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Opinión | ¿Martí regresa?

"Martí nunca se fue. Porque la profecía no se muda, y la persona que la encarna, tampoco".

José Martí entre jóvenes.
Martí entre los jóvenes. | Imagen: Elena Nazco Mora

Una multitud de jóvenes intelectuales cubanos declaman a coro Dos patrias, frente a la sede del Ministerio de Cultura. Están reclamando un diálogo. Cuba y la noche, dice el poema, una paranoia de patria que en la realidad es esa misma que está en la calle. Se cumple: una sesión de diálogo, sincera y combativa por parte de los jóvenes, se intenta en horas nocturnas. Por parte del poder, es una maniobra para ganar tiempo y lograr la desmovilización de los manifestantes. Cuba, viuda, pasa, pasa por las calles invadidas de tropas que estaban listas para atacarlos, pasa con el clavel sangriento temblando en la mano. Como en el aria sinfónica de Louis Aguirre dedicada al poema años ha. Como en el precioso cartel elaborado por Camila Lobón para expandir, luego, la protesta, y gracias al cual sería ofendida por los policías. Anamely Ramos, investigadora de Martí, está en huelga de hambre. Una y otra vez los jóvenes repiten el Mantra Nacional, la fórmula cubana de la democracia, cuyas palabras conocen desde niños pero que solo ahora empiezan a entender y a practicar, dolorosamente, y con júbilo, con el poder transformador de la verdad: la patria es con todos, con todos y para el bien de todos, no con los comunistas para el bien de los mayimbes. El país ha despertado, con los necesariamente más despiertos. La protesta se extiende, en meses sucesivos, al pueblo en pleno. Las calles se llenan ahora de los menos cultos y los más sufrientes. Esta vez las tropas actúan, y los tribunales, y las cárceles. Martí fue un preso político adolescente. Para liquidar lo que pudiera quedarles de respuesta ideológica, a los mayimbes se les ocurre el oprobio de condenar a los adolescentes de la protesta. Tres jóvenes ciudadanos se visten con versos de Martí y protestan frente al Tribunal. Detenidos, en la patrulla, dicen los versos.

Martí nunca se fue. Porque la profecía no se muda, y la persona que la encarna, tampoco.

Hace veinte años este despertar era inimaginable. Aunque la oposición interna, y buena parte de la exiliada, jamás ha abandonado a Martí y por el contrario le concede, de una u otra manera, con los ajustes que la diferente situación histórica y las diversas orientaciones ideológicas les imponen, la principalía que el héroe de Dos Ríos ha ostentado por más de un siglo entre nosotros, unos cuantos nombres de la intelectualidad exiliada se lanzaron durante décadas a una operación de limpieza cultural en la que el principal cadáver era la persona de Martí —no solo su obra. Un odio violento, una repugnancia visceral declaraba comunista a cualquiera que se atreviese a citar a Martí. Martí era el Autor, no ya Intelectual, sino personal de la hecatombe socialista. Digámoslo: ni Dios es obligatorio, y Martí tuvo siempre enemigos, y los peores y exitosos fueron los del propio bando. Martí no puede gustar a muchísima gente, y no solo a aquellos que, arrepentidos de ser cubanos, creen ser yanquis o europeos porque la huida les ha garantizado una patria diurna, sin paranoias, aunque en el fondo muy paranoica, muy ajena. Por favor, es su derecho. Pero además el legado de Martí implica unos supuestos que jamás han sido populares en ninguna parte y que ahora son lo peor que se pueda imaginar: el altruismo, incompatible con el narcisismo triunfante; el sufrimiento y el sacrificio, para los gozadores del yacusi universal; la fe en el bien, cuando está claro que eso del bien y el mal y la fe es para aldeanos distantes del sexo de la verdad o de la postverdad o de lo que me da la realísima o fantasmagórica gana. Seres hay de montaña, / seres de valle, le dijo Martí a Ismael: y seres de pantano, / y lodazales. Lo que los adversarios del profeta jamás imaginaron fue que el altruismo iba a convertirse en asunto de sobrevivencia personal, mediante el sufrimiento y el sacrificio. Que estamos aquí para ser, más que para gozar. O para gozar siendo, sin mutilaciones, sin omisiones, sin evasiones. Sufrir es quizás gozar, dijo el adolescente Martí al salir del presidio, en el colmo del insulto para los idólatras del yacusi y las mentiras del paraíso terrenal. Maykel Castillo se cose la boca, ya que insisten en que deje de cantar verdades. Luis Manuel Otero se sienta en el Garrote Vil y luego se somete a inanición prolongada. Ambos siguen tras la reja, y también los adolescentes, posibles futuros líderes nacionales. ¿Martí regresa?

Martí nunca se fue. Porque la profecía no se muda, y la persona que la encarna, tampoco. La profecía no se va porque ya nace escapada del mundo, enfrentándolo. La persona que ha sido designada para el ejercicio de la profecía, recibe, con el asentimiento, los sufrimientos de su desajuste con la realidad —y también sus beneficios. Es asombroso y significativo que los escapados del mundo sean siempre los más leales a él. El profeta se debe al mundo en cualquier circunstancia, y ese deber le da una dignidad y un coraje a los que resulta muy difícil renunciar. El profeta es persona fuerte. El deber del profeta es vida en abundancia. Si matas al profeta, lo realizas. El caso de Martí, profeta laico de matriz cristiana y formación romántica, está desbordando durante más de un siglo cualquier expectativa anterior. Fundó un país que no lo entiende, que no lo sigue, que lo traiciona, que se burla de él. Como de Martín Lutero Rey Hijo, los Estados Unidos; como del Alma Grande Gandhi, la India. Pero el país existe. Escribió una literatura que pocos leen, pero que sigue habitando el alma de los mejores: en la hora de la verdad personal o colectiva, sus versos se nos salen de la boca. Está en la memoria del pueblo como una imagen suprema del bien, muy cerca del hombre común y al margen de los menguados o los medianos que procuran empinarse mediante el esnobismo y la politiquería. Sabemos que su sangre, como la del negro o el hindú, se derramó por nosotros. Estados Unidos, la India y Cuba son naciones bendecidas por profetas inmolados, es decir, por una actualización de la Cruz cuando ya nadie cree en ella. Son también naciones desafiadas por la verdad vital del profeta, que nos obliga a medir nuestra diferencia, nuestra implacable distancia, no con Dios sino con una persona como nosotros, que supo vivir y nos enseñó a sufrir y a morir. Los infelices que, abrumados por esa distancia, quieren desaparecer el legado del profeta, están intentando que las leyes del universo se suspendan durante un rato para justificar la propia mediocridad. El país que, distante de la palabra del profeta, o mixtificándola, intenta un rumbo diferente, se condena a perder el rumbo por estar distante de sí mismo, empantanado en una neurosis colectiva que acaba en violencia y puede conducir a la desintegración.

Es la aventura de los profetas en la historia, y de los pueblos de los profetas.

Cuba posee, con Martí, ciertas ventajas. El profeta es laico, carece de la limitación que supone, en las sociedades secularizadas, la pertenencia a una iglesia o una fe religiosa. Como Gandhi, y a diferencia de Martin Luther King, ha fundado con su acción el país. Dijo que la patria es con todos, y él, óptima y comprobablemente, fue siempre de todos. Para ese bien de todos que es la independencia nacional, renunció a los numerosos y gloriosos bienes que se ofrecían a su múltiple genio y su carisma. Y, para para mayor servicio, es un escritor. Cuán brillantemente escribían Gandhi y Martin Luther King, pero Martí es otro tipo de escritor. Su palabra literaria es, para nosotros, una Paideia. Década tras década esa paideia nacional ha ido penetrando la conciencia de este pequeño pueblo, homogéneo étnica y culturalmente. Va a seguir formándonos, más allá de la política, la religión, la literatura misma. Irá desbrozando los errores y las mentiras, las incapacidades y los fraudes, los falsos amigos y los enemigos verdaderos. Es la aventura de los profetas en la historia, y de los pueblos de los profetas. ¿Fallaremos? Claro que sí: la gente siempre le falla al profeta. Pero tú no eres gente, sino persona y pueblo, y no tienes por qué fallar. Tú haces Patria. Para hoy y para los siglos. Y aunque ahora las personas del pueblo están presas y condenadas, Carolina, Danielito y Tata Poet cantan al unísono en la patrulla la divina unidad de la Patria y la Profecía:

¡O nos condenan juntos, o nos salvamos los dos!

22 de enero, 2022.

Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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