La acumulación de problemas sin resolver, las crecientes necesidades y carencias de todo, el daño antropológico acumulado por décadas a causa de la falta de libertad, los métodos bajos, descalificadores e ilegales, el desánimo propio y el que aportan los que contagian desesperanza y todo el cansancio acumulado, puede crear en nosotros, los cubanos, un estado de inercia, una falta de criterios, una adaptación, pasiva y ciega, a la dura realidad en que vivimos.
Ante esa realidad asumimos diferentes actitudes, la mayoría de las veces, sin tomar conciencia de lo que hacemos. Ojalá que esta reflexión nos ayude a despertar y a asumir la responsabilidad personal que nos corresponda.
El avestruz
Es la reacción del que no quiere ver. Es el que entierra su cabeza y su conciencia frente a la problemática de la vida. Al principio, parecemos ingenuos, desinformados, nunca nos enteramos bien de lo que está pasando. Con frecuencia, son diversas las formas de esconder la cabeza y el corazón para no ver ni sentir con los demás. Algunos optan por un “inxilio”, es decir, el encierro voluntario en su mundo particular. Levantan el puente levadizo de su castillo interior y se alienan del mundo circundante. Por mucho que le digas no se enteran. Por mucho que toques a su puerta, no hay nadie. Esta cerrazón solo se puede abrir desde adentro.
Las golondrinas
Es la reacción del que no se encierra, sino que huye. Lo primero que nos viene a la mente es escapar. Optamos por un “exilio” aun cuando nos queden fuerzas, capacidad y posibilidad de transformar su entorno. Recogen el nido, los pichones y se desarraigan, dejando todo por detrás. Otros, mientras viven en nidos seguros, bien lejos del problema, adoptan la actitud de jueces y expertos en dividir y desalentar a los que, libre y audazmente, optaron por quedarse y transformar, aunque fuere lentamente y a picotazos, no solo su nido, sino el bosque que arde a su alrededor. Esta actitud no contribuye a apagar el fuego que destruye el bosque, sino que desalienta a los bomberos, los divide y confunde. Cuba es una sola nación con dos pulmones: Isla y Diáspora. Respetémonos y cooperemos para el bien de la nación.
Bomberos o intensivistas
Es la reacción de los que no quieren que la situación cambie. Son los que creen que con cubos de agua se apaga un volcán. Esta actitud es pan para hoy y hambre para mañana. Alivia, pero no cura. En ocasiones se parece a los cuidados paliativos y, al final, es como el ensañamiento terapéutico. Buscan adormecer, sedar, pero sabiendo que no hay sanación. Al comenzar el fallo multiorgánico del cuerpo social, se recurre desesperadamente a ensañamientos invasivos de la privacidad, los derechos y la vida de los demás. En los fenómenos sociales los métodos pacíficos se asimilan a los cuidados paliativos. Tratar de que el tránsito no sea cruento, ni doloroso, que sea una salida lo más digna posible para todos: para aquello que muere y para la vida nueva. Negar los métodos pacíficos para la solución de conflictos pudiera asemejarse a esa saña con que se pretende “curar” pero que provoca más daño que el que se quiere evitar, en ocasiones con buena intención, o con desesperación, al final de una larga agonía. Ante estas actitudes es comprensible y humano el desespero de los dolientes, pero es necesario recurrir a la serenidad y al sentido común.
Los guardabosques que abren trochas para una ecología humana
Esta es quizá el tipo de actitud más audaz y sacrificada. Esta no esconde la cabeza como el avestruz, ni se exilia, ni recurre a métodos invasivos con saña y desespero. No tiene miedo al bosque, aunque se cuida del fuego. No se refugia bajo un árbol o en un claro del bosque en busca de seguridad institucional o se “cubre” con un traje anti fuego bajo la protección del poder civil, religioso o sectario. Es aquella actitud que, metida dentro del bosque ardiendo, comparte la suerte de los que han decidido salvarlo más allá de su propio nido.
Comparte la suerte del bosque animando a los que hacen otros trabajos igualmente necesarios. Unas veces, asume la actitud del guardabosque-vigía que sube a una frágil torre, también hecha de madera inflamable para avisar con tiempo si hay humo, si el humo ya es fuego y si se acerca y puede destruir el bosque-nación. Y otras veces, igual de necesarios, son aquellos que abren trochas en la maleza para evitar que se propague el mal, para poner fronteras al daño, para cambiar la suerte del bosque abriendo caminos de luz en su tragedia. Este abre-caminos escucha al vigía para orientarse por dónde debe adelantar la brecha salvadora. Aquel, desde su mirada larga y alta, confía en el trabajo del que abre senderos porque sabe que salvará, al mismo tiempo, la vulnerable torre del vigía y al bosque entero, aunque lo arañen las espinas, lo asfixien las lianas o lo encierren las oscuras cañadas sin saber que ellas también serán salvadas.
A nadie se le ocurre enfrentar al vigía contra el que desbroza caminos. A nadie se le ocurre recomendar a los bomberos que abandonen al que abre brechas o al que mira lejos para otear el horizonte y ver por dónde viene el peligro. En la vida social en crisis, como en la parábola, todos los oficios son necesarios. Todos los aportes deben ser convocados, escuchados y mancomunados. Todos los que contribuyen, sea cual fuere, el tamaño, el estilo o la limitación de su participación, deben aprender a concebir la obra de forma corresponsable. En el largo camino hacia la libertad, aprendamos a aceptar al otro con sus opciones, siempre que sean pacíficos y para el bien de una ecología humana, de una sociedad inclusiva, plural y participativa.
En ese empeño, sacrificado y valiente, deben evitarse los jarros de agua, las descalificaciones, las actitudes del avestruz, la intermitencia de los que no hacen nido, el sectarismo de los que consideran que solos, o solo con su grupo o su poder, podrán apagar el fuego. Las actitudes pasivas, cómplices o violentas en ocasiones se tocan, coinciden en sus métodos y estilos. Pero, por ese camino, obtienen resultados contrarios a los que intentan conseguir. No podemos homologar a la víctima con el victimario. Eso es, por lo menos, relativismo moral. Es verdad que los extremos se tocan, pero la responsabilidad mayor es de aquellos que cierran el camino al cambio en paz. Es necesario conjugar: verdad, memoria histórica, justicia transicional, magnanimidad y reconciliación nacional.
Las propuestas
1. Transitar por el camino del entendimiento entre cubanos, la conversación ciudadana, la construcción de consensos. Otra propuesta es, aún en medio del peligro, dejar a un lado, por un tiempo, aquellos detalles de forma, no de principios, para que podamos construir consensos desembarazados de obstáculos y miserias humanas, para que podamos meter el hombro y pegarlo al de otros que persiguen el mismo fin, asumiendo labores diferentes.
2. Evitar, despertando conciencias, enseñando a pensar, que nos acostumbremos a la calamidad, que no nos dejemos vencer por ese refrán pesimista que afirma ante los errores humanos: “esto no se va a arreglar, es que los cubanos somos así”. No todos somos así, no lo somos todo el tiempo y podemos sanar esa debilidad.
3. No lograremos salir de la crisis, buscando desesperadamente líderes-mesías caudillistas, ni tampoco creyendo, cándidamente, que la masa amorfa logrará redimirse sin aquellas “minorías guiadoras” de las que hablaba y creía necesarias nuestro filósofo mayor del siglo XX cubano: Medardo Vitier. Esas minorías guiadoras son los que saben trabajar en equipo, ven alto, largo y sin distorsiones de bandos, pero no se consideran iluminados sino servidores y compañeros de camino de los que en medio del incendio abren brechas de paz y libertad.
4. Todos hemos asumido alguna vez algunas de estas actitudes. Todos los cubanos necesitamos revisar nuestros criterios de juicio, nuestros valores determinantes, nuestras líneas de pensamiento, nuestra inteligencia emocional para no dejarnos arrastrar por los apasionamientos, nuestros puntos de interés, nuestros modelos de vida.
Para ello recomiendo aquella Plegaria de la Serenidad, llena de ponderación e inteligencia política, que fue redactada por el teólogo y politólogo estadounidense Karl Paul Reinhold Niebuhr (1892 – 1971) pero que todos, creyentes, ateos o agnósticos, podemos asumir como aforismo de una mística cívica y política:
“Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia; viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz…”
Serenidad, discernimiento y cambio. Eso es lo que necesitamos todos los cubanos.
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