Este libro es una suerte de milagro. ¿Quién podía imaginar que una investigadora argentina iba a ocuparse de un asunto difícil, desagradable y peligroso, que solo incumbe, aparentemente, a los cubanos? Recopilar la información disponible sobre la lucha por la democracia en Cuba en las últimas tres décadas, ordenarla, clasificarla, escuchar a los protagonistas, entrevistarlos, y acabar presentando el resultado en un libro único, era tarea imprescindible pero imposible para el demócrata que reside en el Archipiélago y que tiene delante el desafío de hacer historia, no de historiarla. Y los de la diáspora, con los mismos retos y algunas ventajas, tampoco lo han intentado, a mi juicio ni siquiera han considerado la necesidad de entender la historia que acaba de vivirse, en la que nos acabamos, viviendo así a ciegas. Cuba es un extraño país donde, según la ofensiva frase de Carlos Fuentes, la historia es un cuento de hadas. Porque el país fue fundado por hombres de categoría indisputable: Varela, Agramonte, Martí. Todas las ideologías han aprovechado esa circunstancia excepcional para dormirnos con glorias pasadas, y muy mal entendidas precisamente por falta de estudio de la historia, que justificarían los desmanes de tiempos presentes y futuros. Poseer un origen glorioso no significa que lo estemos prolongando o al menos heredando. Y en ese mismo pasado había gloria y miseria, éxito rotundo y fracaso completo, como es inevitable entre humanos.
"...Este libro de Micaela Hierro viene a sacudir esas limitaciones con una cantidad de información que nos permite vernos en un contexto amplio..."
En la primavera de 2022 estas contradicciones hierven. Durante estos treinta años el demócrata cubano ha asistido al fin del socialismo en el mundo y a la sobrevivencia del propio, en una soledad solo compartida con la satrapía norcoreana, un país con el que ningún país en el mundo posee un vínculo que no sea falso. El cansancio inevitable del demócrata que envejece en la lucha, y que recuerda que tres décadas fueron suficientes para sacar a España de Cuba, y el desconcierto de los jóvenes que reciben un país de estancamiento final, fugas sin fin, catástrofes innecesarias y vergüenza compartida, van cerrando el panorama del luchador en torno a las tareas de mantenerse haciendo algo, esforzándose por no rendirse, incapaz de ver más allá de su momento y de sus más cercanos colaboradores. Este libro de Micaela Hierro viene a sacudir esas limitaciones con una cantidad de información que nos permite vernos en un contexto amplio, que nos cura del aislamiento y de la soberbia, y nos nutre con la posibilidad de reflexionar seriamente, sin los interesados fantasmas de las ideologías, sobre el presente y el porvenir de la democracia en nuestro país. Téngase en cuenta que el adversario posee todos estos datos, y muchos, muchos más. De ahí la eficacia de muchas de sus políticas de enfrentamiento. Conocen los hechos y las personas. Lo que no conocen es las personas y los hechos por dentro. Gente que desde niño ha despreciado la libertad, sobre todo la libertad ajena, jamás entenderá por qué se esfuerzan tanto esos supuestos traidores. "No pude resolverme a ser esclavo", dijo lapidariamente nadie menos que José María Heredia, el fundador de la patria cubana en la poesía. Y el primer beneficio que nos reporta este libro es encontrar un interminable elenco de cubanos que han vivido ese endecasílabo de una forma natural, y que han intentado generosamente extender esa bendición a todos sus conciudadanos. Con las carencias de cada cual, con las hostilidades que ha enfrentado cada cual. Pero de veras, y a menudo en forma heroica. Conocer la historia que no es un cuento de hadas, puede incitarnos a la audacia de intentar ser quienes realmente somos, haciéndola.
La principal ganancia de este libro para los días que corren es demostrarnos que en Cuba no han faltado, ni mucho menos faltan, demócratas. Que una y otra vez, cuando parecía que ya era imposible que resurgieran, han crecido en número y han multiplicado sus resultados y méritos. Que la cultura democrática avanza en Cuba en dos direcciones fundamentales, orgánicamente ligadas: la de los activistas políticos, y la de la cultura en sentido estricto: periodistas, artistas, escritores, científicos, tecnólogos, deportistas. Las redes sociales solo han hecho visible lo que ya existía. Se trata de un país que va libertándose con los libertarios, que va reconociéndose a sí mismo en un movimiento vigoroso e inevitable hacia la libertad. Es inútil que el adversario siga denunciando maniobras de Langley en este proceso. La política y la cultura siempre estuvieron unidas en nuestra historia. Varela, violinista aficionado, amante de la ópera, fue también un dramaturgo y el autor de la primera novela de tema histórico en Iberoamérica. Y su trabajo como periodista, imponente. A Martí no hay ni que mencionarlo. La preocupación cívica recorre toda la literatura y el arte cubanos, es una de sus tradiciones más prestigiosas. Pero además la misma atmósfera asfixiante del socialismo ha impulsado el compromiso social de los artistas y escritores, especialmente los más jóvenes. Resulta divertido que el adversario propugne ahora una especie de torre de marfil socialista, que preconiza el encierro de los culturosos en su tarea de arte, protegidos de los inclemencias de la realidad, sobornos de por medio desde luego. Para colmo, en el mundo cultural el sector más cercano al pueblo, los compositores y cantantes populares, son precisamente los más atrevidos y los más formadores de conciencia pública. Algunos activistas políticos se sienten disgustados por ese protagonismo, incluso por el de la cultura democrática en sí misma, como si fuera un retraso en el programa de la liberación. Cultura y pueblo son democracia triunfante.
"...El fin del socialismo no implica liberación (...) El fin del socialismo puede conducir al capitalismo sin democracia, que es peor..."
El fin del socialismo no implica liberación. El socialismo se acabó con la Unión Soviética, y presenciamos ahora en Moscú un gobierno peor que el de los comunistas, con un pueblo nazificado por dentro, que aspira al gobierno mundial con los recursos del capitalismo. Incluso el fin del socialismo en materia económica, como en China, tampoco es liberación, sino una esclavitud perfeccionada con tecnología de punta y dinero de rango mundial. El fin del socialismo puede conducir al capitalismo sin democracia, que es peor. Se trata tal vez de un período de transición en países que nunca conocieron la libertad. Pero para los cubanos, libertarios en su inmensa mayoría, la liberación es la construcción de nuestra democracia, no el fin del socialismo. Este libro nos presenta la coincidencia, ni planificada ni prevista, entre los demócratas de la cultura y los activistas políticos, entre personas de la cívica y personas de la acción política. El crecimiento de ambas líneas y su colaboración natural, inevitable, sin plan ni conexión, establece una esperanza de que podamos construir, trabajosamente, nuestra liberación verdadera: la de la sincera democracia que nos propuso Martí en el Manifiesto de Montecristi. Ni siquiera el pueblo en la calle es en sí una garantía. Hubo pueblo en la calle en Polonia, y un fin ordenado y tranquilo del socialismo: y ahora se apartan de la democracia con recursos de la democracia. Seamos quienes somos por obra de los Padres Fundadores y de la cultura que los acompañó, y que los obedeció, siempre. Este libro demuestra que no se trata de una consigna de gente tan noble como equivocada: es lo que está ocurriendo ante nuestros ojos. Por favor, miremos con un mínimo de objetividad, aunque nos duela. Construir democracia desde abajo es posible, es lo que está ocurriendo. Algún día entrará al Capitolio. Y el socialismo, o el despotismo bajo cualquier otra careta, jamás volverá.
El milagro de que una dama argentina haya sido más cuidadosa con nuestra historia reciente que nosotros mismos, va más allá del hecho de que su esposo es uno de esos hombres de la cultura democrática, el compositor Luis Alberto Mariño. La causa de la democracia es una sola en todo el mundo. En donde quiera hay enemigos de la democracia, incluso dentro de los países que la defienden y que han creado los institutos sociales que la hacen de algún modo viable. Un peligro de resurgimiento del fascismo, con otras excusas y con el apoyo de unos recursos tecnológicos que lo harían inexpugnable, asoma por los lugares menos esperados. Cada vez que la democracia pasa por una crisis grave —porque es propio de la democracia estar en crisis consigo misma y renovarse dolorosamente—, los totalitarismos se ofrecen como alternativa. Nunca el peligro fue mayor que ahora. Pero mi esperanza reside en que la democracia está simplemente en una fase de muda, como lo estaba durante el período de las dos guerras mundiales, para proyectarse de nuevo con unas cuantas bondades al interior de sus países y en la arena internacional. La democracia establecida para mantener el poder exclusivo y excluyente del dinero está haciendo aguas en los países ricos, precisamente porque hay pueblos que tienen el poder de la movilización y del voto, y hay unas personas cívicas que les recuerdan ese poder y les presentan otro modo de vida más allá de la injusticia y la miseria de la idolatría del dinero. Sin cultura democrática, sin conciencia y realidad de la vida noble de los ciudadanos libres y solidarios, no habrá jamás democracia sincera. América Latina es un punto álgido y clave de Occidente en esta problemática universal, precisamente por nuestro déficit de libertad y de solidaridad, y porque nuestras naciones han sido creadas en el crisol de Occidente. Y Argentina, gloria de América Nuestra, que en época de Martí era soñada como los alternativos y autóctonos Estados Unidos del Sur, vive en forma paradigmática estos conflictos. No nos asombremos de que Mica Hierro Dori sea tan cubana como las palmas. Allí se canta todos los días esos versos que tan naturalmente riman con los de nuestro fundador Heredia: ¡Oíd, mortales, el grito sagrado: libertad, libertad, libertad!