Aisar Jalil, la pertinacia del testigo
La pintura de Aisar Jalil se distingue en el fecundo campo de la plástica cubana por un estilo que es, a un tiempo, hijo de la asimilación de corrientes pictóricas ya arraigadas en el imaginario de la isla y empeño por ofrecer, desde la aguda mirada del artista, una perspectiva singular que cale en las realidades y los sueños de un país en crisis. Jaloneado por un incesante torbellino de quimeras y pérdidas, habitado por seres en quienes se funden lo bestial y lo humano, lo divino y lo perverso, cada lienzo es escenario de una historia trágica, a ratos risible: una historia donde los personajes son simultáneamente representación de sí mismos, máscaras, y signos a través de los cuales es posible leer el sentido profundo de una época, un pueblo, un país que navega casi a tientas entre el caos y la esperanza.
Diestro en el manejo del color, lúcido creador de símbolos cuyo sentido crítico nos sacude sin dejar de ser ambiguo, polisémico, con la pertinacia del testigo que describe una muy larga y rocambolesca pesadilla, Aisar Jalil fija en sus lienzos la memoria, la esencia de una identidad arrastrada por el raudo devenir hacia un futuro incierto. Su pintura, a ratos grotesca o taciturna, es espejo que desnuda e interpela a quien lo mira.