Las expulsiones de estudiantes y profesores de centros académicos cubanos constituyen una práctica que, pese a ser común desde que el llamado gobierno revolucionario se instaló en el poder, resulta desconocida para muchas personas fuera, e incluso dentro, de Cuba. Quedan aún nacionales y extranjeros anclados en la creencia de que esas expulsiones han sido casos aislados y contados.
A tal creencia contribuye el hecho de la prensa oficial y las publicaciones controladas por el Gobierno cubano, que son todas las autorizadas a circular dentro de Cuba, echen tierra sobre esas prácticas discriminatorias, aun cuando algunas son muy recientes. Pero también contribuye la decisión de muchas víctimas de estas vulneraciones de sus derechos de no denunciarlas.
Estas flagrantes violaciones de derechos humanos me llevan a entrevistar, por segunda vez, a la profesora Omara Ruiz Urquiola, quien, en 2019, fue despedida del Instituto Superior de Diseño (ISDI), donde impartía Historia del Diseño y Cultura Cubana, y tenía la categoría de profesora auxiliar.
Pero no converso con ella en calidad de víctima, sino como una de las fundadoras e investigadora principal del Observatorio de Libertad Académica (OLA), creado a inicios de julio de 2020, con el objetivo de documentar y visibilizar la discriminación por motivos políticos y las violaciones a la libertad académica en Cuba.
Durante este trabajo de documentación, la profesora Ruiz Urquiola ha podido observar que la cantidad de mujeres que denuncian estas violaciones de sus derechos es muy inferior a la de los hombres que lo hacen.
“Son pocas las mujeres que cuentan sus historias de censura, como son pocas las mujeres que cuentan respecto a cualquier violación. No solamente un abuso de sus derechos humanos, de sus derechos políticos, sino los abusos que tienen que ver con cuestiones de género propiamente dichas. Hemos lidiado históricamente con que muchas mujeres abusadas sexualmente no se atreven a contar su historia, no se atreven a denunciar, por la recriminación en el orden social, que pasa por el patrón cultural que nos rige, pero también por la inacción de las autoridades, que es histórica. Nosotros no tenemos ni siquiera una ley de género”, explica la profesora.
“Pero este tipo de violación de derechos humanos también son poco denunciadas y tiene que ver también con estigmas. El estigma de lo social, de ser mal vista, de sufrir una revictimización, porque no solo te juzgaron en tu centro de estudio o de trabajo, sino que la sociedad también te va a juzgar a partir de un patrón impuesto, que pasa por lo político.
“Muchas mujeres prefieren callarse. Han sido abusadas, han sido perseguidas, sancionadas, pero prefieren callarse esta realidad, incluso respecto a la familia. He conocido un caso que respecto a la familia lo ocultó. Pidió la baja y no contó la historia real, por miedo a las recriminaciones de la familia. O sea: ‘algo tuviste que hacer para…’; ‘¿Por qué te metiste en eso?’. Entonces, te vas a encontrar que muchas mujeres no cuentan la historia de su censura académica, ya sea como estudiantes o como profesionales, por miedo a una revictimización por parte de la sociedad, a cargar con esa vergüenza pública, que además las va a marginar respecto a la posibilidad de conseguir trabajar en otra área”.
La profesora recuerda que para los académicos que han sido expulsados suelen quedar oficios para los que no están preparadas las personas que se han dedicado a estudiar. Para ocupar un puesto de oficina, en el ámbito estatal, deben demostrar confiabilidad “o al menos que no se van a convertir en un problema”. Es algo que ella misma experimentó, incluso antes de ser despedida del ISDI.
“Yo te puedo decir que salí en unas circunstancias bastante oscuras del ISA (Instituto Superior de Arte) en el año 2009. A estas alturas, puedo sospechar que estaba detrás la mano de la Seguridad del Estado, pero no te lo puedo asegurar, porque no fue un proceso abierto, y para yo tener una plaza en el ISDI entendí que debía quedarme callada. Fíjate que yo nunca denuncié lo que me pasó en el año 2009. Yo lo denuncié en 2019, pero no lo denuncié en 2009. Te estoy hablando en primera persona. Yo no quería estigmatizarme a un punto en el que yo no pudiera entrar en otra área de la enseñanza superior.
“Hace poco estuvimos trabajando el caso de una profesora expulsada de una universidad y cuando ya teníamos listo el informe, ella nos dijo que no lo publicásemos, porque había logrado conseguir un trabajo con el Estado”.
Ruiz Urquiola también señala que una mujer divorciada que queda a cargo de los hijos, como cabeza de familia —situación que abunda en Cuba— y con un salario precario, pese a ser profesional, si ha sido censurada y pierde su trabajo o lo conserva, pero es mal vista, “se va a callar en la mayoría de los casos”.
“Fíjate el tipo de sociedad patriarcal que somos, que hay todo un entramado familiar donde la mujer tiene unas responsabilidades que trascienden incluso el cuidado de los hijos y tienen que ver con el cuidado del hogar, que es extensivo a los padres, familiares mayores que dependen de ella. La mujer está en una posición de una vulnerabilidad multifactorial”.
Ello provoca que las mujeres censuradas sean amenazadas y coaccionadas con la pérdida de sus ganancias y sus triunfos en el campo profesional, explica. Con tal de no perder los méritos ganados con tanto esfuerzo, se callan, hasta que no hay una expulsión abierta. Aun cuando esto ocurre, pueden decidir no contar su historia, porque les puede traer consecuencias a sus familias, a sus hijos que quieren estudiar, explica la profesora. Además del miedo al escarnio social está la tremenda responsabilidad de la mujer con su familia.
“La censura es otro acto de violencia”, sostiene la profesora Ruiz Urquiola. “Todas estas violaciones que nosotros hemos reportado desde el Observatorio tienen además la finalidad de tratar de mostrar el camino de la denuncia, para en algún momento nosotros poder llegar a la UNESCO y poder denunciar lo que pasa en las escuelas, en las universidades cubanas. Pero ahora mismo, a las víctimas no tengo una respuesta que darles, que no sea el exponer su caso".
“Hay dos mujeres que se comunicaron conmigo para decirme que dos de sus victimarias, mujeres también, están en este país (Estados Unidos) y están acogidas al refugio político por ser ellas supuestas víctimas, cuando fueron las victimarias de estas dos profesoras universitarias. Una en Pinar del Río y la otra en la Universidad de Camagüey. Y yo no tengo un nivel de respuesta para ellas”.
OLA ha publicado una nota denunciando a estas presuntas victimarias, en la que aparece un link al sitio donde se pueden denunciar esas situaciones en los Estados Unidos. Pero la profesora Ruiz Urquiola lamenta que la organización no pueda hacer más.
“Nosotros no somos vinculantes”, aclara. “A mí me pone en un lugar difícil cada vez que una víctima me contacta y me pide razón por su victimario, que ha escapado absolutamente impune y además está beneficiándose de leyes que están hechas para las víctimas y yo no tengo una respuesta que darle”.
Muchas de las mujeres que abandonan centros de enseñanza superior, preuniversitarios, lo hacen a partir de haber sufrido la violencia sexual. Pero no se denuncia por la estigmatización posterior que van a sufrir en la sociedad
Omara Ruíz Urquiola también conoce, de primera mano, casos de acoso sexual, “que son muy abundantes en las universidades y las escuelas cubanas, en el nivel medio y en el nivel primario”. Sin embargo, OLA no ha recibido denuncias de ese tipo hasta el momento.
“Es también una manera de censurar. Muchas de las mujeres que abandonan centros de enseñanza superior, preuniversitarios, lo hacen a partir de haber sufrido la violencia sexual. Pero no se denuncia por la estigmatización posterior que van a sufrir en la sociedad, entre sus compañeros. Te puedo decir que en las provincias es muy recurrente sacar a las muchachas de la escuela cuando han sufrido un incidente. Lo que hace la familia es sacarlas de la escuela. ¿Qué hacen muchas muchachas? No lo cuentan, con tal de que la familia no las saque de la escuela y poder continuar estudios”.
He querido aportar, como elemento que explique la renuencia de muchas cubanas vetadas de impartir clases o estudiar en las universidades del país por razones ideológicas o planteamientos contrarios a los intereses del poder, el deber de estarles agradecidas a la Revolución, inculcado tanto a las mujeres como a las personas negras en Cuba, desde la infancia.
De la misma forma que se nos ha enseñado que a “la Revolución hizo a los negros personas”, se nos ha dicho que tuvo un efecto emancipador para las mujeres, dándoles más protagonismo en la vida política, más acceso a empleos y legalizando el aborto.
La profesora Omara Ruiz Urquiola es categórica al desechar esta posible explicación. “Yo no he dado con ningún caso en que una de las víctimas de censura, mujer, se halla callado la historia por considerarse deudora de la Revolución. Todo lo contrario. En el caso de las mujeres, ha sido tanto el abuso, que ninguna de esas víctimas le guarda ningún tipo de agradecimiento al proceso revolucionario”.
“La mayoría llegó a cursar estudios universitarios con un respaldo de sacrificio familiar importante. Las condiciones de las estudiantes y las profesionales universitarias cubanas son condiciones difíciles. Cualquier trabajador del turismo está muy por encima a nivel económico, e incluso cualquier cuentapropista, que un profesor universitario. Para llegar a ser un académico se ha pasado por la etapa de estudiante y las condiciones tanto de las residencias estudiantiles, de sobrevivencia, sobre todo de las estudiantes que vienen de provincia, son muy difíciles, pasan mucho trabajo. Por tanto, al menos los casos que a nosotros han llegado, están conscientes de que su categoría profesional es consecuencia del aporte familiar”.
Pese a que las mujeres tienen más que temer a la hora de denunciar una violación de su libertad académica y de pensamiento, Omara Ruiz Urquiola asegura que los métodos de represión ideológica no difieren.
“Independientemente de los intríngulis de cada perfil profesional, los métodos son similares. Es la Seguridad del Estado utilizando a tus compañeros de trabajo, a la nomenclatura de los centros de enseñanza, para ir contra una”.
También considera que, para su hermano, el científico Ariel Ruiz Urquiola, la separación de su puesto de investigador de la Universidad de La Habana en 2016 implicó un sufrimiento mayor que el que experimentó ella en 2019 al ser expulsada del ISDI.
“Tenía una categoría científica superior a mí. Tenía logros profesionales de muy alto nivel. Mis logros profesionales son más restringidos a mi área de saber, a mi relación con los estudiantes. Pero en el caso de mi hermano estaba a un nivel muy alto, reconocido incluso por la comunidad científica internacional”.
Sin embargo, la profesora Ruiz Urquiola llama la atención sobre una diferencia que considera importante, entre las formas en que reaccionan las mujeres expulsadas de centros de enseñanza con respecto a los hombres víctimas de la misma violación de derechos: el bloqueo mental.
“Tienen que preguntarles datos a familiares cercanos: al esposo, a la mamá, porque no recuerdan muchos detalles de lo que pasó. Incluso, algunas me han mandado la información a través de un familiar; no han querido ellas directamente dar esa información. No por miedo, sino por no verse obligadas a hablar conmigo, que a fin de cuentas no me conocen en lo personal. Entonces, prefieren darle la información a una persona de su ámbito familiar y que esa persona me pase la información. Eso me pasa con las mujeres; no me ha pasado con los hombres. Igual te digo: la mayoría de las mujeres no emprendemos un proceso legal, los hombres sí”.
En la propia familia de Omara Ruiz Urquiola existió un antecedente relacionado con la violación de la libertad académica. Mucho antes de que ella naciera, en la década del 60, una señora que luego se convirtió en tía adoptiva suya fue separada de la carrera de Medicina, cuando cursaba el cuarto año.
“A ella la expulsaron por ser católica. Pertenecía a la Juventud Católica. Mientras pudo tocó el órgano en la Parroquia del Carmen. Hubo compañeros de estudios de ella que estuvieron involucrados en la lucha anticastrista. Hicieron una purga en la Escuela de Medicina. Como ella, expulsaron a muchos más. Todos los que no eran confiables, como su caso, que era una católica convencida, y no renunció a la manifestación explícita de su fe, a ir a la Iglesia, a ayudar en el catecismo, a tocar el órgano, fue expulsada. No tuvo que ver con ningún acto de sabotaje y fue expulsada.
“La estaba expulsando el Estado. ¿A quién iba a denunciar? De hecho, nunca le dieron ni certificación de notas, ningún documento que probara su expulsión. Sencillamente, llegó un día a la escuela y le dijeron: ‘no, váyase para su casa; usted no entra’. No tenía dónde denunciarlo. Nada. Sé de la historia porque conviví con ella muchos años, pero ella casi nunca hablaba de eso.
“Como ella tiene que haber otros; yo la conocí a ella solamente. Ni siquiera era una persona que tenía planes de emigrar. Cuando llegó la emigración a través del Puerto del Mariel en 1980, a ella incluso le sellaron la casa con ella dentro. Un perro ladró y entonces se dieron cuenta de que tenían que quitar el sello, porque ella apenas salía de la casa, si no era para ir a la Iglesia, a la misa o a alguna otra actividad que tuviera que ver con la profesión de la fe”.
El retrato de esta mujer, llamada Teresita de Jesús se conserva en la sala de la casa de Omara Ruiz Urquiola. La profesora describe a esta mujer, fallecida en 2018, como una excelente pianista concertista, que, sin embargo, dejó incluso de tocar el piano tras su separación de la universidad.
“Es un caso muy triste y yo creo que, a la hora de fundar este Observatorio, ella me sirvió de inspiración”.