interesado en sentarse en una terraza a beber whisky, que en conversar con ella sobre cualquier tema, por anodino y casual que fuese.
Ignorados por la historia
Sin embargo, más allá de lo moralmente comprometido, la infidelidad para el autor de esta novela es la mejor justificación para las extendidas digresiones realizadas a través de Octavio Forlán, quien, en su oficio de escritor y amante ocasional, le describe sus proyectos al detalle a la mujer casada que posee con el frenesí de quien experimenta lo prohibido.
De esta manera entroncan Luis Mota, todavía en la biblioteca con el libro del hallazgo y la pistola agarrado al pecho, y una mujer que llega y se sienta a tomar notas con aire desinteresado. Probablemente se halle ante la misma persona que vive una aventura amorosa como medio de fuga a sus días corrientes. Entonces la mirada fija de este hombre poco agraciado incomoda a la nueva usuaria de la biblioteca, quien espera impaciente por una cita que no acaba de concertase.
Con esta confluencia de observador y observada, en un lugar paradisíaco desde la percepción borgeana, Fernández Fe comienza a deshojar a este, su personaje principal, que es tan importante como silencioso, pero como lo planteara Severo Sarduy: desde antes de su nacimiento.
Luis Mota tiene un pasado familiar tan ajeno como marcado por la violencia, como consecuencia de los delirios de grandeza de su madre, Emperatriz Agüero, una mujer cuyo nombre es una interesante y monárquica paradoja.
Emperatriz es una señora cuyos días pasan entre lo borroso y lo nítido. Parece estar enferma de Alzheimer, por lo que relata unas veces a modo de monólogo, y otras con un loro como único espectador, sus días agitados de luchadora clandestina en Caracas durante los años sesenta y setenta, cuando el aire contaminado de la revolución cubana ennegreció la atmósfera de varios países de América Latina con movimientos urbanos y guerrillas entrenadas en la isla.
Emperatriz es visitada una vez al mes por su hijo en la residencia donde vive lejos de la ciudad. En sus desvaríos de heroína frustrada, su hijo, Luis Mota, se pregunta si la cantidad de acciones que la anciana relata como autora o participante es cierta, más allá del hecho ocurrido.
"Gerardo Fernández Fe realiza una magistral equidistancia de los poderes totalitarios sobre la vida de las personas."
Sin embargo, la especificidad de los acontecimientos reales narrados por Emperatriz y llevados a cabo por los movimientos conspirativos en Venezuela es un detalle que reluce por lo minucioso de la investigación realizada por Fernández Fe, para dejar como un negativo colocado a trasluz los recuerdos de la entonces temeraria joven, movida por la aspiración de morir en una acción de combate para entrar gloriosa a las páginas de un libro de historia que la ignorará soberanamente y que ni siquiera le dedicará unas notas al margen.
Es en la rigurosidad violenta que sacudió a la capital venezolana en esos años, donde, desde el presente de una biblioteca caraqueña, Fernández Fe une magistralmente varios puntos dispersos en la novela: la pistola hallada dentro de un libro de filosofía, el gusto de Luis Mota por la adrenalina que generan ciertas películas, el disfrutable y riesgoso sexo de una aventura extramarital y las poderosas ficciones que sirven de consuelo para darle sentido a una vida triste y senil como la de Emperatriz Agüero.
La estancia en la biblioteca, espacio celestial donde Luis Mota realizó un hallazgo silencioso —símbolo además de un advenimiento trágico— concluirá cuando este abandone el recinto y, a solo pasos del mundo real, se convierta de golpe en víctima involuntaria de la certera puntería de un vuelo final y de la tórrida violencia de la historia donde habita otro libro que Fernández Fe ha escrito como un francotirador de la elocuencia literaria.
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