Donde el desierto prolifera
Vengo de una hueste de alucinados indomables.
De eclipses me alimento,
de erupciones, deflagraciones, abismos,
superficies pulidas por la recia terquedad del golpe o la caricia
o la intemperie paciente o la mordida.
En manantiales secos o enlodados bebo el elixir de la nada,
la pertinacia que transmuta carne en cristal, fetidez en fuego fatuo.
Con todo lo que se anquilosa y fermenta crecí,
con todo lo que transa o se endurece y desmorona.
Con cuanto fue destello en el rocío o negrura en la ceniza
y luego el viento dispersó entre árboles, persianas, hendiduras;
con el murmullo de aquel viento
cargado de viejos esplendores enclaustrados,
aprendí la tradición de mi estirpe:
con el viento y con el trueno que restalla
en lo hondo de la nube, en la viscosidad de la sangre;
con todo aprendí a desconocer y reaprender.
Un resplandor fugaz nos atraviesa,
un día de breve eternidad somos,
un malabar frenético es todo lo que existe:
rocas cinceladas por la fiebre,
hijas y madres de un linaje inconstante,
inmarcesible aun después de morir.
Por eso la hierba espigada es mi bandera,
por eso hice del fin mi única patria.
Por eso no tengo escudos ni más himnos
que la gratitud de ser y el suspiro ante el ocaso.
No blando otras armas que la verdad y el amor
(esos arcaicos surtidores de locura):
con ellas mato y muero a un tiempo,
con ellas soy tiempo en espiral, eco que persiste
en el pecho de cada peñasco, en el ala de cada gorrión pardo y vivaz.
Vengo de una hueste de sedientos, de insaciables soñadores,
y aunque ahora estoy aquí, como atrapado
en la maldita circunstancia de la erosión en todas partes,
aunque la insensibilidad desgobierne este reino tangible,
no estoy preso en su ruedo, ni desfallezco
ni ignoro mi destino inevitable:
yo vine a construir, a sembrar donde el desierto prolifera,
a poblar de daimones el vacío de los ojos,
de aspiración el alma
de esos cántaros que caminan sin rumbo ni propósito,
día tras día sujetos a la trampa frágil del miedo y la ignorancia.
Ignorante vine, y tozudo, para poner piedra sobre piedra,
para agujerear de constelaciones la oscuridad del insomne:
cosmologías, mitos, espejismos traigo, paradojas.
Allí donde las manos palpan fatigadas la frontera de lo real
vengo a desbrozar futuros,
allí donde las piernas se hincan sin defensa
planto amnistías y negocio un renacer.
Yo vine a construir, a dar aliento sin tenerlo,
y no importa que trueques o amordaces la luz de tu horizonte,
no importa que seas tu propio holocausto,
pues donde tú tramas olvidos yo clavo palabras, pasadizos,
y donde te arrancas la fe yo perpetro leyendas seminales
con que instigarte al leve sismo, al escozor, la sacudida.
Donde eriges tu pilar de ausencia y decepciones,
yo me abro el pecho para darte encrucijadas, disyuntivas, puertas,
seductoras ocasiones para hallar en la selva de lo ignoto tu reflejo.
No habrá vacío sin tormentas, te digo:
no habrá tormenta sin despertar,
porque vengo de una hueste inmemorial y soy tu sangre,
porque vine a construirte cada vez que te destruyas.
El poema "Donde el desierto prolifera" pertenece al libro Gravitaciones, Ediciones Vigía, 2018.