La pintura Judith decapitando a Holofernes muestra la destrucción absoluta del enemigo. Vemos en el cuadro como esta valiente mujer ajusticia al verdugo de su pueblo con la ayuda de su sirvienta. Ambas mujeres son muy fuertes. Ambas poseen volúmenes casi hercúleos. En sus músculos hay un esfuerzo tremendo y una excesiva brutalidad.
La sangre que escapa del cuello de Holofernes lo encharca todo… Sin embargo, las telas de la cama son muy elegantes y la composición de las figuras es hermosa.
En esta obra magnífica se aprecia lo que un crítico de arte denominaría “la aristocracia de la crueldad”.
Judith decapitando a Holofernes fue pintado en Roma por una mujer en el año 1612: Artemisia Gentileschi.
El rechazo, siempre el rechazo… “Orate pro pictora”
Existía un profundo rechazo y escepticismo a que las mujeres tuviesen profesiones artísticas. Ni siquiera se les consideraba capaces de tanto. De manera que no podían asistir a las academias de arte. ¡Y mucho menos realizar dibujos anatómicos! La visión del cuerpo desnudo por parte de una mujer era considerada impúdica y pecaminosa y podía, según la visión de los hombres, hasta perturbar sus mentes.
Sin embargo, Artemisia Gentileschi consiguió evadir el rechazo de su tiempo, escabullirse del asedio de aquellas mentes endurecidas por el patriarcado y los dogmas eclesiales y crear obras maestras.
Antes que ella hubo tres o cuatro pintoras magistrales. Mujeres que se armaron de paciencia y utilizaron su talento no solo para pintar sino para sobrevivir.
Sofonisba Anguissola, por ejemplo, que terminó su vida siendo pintora de la corte española de Felipe II, fue, si podemos llamarlo de alguna manera, la primera superestrella del renacimiento. Otra artista, Lavinia Fontana, llegó a pintar retratos de hondo calado psicológico y suaves desnudos femeninos.
50 años antes de la eclosión de Artemisia Gentileschi una pintora había abierto el camino a nuevos riesgos más allá de la pintura misma. Fue una monja dominica procedente de una rica familia florentina llamada Plautilla Nelli. Entre los muros de su convento, al abrigo de miradas indiscretas y dedos afilados, Plautilla creó un taller compuesto exclusivamente por mujeres, las otras monjas, a las que enseñó a pintar. Esto les permitió autofinanciar el convento con la venta de sus trabajos, en su mayoría miniaturas para el hogar. Más adelante, Nelli pintó una Última Cena de siete metros, la primera que se conoce en la Historia del Arte. Y aún más: decidió firmarla. Que Nelli haya firmado su cuadro es una verdadera temeridad. Hay que recordar que vivía en un convento, en donde las mujeres casi debían desaparecer.
Como creadora, Plautilla reclama la propiedad de esta obra y deja claro que la misma fue hecha por una mujer. Junto a su firma coloca la frase latina: “Orate pro pictora”, que significa: Reza por la pintora.
Hubo que esperar casi 500 años para que esta Última Cena, gracias a la organización estadounidense Advancing Women Artists Foundation (AWA), pudiera ser restaurada y exhibida al público luego de permanecer durante siglos en el refectorio del monasterio de Santa María Novella.
Roma, una ciudad masculina no apta para mujeres…
Artemisia Gentileschi proviene de orígenes modestos. Su padre, el pintor Orazio Gentileschi, descubrió temprano el talento de su hija. Es interesante apuntar aquí que Orazio Gentileschi fue amigo de Caravaggio, el maestro del estilo tenebrista.
Artemisia nace en Roma el 27 de julio de 1593. Creció con tres hermanos menores en un barrio en el que tenían sus talleres los artesanos.
Orazio la enseñó a dibujar. También le enseñó las técnicas artesanales del mezclado de colores y la preparación de lienzos, así como, y esto luego fue fundamental en la obra de la joven, el contraste entre la luz y la sombra tan característico del tenebrismo.
Roma era una ciudad muy masculina en esa época. Según las estimaciones actuales, más de la mitad de los romanos eran hombres ya que Roma era un centro al que la gente venía a trabajar. Artemisia crece en ese mundo totalmente masculino, convirtiéndose, a su vez, en el punto de apoyo de las aspiraciones paternas. Orazio intuyó, como otros padres de pintoras, que gracias al talento de Artemisia podría obtener los resultados financieros y de reconocimiento que con un hijo varón jamás habría alcanzado.
Artemisia se forma en secreto en el taller de su padre. Es su discreta ayudante. Como una sombra le mezcla las pinturas y le prepara las telas, le trabaja los fondos y los detalles, también le hace de modelo.
Una de sus primeras obras es Susana y los viejos. Esta pieza, inspirada en un pasaje del Antiguo Testamento, es también una de sus pinturas más famosas.
La historia que inspira el cuadro es la siguiente: La joven Susana es acosada en el baño por dos hombres. Ella los rechaza y estos, en venganza, la denuncian por adulterio. Cuando van a lapidarla interviene el profeta Daniel y evita la catástrofe revelando la verdad.
Este relato bíblico ya había sido pintado por otros pintores, pero estos siempre pintaban a Susana como una mujer frívola y coqueta que jugueteaba con los viejos. Sin embargo, Artemisia presenta a una mujer joven y vulnerable que rechaza a los dos hombres amenazantes.
En cierto modo, la pintora esboza un primer acto de rebeldía femenina ante el acoso y la superioridad masculinas.
En esa época, Artemisia solo tenía 17 años. Podemos imaginar que la pintura se realizó a cuatro manos. Aquí el padre aún ayuda a la hija. Probablemente el desnudo femenino es de Artemisia. Los ancianos parecen estar pintados por el padre. El maravilloso cuadro es una tarjeta de visita para Artemisia.
En ese momento, Orazio debió descubrir que Artemisia podía pintar poderosas figuras femeninas. Y ella también fue consciente de su potencial.
Como su condición de mujer le impedía ingresar en la Academia de Bellas Artes romanas, Orazio Gentileschi le buscó un preceptor para que continuara su preparación pictórica. El elegido por el padre fue el también pintor Agostino Tassi.
La violación, la humillación, el inicio de la venganza artística…
Desde un punto de vista artístico, Orazio es una bendición para Artemisia, pero humanamente es un desastre. Ese padre, en apariencia cuidadoso y sobreprotector, se convirtió en cómplice de un terrible suceso que cambiaría la vida de su hija para siempre.
Una tarde, Agostino Tassi viola a Artemisia. Aturdida, ella no lo denuncia pues Tassi, supuestamente para salvar su reputación, le promete matrimonio. Un año después, cuando se descubre que el violador ya está casado, ella lo lleva ante los tribunales. Allí se celebra un ominoso juicio público.
Este es parte del testimonio de Artemisia en el proceso según los documentos de la época:
“Cerró la habitación con llave y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama dándome con una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mí el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne”.
Orazio Gentileschi se comporta como un miserable. En el juicio, se burla de su propia hija ante una masa de espectadores embrutecidos y crueles que susurran: “Esta puta se lo ha tirado y encima quiere casarse con él”.
A sus 18 años, Artemisia debe comparecer a diario en el tribunal. Allí le toca explicarse ante el juez una y otra vez. El letrado la presiona para que diga “la verdad”. El infame proceso se alarga durante siete meses.
Además del matrimonio de Tassi, sale a relucir que este había intentado asesinar a su esposa y robar algunos cuadros de Orazio Gentileschi, entre otros delitos.
De dicho proceso se conserva toda la documentación. Aquí resaltan la crudeza de las declaraciones de Artemisia y la dureza y el poco tacto del tribunal papal.
Dos aspectos son muy llamativos. La joven de 18 años tuvo que soportar un humillante examen ginecológico realizado casi a la vista de todos. El segundo aspecto es tan atroz como el primero: Artemisia fue torturada para comprobar si decía la verdad. Para ello, usaron la “sibilla”, unos aros de metal que se apretaban en torno a los pulgares para aplastarlos lenta y progresivamente por medio de un par de tornillos. El dolor podía extenderse durante días sin provocar la muerte del torturado. De esta manera se pretendía verificar la veracidad de las acusaciones. Se creía que si una persona decía lo mismo bajo tortura que sin ella su historia “era cierta”.
En aquel juicio, lo único “cierto” era que Artemisia no podía haber tenido ninguna relación con un hombre, fuera esta impuesta o no. En la época, si las mujeres miraban por la ventana o hablaban en la calle ya eran tachabas de indecentes. En un mundo donde el honor tenía un lugar enorme la respetabilidad se convierte en la mancha de Artemisia.
El 27 de noviembre de 1612 el juez pronuncia una sentencia laxa: Tassi será exiliado de Roma. Nada más.
El violador ha vencido con la complicidad de los tribunales y la muchedumbre. No existe un solo registro de que alguien haya levantado su voz para defender a la joven. Todos callaron y después aplaudieron, incluidas las mujeres que acudían a los juicios para “entretenerse”.
Artemisia solo quiere una cosa: dejar de acudir a los tribunales y marcharse bien lejos de Roma.
Poco después de terminado el juicio completa Judith decapitando a Holofernes, su obra más famosa.
¿Cómo lo consiguió con las manos torturadas, adoloridas, humilladas? La joven, impulsada por la razón y las ansias de venganza, exhibe aquí “la fuerza de los débiles”.
La cara de Judith es la suya. ¿Será Holofernes el violador Agostino Tassi, u Orazio Gentileschi, el padre cobarde; será Holofernes el juez abominable que presidió el tribunal, o es una mezcla de todos ellos?
La periodista Sarah Waldron comenta: “La historia de Judith y Holofernes es antigua y sagrada, pero no puede leerse en las Biblias modernas. No es un hecho histórico, es totalmente imprecisa y es posible que fuera escrita por una mujer. Esta historia tocó la fibra sensible de Artemisia”.
Sigue comentando la misma periodista: “Sabiendo lo que sabemos sobre el trauma de Artemisia y sobre la violencia sin precedentes de su obra, resulta difícil no ver el cuadro de Judith decapitando a Holofernes como una expresión de genuina rabia y como una catarsis, el único modo de poder cumplir los propios deseos disponibles para la artista en esa época”.
Los movimientos feministas de los años 70 del siglo XX redescubren la obra de Artemisia Gentileschi…
Vengadores, mártires o figuras femeninas que se defienden contra hombres intrusos son motivos recurrentes en los cuadros de Artemisia Gentileschi.
Estas pinturas llaman la atención de los movimientos feministas de los años 70. La artista estadounidense Judy Chicago la menciona en un plato en su instalación Dinner party, junto a otras 38 heroínas de la historia mundial.
Artemisia ahora tiene una marca: Ella es la víctima de la violación que procesó su trauma pintando sus fantasías de venganza. Es una artista profundamente herida.
Esta lectura feminista de sus pinturas enriqueció la mirada de los curadores e historiadores del arte. Gracias a la avalancha de feministas, Artemisia acabó siendo redescubierta.
La vida y su devenir. El triunfo. La venganza, siempre la venganza.
Dos días después de la sentencia, Artemisia se casa en un matrimonio arreglado a la carrera con un pintor florentino de poca relevancia llamado Pierantonio Staatessi y se traslada de inmediato a Florencia, otro de los focos culturales más importantes de Italia. Con este matrimonio se intenta restituir su honra a los ojos de la sociedad. La farsa puede que haya funcionado a nivel social, pero el drama no se borrará nunca de su mente y lo veremos plasmado de forma elocuente en sus cuadros.
Oficialmente, Artemisia se convierte en pintora en Florencia donde hay otros estímulos pictóricos además de los de su padre. Alí conoce a dos de sus grandes benefactores, el gran duque Cosme II de Médicis y su esposa, la gran duquesa Cristina de Médicis. En Florencia se codea con Galileo Galilei, con un sobrino de Miguel Ángel y con otros artistas que pululaban por aquella ciudad de arte y ensueño. Allí la artista crea obras extraordinarias, como la Magdalena penitente. Sus figuras son vivas y poderosas. Llevan prendas hechas de telas voluminosas que al espectador le gustaría tocar. Gentileschi es una excelente colorista, y una pintora capaz de trasladar las esculturas al lienzo. Poco a poco, se convierte en una artista independiente y fuerte.
Artemisia pinta autorretratos en innumerables variaciones. Las santas o las heroínas mitológicas llevan su cara. Su cuerpo, ese cuerpo profanado, exhibido públicamente, vulnerado por la violencia de los hombres, es su principal herramienta. Ella lo sabe. Y lo usa. Conoce profundamente su aspecto físico y sus emociones, toda su psique, sus impulsos, sus visiones y sus pesadillas.
Ocho años después crea una segunda versión de Judith decapitando a Holofernes. Judith vuelve a tener la cara de Artemisia, pero parece más rellena y compacta. Se supone, y casi podemos afirmarlo, que la figura en el lienzo refleja sin temor su propio cuerpo, que ya ha cambiado con los años después de cuatro partos. De los cuatro hijos solo llega a la adultez una niña, Prudenzia.
Una y otra vez, Artemisia pinta motivos crueles. La cabeza cortada de Holofernes sigue apareciendo lo mismo en el suelo que en el cesto de una sirvienta…
Son imágenes que gustan a los clientes y ella los complace.
La artista se divierte mientras se venga una y otra vez a brochazos y pinceladas.
El tiempo transcurre velozmente.
Artemisia viaja a Nápoles, luego se instala en Venecia…
Cuando regresa a Roma en 1620 ya es la artista más famosa de su época.
Barroco y final… El silencio. El juicio de la posteridad.
El barroco es una época en la que las figuras de los cuadros están presentes de forma monumental.
Artemisia Gentileschi es una hija de esta época.
Pasó los últimos 23 años de su vida en Nápoles, con su amante. Previamente había dejado al marido en Roma. A nivel artístico y personal pudo moldear su existencia como quiso, o hasta donde le fue permitido.
En el cuadro Alegoría de la pintura la vemos semidesnuda en el suelo.
En los autorretratos lleva el cabello suelto, como si no le importara su peinado. Así la representa el artista francés Jerome David en un grabado, despeinada y con aspecto desafiante.
Artemisia es muy abierta. Le encanta exhibirse. Siempre va despeinada. No es ordenada. No hay censura ni idealización en los retratos de su cuerpo.
Artemisia abre un taller en Nápoles consciente de su papel como artista excepcional.
En cartas, se queja de que debe esperar más por los honorarios que lo que espera un hombre, aunque este sea un artista menor.
A su cliente, don Antonio Ruffo, le escribe: “El nombre de una mujer genera dudas, siempre que su trabajo no sea visto. Su señoría no será decepcionado. Encontrará el espíritu de un César en el seno de una mujer. Dejo de molestarle con charlas femeninas porque mis obras hablan por sí mismas”.
La emancipación de Artemisia Gentileschi apenas se reflejó en la Historia del Arte. ¿Por qué? ¿Acaso hubo una mirada selectiva de expertos masculinos?
Hemos de pensar, si queremos ser justos, en los múltiples fenómenos que acompañan a la Historia del Arte, y a la Historia, en general, beneficiando a algunos artistas y relegando a otros al olvido. La memoria es un animal al que hay que alimentar constantemente. Y es también una responsabilidad.
A veces ocurren esos procesos de olvido, reconocimiento, olvido, redescubrimiento…
Constituye una suerte que las artistas feministas de la década de 1970 sacaran a Artemisia de las profundidades de la Historia del Arte.
Gentileschi aún es venerada por las feministas actuales. Fue una pantalla de proyección para artistas como Betty Tompkins, por ejemplo, que pintó sobre las obras de Gentileschi en Apología.
Aquí los hombres de las pinturas ya no son visibles; están cubiertos de frases de #MeToo .
Después de muerta, Artemisia Gentileschi desapareció. Hubo que esperar al siglo XX para que fuera rescatada y considerada clave dentro del barroco italiano.
Su descubridor es el historiador de arte Roberto Longhi. En el año 1916 dijo de ella: “Es la única mujer en Italia que alguna vez supo algo sobre pintura, colorido, empaste y otros fundamentos”.
El filósofo francés Roland Barthes considera que la fuerza de Artemisía radica en su capacidad de dar la vuelta a los papeles tradicionales alentando “una nueva ideología, que nosotros, modernos, leemos claramente: la reivindicación femenina”.
A través de sus cuadros, Artemisia no solo mostró la evolución de su cuerpo y de su propia belleza, sino que plasmó la angustia, el odio y el dolor de su propia vida. Cuadros de Gentileschi pueden contemplarse hoy en todas las grandes pinacotecas del mundo, fundamentalmente en Florencia, en el museo de los Uffizi, y en el palacio Pitti. En España existen algunos, repartidos entre el museo del Prado y el Escorial.
A día de hoy, se conservan 34 obras de la pintora.
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