Nacer en pleno período especial en Cuba fue como cumplir, de algún modo, aquel poema de José Martí en el que se apuesta por el yugo como elección vitalicia; sobrevivir, crecer, permanecer, escribir hoy estas líneas, quiero entenderlo así, es mi manera de colocar la estrella sobre el derrotado yugo, agonizante a la fecha. En 1995, cuando aún no completaba mi primer año de vida, ya Martí llevaba un siglo de haber caído por la gloria de los cubanos en Dos Ríos, y la voz de un discípulo suyo, Rafael Almanza, resonaba en las paredes de un templo habanero para narrarnos los hechos.
Digo narrarnos pues años más tarde tuve la inmensa dicha de conocer a Almanza, quien me obsequió Los hechos del Apóstol, el libro que Ediciones Vitral había premiado y publicado en un concurso en el 2004. Leí enseguida lo que me pareció una novela fascinante, si no fuera por la abrumadora realidad del testimonio. Otra cosa es oírle al maestro su conferencia: uno puede imaginarse el filme que empieza con esa suerte de letrero enigmático: “basado en hechos reales”, y a Almanza —modelo de intelectual y erudito que ya resulta imposible descubrir en la Cuba post ‘59— discursar hasta adentrarnos en el cronotopo de la guerra de 1895 y los pasajes de los Diarios de Campaña.
Aquello que fuera una memorable ponencia, se convirtió entonces en un libro en el que cada uno de los sucesos de la pasión martiana se nos develan en sus signos descifrables y en el que el convulso relato de los últimos días del héroe se va hilando con una lucidez agrimensora. De Montecristi a Cabo Haitiano y a Dos Ríos, pero incluso antes, desde las primeras visiones de Martí y su condición trashumante en el destierro, hasta la transfiguración entre los pobres de la tierra del oriente cubano como el Abdala de su poema de juventud, Almanza ve en el héroe la figura de un apóstol cristiano y se dispone a demostrárnoslo con la evidencia de la historia —no exenta de la poesía de este creador de verbo desbordado y musical elocuencia.
En esta nueva edición del sello editorial Homagno, el lector encontrará un texto corregido, límpido, resistente al tiempo, siempre, y hoy más que nunca, necesario, veinticinco años después de que aquel grupo de fieles lo oyera de boca de su autor. Es este el segundo relato biográfico que integra la obra de Almanza —el primero, Vida del padre Olallo, héroe de la caridad. La confluencia en él de esa genio cubana que fuera Juana Borrero, cuyos hechos ocurrieron temporal y simbólicamente a la par de los de Martí, hallará continuidad en la narración final de otro volumen almanziano reeditado hace poco: El octavo día, en el que igualmente lo histórico se enlaza con lo testimonial bajo una aureola mística, hagiográfica.
Estoy convencido de que aún le quedan muchas reediciones a este ensayo que desde ya se ha de situar en el canon de la investigación martiana, heredero del de Jorge Mañach, del que toma el epíteto. Nótese la indefinición de términos para ubicar en género semejante muestra de erudición: conferencia, ensayo, investigación, biografía…, de la que podéis, desde luego, objetar. Al fin y al cabo se trata de una mirada personal —al igual que esta nota— al Martí de Los hechos… Usted puede descreer del Martí crístico, como también, con mayor intención, de Cristo mismo. Puede preferir, siguiendo esa línea, el superhombre nietzscheano al Homagno de carne y hueso que habitó entre nosotros. Yo como Jóveno quiero quedarme a escuchar a Rafael Almanza, una vez más.