Los cuatro relatos de La otra guerra de los mundos tienen la lucidez de una conversación y, quizás por eso, su misma tristeza. Alejados de cualquier orilla, de cualquier bando o partido, sus personajes recorren el contorno de la política, de lo público, del universo digital, la disidencia, pero su vocación es la intimidad. Es en lo privado —y qué hay más privado que los pensamientos, la hipocresía, la traición, el dolor— donde brota la raíz de este libro, en las breves y cotidianas batallas del cubano, inmerso en la paradoja de su isla.
Del cuarteto, prefiero la primera historia, testimonio de cuán disueltas están las fronteras entre la verdad y la conveniencia. En el ajedrez político cubano, quién es el héroe y quién el espía, quién es el amigo, el confiable, y quién va tomando nota de nuestra conversación, para entregarla a la policía.
Es en “La certeza” donde todos los personajes enfrentan el filo de su propia máscara: ¿el activista de hierro es en realidad un ladrón barato? ¿El amigo y confidente podría revelarse como envidioso del poder, como el “segundo” que desea escalar al último peldaño? ¿La propia narradora del relato, no es acaso un agente, o peor, una sin patria, que se vende a quien pague mejor? Detrás de todos está la sombra, regordeta y empañada, de quien nos vigila a todos. Sin nombre, pero omnipresente, y que lleva cuenta de nuestras palabras.
Presentir una isla
Por los demás cuentos transitan personajes que nos son familiares, triturados por la isla como nosotros, inmersos en el absurdo cotidiano, donde solo el exilio o la muerte —el destierro sin retorno— aparecen como salidas.
Es el mundo narrativo de Yusimí Rodríguez, habanera que vive en Madrid, y cuyo libro ahora premia Ediciones Deslinde. De La otra guerra de los mundos ha escrito Félix Sánchez que es “identificable con la Cuba de los años recientes”, y que destaca por “la riqueza de las situaciones, la vitalidad de sus personajes, el buen trazado y recreo de los conflictos y su evolución, y la maestría de la narración, mediante una prosa, siempre a tono, incisiva y seductora”.
No cabe duda de que estos cuatro textos de largo aliento, escritos desde la memoria dolorosa e íntima de la autora, deparan al lector un regreso a esa isla nuestra, arisca pero tentadora, a la que siempre volvemos en busca de cariño, palabras y tiempos perdidos.