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Cultura cubana | Poveda o el intelectual cubano

“El verdadero intelectual cívico nunca la tendrá fácil. Hay que aceptar los desafíos que nos impone la historia, y con ejemplos como el de Poveda debemos calibrar nuestras respuestas a la barbarie.”

Marcelo Pogolotti: "El intelectual" (1937).
Marcelo Pogolotti: "El intelectual" (1937).

La noticia de que al menos una decena de miembros de la UNEAC han decidido pirarse de la organización, como respuesta a la exclusión de sus filas de Alina Bárbara López y Jorge Fernández Era, me resulta tan plausible como inaudita. Las circunstancias son dramáticas para estos dos admirables ciudadanos, así que me abstendré de juzgar con humor el triunfo del adversario, que consiste en patinar de una manera tan inteligente, pues son intelectuales, con la cáscara de plátano cívica.

¿Qué ventaja les aporta expulsar a unas personas de mérito que en realidad no están, no pertenecen, no hacen nada en esa organización desde hace mucho tiempo, como ocurre con la mayoría de sus miembros? ¿Para hacer más ausente todavía a esa masa de escritores y artistas, mudos en público pero no en privado?

Los que han decidido retirarse hacen evidente ese cuerpo presente y alma ausente, funeraria ideológica revolucionaria. Para colmo, ni firman, por si acaso. Obedecen, desde luego. Y cualquier asombro sobra: el segundo artículo, fijémonos bien, en realidad el primero de los Estatutos de esa organización, establece que sus miembros reconocen al Partido Comunista como vanguardia de la sociedad. De manera que si la vanguardia, aunque no el arte o la literatura de vanguardia, sino una vanguardia bien armada y con espías y cárceles, da una orden, hay que cumplirla.

“Así vamos: escritores y artistas secuestrados por militares, algunos mudos incluso ante sí mismos, otros soñando o preparando un escape, o resignados a la duplicidad.”

Y así vamos: escritores y artistas secuestrados por militares, algunos mudos incluso ante sí mismos, otros soñando o preparando un escape, o resignados a la duplicidad y la frustración sin fin; un pequeño número de responsables y honestos, sometidos al acoso y la amenaza; y una enorme cantidad de exiliados, muchos de los cuales fueron miembros distinguidos del rebaño hasta hace muy poco, incluyendo represores brutales que aspiran a triunfar allá como se impusieron aquí.

La intelectualidad cubana está, hoy en día, excepto por Alina, Jorge y sus compañeros, muy lejos del patriotismo decimonónico o incluso del inteligente y entonces posible apoliticismo de Orígenes. Vidas rotas o manchadas, arte y literatura que se ven menguadas por el limbo moral de sus cultores, cívica de la expresión que se le niega a un pueblo de infelices.

José Manuel Poveda y la transición entre dos épocas

Jose Manuel Poveda (Santiago de Cuba, 1888 - Manzanillo, 1926).
Jose Manuel Poveda (Santiago de Cuba, 1888 - Manzanillo, 1926).

Para enfrentar esta vergüenza como se debe, quisiera presentarles el caso de José Manuel Poveda, a quien le tocó el terrible privilegio de inaugurar la tragedia del escritor cívico cubano de la República, en sus primeras décadas. Digo cívico, no político. Sus compañeros de generación Regino Boti y Agustín Acosta fueron, no escritores cívicos, sino políticos, o aspirantes a serlo. Boti era el cacique de los conservadores en Guantánamo. Acosta, más joven, será un luchador contra Machado y creará luego un partido político, nunca exitoso: acabaron poniéndole una bomba en la puerta de la casa.

Acosta era un hombre noble, más cívico que político, que intentó la política honrada. Poveda participó en política, en el bando liberal, durante sus años juveniles, pero no tuvo una proyección de ese tipo. Estaba convencido del valor de su gracia personal, en lo que por supuesto acertaba; y de ninguna manera quería comprometerla con las tareíllas y mixtificaciones tan abundantes en política. Desde que era un adolescente se desempeñaba como promotor cultural, en medio de un país devastado por la guerra, repleto de analfabetos, y que había perdido a sus líderes intelectuales: Casal, Martí, Juana Borrero.

¡Cómo hubieran recibido ellos a este inspiradísimo mulato, que cumplía catorce años cuando se inauguró la República! O para decirlo en verdad: el protectorado, que es la palabra que usa Poveda. Pero el joven está solo: le publica a Boti su primer libro, Arabescos mentales, cuyo título ya nos dice la diferencia con la verdadera poesía: Boti se inclinaba entonces por la política más que por la creación, aunque ahora solo nos interese como poeta. Acabaron distanciándose, y políticamente eran opuestos. Pero el veinteañero Poveda se lanza a la promoción cultural y a la cívica valiente como un deber personal de creación de patria.

Con 23 años publica su artículo “Grito de juventud”, que citaré extensamente, porque Poveda sigue siendo un desconocido y porque me resulta imposible fragmentar este impulso:

Conscientes de nuestros derechos, capaces de todo el heroísmo para hacer una realidad vibrante de cada uno de nuestros derechos; dispuestos a luchar y sangrar en silencio hasta que la última puerta nos sea abierta, hasta que el último lauro nos sea otorgado; resueltos a defender la República contra todos sus enemigos, así como a obtener el goce de todos los beneficios que brinda la República; dispuestos a velar por nuestro prestigio de hombres tanto como por nuestro prestigio de ciudadanos, y oponer nuestros méritos al enemigo noble, y oponer nuestra dignidad al enemigo vil; resueltos a escalar todas las alturas, no mediante nuestros puños, sino mediante nuestra voluntad y nuestra inteligencia —confiemos en que la victoria y la gloria y el lauro habrán de correspondernos.

Durante años Poveda intenta desplegar este programa de combate republicano, y para nada se trata de un entusiasmo ingenuo. Por el contrario, este lúcido muchacho enfrenta las aristas y las simas del esfuerzo. Era un periodista de El heraldo de Cuba, el gran periódico nacional fundado por el mambí Manuel Márquez Sterling, otro de nuestros grandes pensadores a quien tenemos olvidado; y se dedicaba a la promoción de la literatura, el arte y el pensamiento, defendiendo en la prensa y en la calle a cualquiera al que le encontrara una afinidad o un mérito (y de ellos, solo Boti nos suena hoy). Generosidad y responsabilidad, coherencia y perseverancia, y capacidad para ir al fondo de los problemas.

En El Heraldo… publica, en 1915, “Casuística del pesimismo”, un artículo que tiene una importancia capital porque está entre los primeros, hasta donde conozco, en intentar comprender y resolver esta desgracia permanente del cubano, que ya había sido denunciada por Sterling unos años antes. Poveda no se deja marear por el asunto de la frustración de la República por los yanquis, aunque lo denuncia. Tiene claro que para acabar con el protectorado hay que desarrollar la república posible. Plantea más bien una explicación y una opción generacional: “Los que emanciparon el suelo, parecen bastante agotados para emancipar las conciencias”.

Y en efecto, la política del protectorado fue manejada por la generación mambisa hasta la caída de Machado:

Una generación no puede hacerlo ella todo: el estancamiento de hoy es la transición necesaria entre dos épocas. Y el pesimismo no es sino el estado de conciencia y el lenguaje de la época vencida.

Sin embargo, Poveda esquiva la propuesta de una lucha generacional, que va a ser una de las desgracias de todo el período republicano:

Nosotros somos hijos altivos que les rogamos a nuestros padres nos tomen en consideración. Nosotros tenemos energías y sabemos caminos para llegar a lo que nuestros antecesores no entreven.

Tampoco hace tabla rasa de la realidad nacional:

Todo en la nación demuestra el mejoramiento sobre cada una de sus vías, no obstante las fatales condiciones de existencia que sufrimos originariamente. Nacimos torcidos, contrahechos, insolventes, heterogéneos, envilecidos: nos dignificamos en lo posible.

Regino Boti (Guantánamo, 1878-1958).
Regino Boti (Guantánamo, 1878-1958).

Seguramente Boti pensaba lo mismo, y de ahí su militancia en el partido conservador. Pero Poveda tenía mucho más clara, a mi juicio, la diferencia entre el intelectual cívico y el político. Unos días después aparece en El Heraldo… su artículo “La autarquía del pensamiento”, en el que encontramos estas preciosas definiciones:

Los jerarcas sociales, gobernantes y hombres públicos, deben ser los encargados de ordenar la marcha de las cosas, siendo ellos conciencias que se ajustan, que se acomodan a la de la colectividad: los mejores serán los más comprensivos y los más virtuosos. Los jerarcas intelectuales han de presidir las modificaciones del alma colectiva, creando nuevos bienes y nuevas verdades y una nueva belleza que los sublimice.

Él aspiraba a ser uno de esos jerarcas intelectuales, evidentemente, y con todo derecho. Pero no es eso lo que ocurre. Cuba era un protectorado yanqui, un país primitivo dominado por el pesimismo y la más completa incultura. Como el periodismo de Poveda está por investigar —urgen, en verdad, unas Obras Completas, que serían apenas unos volúmenes…—, resulta arriesgado hacer demasiadas conclusiones sobre su actitud posterior. En 1918, en su artículo “Sobre la poesía nacional”, publicado en la famosa revista El Fígaro, afirma:

Todos los poetas de “mi generación” y de la que nos precedió, en diez años de intervalo, se han perdido por los más vulgares caminos […] Boti, como Acosta, son hoy abogados; y el primero es ya notario en ejercicio, el segundo tiene bufete abierto y ha sido postulado para representante.

Pues bien: Poveda se convierte también en abogado y se casa con una bella mulata. ¿Perdido en la vulgaridad este orgulloso, o perdido por orgullo? Se dice que dejó de escribir, víctima de su desajuste con la realidad. Téngase en cuenta que murió a los 38 años y que un período en blanco en materia de creación, o de optimismo, es normal en cualquiera. Él mismo denunciaba que el modernismo, la tendencia que seguían él y Boti, estaba acabado y que se necesitaba una literatura nueva. El título de su único poemario, Versos precursores, apuesta ya por otros versos, al parecer una Épica Nacional.

Por otro lado, a su muerte, su esposa quemó todos sus manuscritos, incluyendo los de su novela mambisa, Senderos de montaña. Ahora bien, en ese mismo artículo declara:

cuando empezábamos a modular una canción autóctona, a exhalar la voz de nuestra tierra, los duros dedos de la realidad nos han apretado la garganta, y nos hemos quedado sin voz, sin canción… y sin poesía, tan pobres como antes y sin esperanzas. Esta es la verdad.

Sí, pero Boti y Acosta siguieron escribiendo y publicando de alguna manera. Y él era más poderoso que los dos. No hagamos de la tragedia de Poveda una casuística del pesimismo actual.

Agustín Acosta (Matanzas, 1886 - Miami, 1979).
Agustín Acosta (Matanzas, 1886 - Miami, 1979).

Lo más interesante de su rebelión contra el pesimismo es precisamente que él lo sufría también, despiadadamente. En el párrafo que sigue a ese artículo de 1911 se enfrenta a él con todas las letras, que resuenan hoy de una manera demoledora, profética:

Mas si a pesar de todo eso continuamos siendo mañana tan míseros y tan desdichados como somos actualmente; si a pesar de eso continuamos entonces siendo víctimas de las mismas injusticias y de los mismos culpables errores; si a pesar de todo ese esfuerzo no logramos evitar que el futuro nos desdeñe tanto como nos desdeña el presente; si a pesar de todo ese heroísmo no conseguimos que nuestra estatura se coloque al nivel de las más altas estaturas morales y mentales; si aún entonces continuamos siendo parias, hampa, multitud, rebaño, número, carne de ergástulo, músculo de obediencia, sangre para la batalla, frentes para la prosternación, habrá llegado el instante en que, para salvar el último resto de nuestro decoro, será lo mejor y lo más digno y lo más bello que nos saltemos la tapa de los sesos.

Poveda muere en 1926, cuando Gerardo Machado comenzaba su gobierno y aún no era del todo un dictador. El poeta había previsto la llegada de un dictador, y dijo que lo quería, sí, que lo anhelaba, para derrocarlo. Cuando el pueblo derrocó al dictador, los políticos de origen mambí desaparecieron de la política cubana, como insinuaba Poveda; fue eliminado el protectorado y surgieron fuerzas mínimamente cultas que a la larga dieron origen a un período de doce años de democracia inmadura e inestable, que paró en otra dictadura y una guerra civil que nos regaló el despotismo actual.

El verdadero intelectual cívico

Diríase que la democracia es imposible en Cuba, que somos frentes para la prosternación, y que el hombre culto y honesto debe hacerse el seppuku aunque no se sienta Mishima. “En un día no se hacen repúblicas”, había dicho Martí. Ciertamente no estamos en la época donde una voz juvenil y aislada clamaba, en medio de muchas más libertades que ahora, por un país decente.

Inmediatamente después de Poveda, surge la gran literatura cubana del siglo XX: Lezama y todo Orígenes, Feijóo, Carpentier, Lino Novás, tantos maestros que se las arreglaron como pudieron, pero que no fueron cívicos como él. Roig y Ortiz se convirtieron en jerarcas intelectuales. Y una ola de glorioso periodismo, de Mañach a Baquero, incluyendo a los comunistas, ejerció la cívica de la palabra.

“No estamos en la época donde una voz juvenil y aislada clamaba, en medio de muchas más libertades que ahora, por un país decente.”

El verdadero intelectual cívico nunca la tendrá fácil. Hay que aceptar los desafíos que nos impone la historia, y con ejemplos como el de Poveda —puesto que Varela y Martí están en otro siglo, y como en otra especie humana, o sobrehumana— debemos calibrar nuestras respuestas personales y colectivas a la barbarie.

Como decían las abuelas: “esto es lo que nos tocó”. Y también nos tocaron las páginas ardientes y pedagógicas del poeta, que continuarán actuando entre nosotros.

Que viva mi maestro José Manuel Poveda y que viva Cuba Libre.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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