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Intelectuales | Omara Ruiz Urquiola y la reinvención constante de la vida (+ audios)

"He sufrido discriminación de género, tanto por parte de castristas como de anticastristas, muchas veces alzan la voz para acallar mis razones"

Omara Ruiz Urquiola, profesora de generaciones de diseñadores, fue expulsada del ISDI en julio de 2019.
Omara Ruiz Urquiola, profesora de generaciones de diseñadores, fue expulsada del ISDI en julio de 2019.

En Cuba sentía que mis probabilidades de conocerla dependían de la casualidad y de algún amigo en común. Una vez fuera de la Isla, esas probabilidades habrían sido aún más remotas sin el interés de Árbol Invertido y Alas Tensas en entrevistarla. Omara Ruiz Urquiola es una mujer a quien la vida no cesa de ponerle retos: el encarcelamiento de su padre cuando ella tenía 17 años, el diagnóstico de un agresivo cáncer de mama a los 32 años sin probabilidades de remisión (en julio de 2005, el pronóstico era nueve meses de vida; en noviembre era de tres), y más recientemente, su despido del Instituto Superior de Diseño (ISDI) donde impartía Historia del Diseño y ostentaba la categoría de Profesora Auxiliar.

Pese al gusto de contar con un pretexto para contactarla, la entrevista era un reto porque Omara es, a su pesar, una mujer muy conocida en los medios independientes cubanos y ha sido entrevistada muchas veces. Por otra parte, es difícil no sentirse como ante un semáforo en rojo frente a una mujer que padece cáncer de mama, como si hubiera un cartel que nos advierte de no andar en esa gaveta, no hacer preguntas fuera de lugar, inoportunas… a no ser que la persona saque el tema a relucir, lo que es casi imposible que ocurra. Quién va a querer hablar de la extirpación de sus dos mamas entre los 33 y los 34 años.

El diálogo con Omara, a través de correos electrónicos y mensajes de WhatsApp, me demuestra que esa luz roja es mi propio miedo, mi afán por ignorar las cosas más aterradoras como si la ignorancia fuese el antídoto contra la fatalidad. Lejos de ponerse a la defensiva y evitar que ande en la gaveta, Omara habla de lo que ha vivido sin prejuicio ni dramatismo. Me muestra lo que significan esta enfermedad y el dilema de la mastectomía para cualquier mujer, sobre todo, para una graduada de Diseño y por tanto “formada en el ideal estético”, y que lo usa “con total conocimiento de causa”.

Son muchas las mujeres con el mismo tipo de cáncer que mi entrevistada ha conocido en estos años, la mayoría de ellas han muerto. Su padecimiento la hizo coincidir también con la actriz Adria Santana, quien le prestó la peluca que usó para viajar fuera de Cuba por primera vez. Desgraciadamente, Adria también falleció.

Omara Ruiz Urquiola en los campos de Cuba.
Omara en la finca de su hermano, en la Sierra del Infierno, perteneciente al Parque Nacional Viñales, Pinar del Río.

Omara ha sostenido en varias entrevistas que su hermano, el biólogo Ariel Ruiz Urquiola es su médico y a él, más que a los especialistas cubanos, le debe su sobrevida de ya casi 15 años. También a la solidaridad de amigos en el extranjero e incluso de exalumnos que viven en Cuba. Esta entrevista no es la excepción, y deja profundas grietas en la vitrina que constituye para el gobierno cubano su sistema de salud y los médicos formados dentro de la revolución.

"UN GIRO DE 180 GRADOS"

Usted y su hermano son hijos de un militar cubano que estuvo preso durante más de 15 años. ¿Qué llevó a su padre, quien deduzco fue partidario de la revolución cubana, a la cárcel? ¿Qué significó para su madre, su hermano y usted?

Al momento de su detención estaba esperando la chequera de jubilación, aunque tenía poco más de 40 años. Era Teniente Coronel, y llevaba 25 años o más de servicio. Otros morían con el uniforme encima, él había decidido salirse por la vía burocrática. Era ingeniero electrónico y, como civil, ofertas de trabajo no le faltarían. Le indicaron que aguardara los meses que demoraba el trámite en la jefatura de Guardafronteras, por entonces en el Reparto Flores. Nada que ver con su perfil profesional, pero era una orden y él, un militar de carrera. En ese sitio, lógicamente, se tenía acceso a las embarcaciones resguardadas en las dársenas.

La temprana solicitud de jubilación se debió a los múltiples altercados que, siempre dentro de los marcos establecidos, mi padre protagonizó al cuestionar arbitrariedades de los altos mandos que obstruían el desarrollo de proyectos tecnológicos; y al final, emplazar en un auditorio donde confluyeron un gran número de oficiales, a la máxima dirección del país por su incapacidad para prever el inminente Período Especial en Tiempos de Paz del que habían sido informados, con anterioridad, los miembros de la nomenclatura castrense. Al término de la reunión recibió el espaldarazo de muchos, absolutamente nadie lo confrontó. La decepción era pública, no obtuvo respuesta satisfactoria, ese ya no era su lugar. Dejaba atrás, por voluntad propia, su protagonismo como fundador y jefe del Grupo de Desarrollo de las FAR, luego del MININT.

De ese puesto transitorio en Guardafronteras fue a dar a la cárcel. Fue un proceso de Instrucción plagado de violaciones. Se le acusaba de actos preparatorios de “salida ilegal del país”, esto respaldado por el estar trabajando en ese sitio tan aparente lleno de lanchas, que no sabría ni cómo echar a andar. Pero ahí estaban las embarcaciones, y de paso, él. Yo estaba terminando el pre-universitario. No se me permitió ir al juicio, y desde la primera visita, previa al juicio, el oficial de la Contrainteligencia encargado del caso nos advirtió a mi hermano y a mí que no acudiéramos a ninguna organización de derechos humanos, que eso solo complicaría algo que debía resolverse. En realidad, él puso esa idea en mi mente, nada más lejos de mi intención; poco o nada sabía de derechos humanos o algo parecido, tenía 17 años y hasta entonces había sido “hijita de papá”, y por ende, tenía muy poca conexión con la vida de la generalidad.

Mis padres llevaban años divorciados. De hecho, él había formado una nueva familia, pero siempre se mantuvo la relación cercana, incluso con mis hermanas menores y su esposa. Para todos fue un giro de 180 grados, vivíamos entonces, mi madre y nosotros dos, Ariel y yo, en una misma casa con mi abuela y tío paternos, ambos fidelistas. Sin detallar, nos hicieron tal guerra que tuvimos que permutar la casa y reducirnos, ellos habían renunciado a cualquier lazo con mi padre dado su fanatismo fidelista, nosotros no.

Mi madre era la jefa de cátedra de Biología de la secundaria del barrio, y a pesar de cierto hostigamiento velado, el cariño y respeto de las familias de la comunidad se mantuvo prácticamente íntegro, también fue extensivo a nosotros y perdura hasta hoy. Algunas personas no cercanas aprovecharon la situación para verter sobre mí viejos resentimientos que iban desde lo clasista hasta celos por el rendimiento académico infantil o adolescente; incluso hubo quien trató de desacreditarme ante amigos, profesores y vecinos. Aprendí a llamar por teléfono antes de visitar o a saludar solo de lejos, y si la persona se acercaba, entonces detectaba normalidad en la relación. Esto lo incorporé joven, por eso ahora no me cuesta, es hábito.

Mi madre mantuvo las mismas relaciones de cordialidad y familiaridad con mi padre, su esposa y mis hermanas. Nunca interfirió en la relación con mi padre, a pesar de su militancia partidista. Ahora me confiesa que observaba, y ya disentía de la realidad. Ella leía la prensa soviética que durante los primeros años de la Perestroika seguía entrando a Cuba, entendía lo que pasaba; pero mantenía silencio protector pensando en nosotros, en que no nos pusieran freno para llegar a la universidad.

Yo empecé no solo a ver, sino a vivir la realidad y “corría” el Período Especial. Cuando mi padre cayó preso, venían las pruebas de ingreso; tuve suerte, me llevé la plaza de Historia del Arte que, para la Ciudad de La Habana, había “bajado” a los pre-universitarios. Todo se unió, fue despertar sufriendo más que el resto, que ya vivían lo impensable, pero yo vivía las cosas de manera diferente. Cada 21 días iba a la visita familiar, fueron varias cárceles. El miedo a que se hiciera pública mi realidad en la Universidad de La Habana (UH) era atroz, me carcomía. En fin, después de constatar la trampa tendida a mi padre fui a cuanta institución a cargo de la legalidad socialista existía. Todo fue en vano, se violó hasta su derecho a libertad condicional. Acabé en casa de Gustavo Arcos Bernes. Aprendí a respetar a la oposición, aunque buenas decepciones me llevé también, ninguna de Gustavo, creo que me privilegió con su amistad. Ya era una contrarrevolucionaria entonces, porque entendía toda la estructura como un engranaje garante de un régimen totalitario. Pero seguí viviendo, y ante la imposibilidad de una salida al extranjero por la vía del reconocimiento internacional al caso de mi padre, decidí quedarme en Cuba y, sin llamar la atención, hacer en lo posible una vida normal.

Mi hermano siempre ha sido más levantisco, toda la UH sabía de quién era hijo; descollaba en todo, por bocón, por deportista, por inteligente, tenía otra personalidad. Llegó a trabajar en la Universidad gracias al apadrinamiento de la Dra. María Helena Ibarra Martín, un puntal político incuestionable para la academia; y esa es otra historia, que ya sabemos cómo terminó, justamente por bocón. (Ríe.)

Mami se peritó por razones médicas cuando vio el desastre del sistema de educación, no aguantó, había dado el Paso al Frente, y todo iba para atrás. Repasó adolescentes en mi casa, hizo pizzas, croquetas, entre otros malabares para hacernos sobrevivir. 

(El padre de Omara Ruiz Urquiola vive y trabaja actualmente en España.)

¿Qué decepciones sufrió con la oposición?

En esa época de los ‘90, salvo en Gustavo Arcos Bernes, a quien considero un caballero andante sin armadura, lo que yo vislumbraba en la mayoría de los opositores con quienes pude alternar era una estrategia para emigrar. Por otra parte, también choqué con una Odilia Collazo que resultó ser después una agente de la Seguridad del Estado. Te estoy hablando de una mujer de la que yo no hubiera pensado que era agente. Cuando fui a su casa no pude ni tomar agua por el ambiente de suciedad. Te hablo de una marginal en un barrio de San Miguel del Padrón. Tenía una conducta social reprobable. Cuando yo la conocí, pensé “no puede ser que el cambio en Cuba dependa de una antisocial como esta”. Resulta que era agente de la Seguridad del Estado.

Omara Ruiz Urquiola.
Omara Ruiz Urquiola.

En este momento reconozco que en la oposición hay personas extremadamente inteligentes y valientes, absolutamente decididas a quedarse en Cuba y correr la suerte que corra Cuba. Mi hermano y yo no nos identificamos con ningún proyecto opositor en específico. Queremos generar un Estado de Derecho. Pero a mí hacer política y ser parte de la política no me interesa.

“YO ESTABA CONDENADA”

Quiero hacerle una pregunta un poco más íntima, y le pregunto porque usted tiene una situación de salud que a mí me aterra. Recibió el diagnóstico de su enfermedad cuando era una joven de poco más de treinta años, atractiva, inteligente, toda la vida por delante, un montón de planes, supongo, para su carrera y para su vida privada. ¿Cómo cambiaron su vida el diagnóstico, el tener que enfrentar una doble mastectomía y el pronóstico de una corta supervivencia en ese momento?

El orden de los sucesos es inverso, la corta sobrevivencia primero y la improbable mastectomía luego, cuando ya había esperanzas fundadas.

Tenía 32 años acabados de cumplir, estaba entregada al proyecto de restructuración del pénsum académico del perfil Diseño Escénico dentro del Instituto Superior de Arte, ISA. Me acababan de aprobar la posibilidad de doctorado directo (sin maestría previa), y compartía la pasión ecológica de mi hermano, que es sello familiar, así que al menor chance me iba de expedición con él. Necesitaba mucha libertad de movimiento por lo que ningún plan permanente de vida conyugal me ilusionaba, lo había intentado y chocaba siempre con mi estatus independiente. Te puedo decir que, a pesar de la situación de mi padre, había logrado encontrar un equilibrio y disfrutaba de la vida. Ya tenía claro que no me iba de Cuba, mientras más investigaba, o más manigua cogía, más atada me sentía a mi país y a lo cubano.

La vida cambió, pero, aunque parezca raro, no tanto, gracias a mi familia, los amigos, y muchos compañeros de trabajo. Como te comenté, yo andaba tan metida en mis proyectos que, aunque la pérdida de peso era evidente, y la ruptura de parte de la piel del pecho avanzaba, lo achaqué a una displasia mamaria, porque, además, era lo que me habían confirmado un año antes los oncólogos en el INOR (Instituto Nacional de Oncología y Radiología). Me había hecho biopsia, ultrasonido y el consabido examen clínico. Me dijeron que si se iba el agua en mi casa no tendría problemas, estaba llena de quistes de agua, y me quedé tranquila. Si los que se supone que consagran su existencia a una esfera del conocimiento te aseguran que estás sana, para qué preocuparte. Inclusive, había consultado a una genetista de ese mismo hospital, por mis antecedentes familiares, esta también auguró los mejores pronósticos. Y al año, era tanta la secreción de mi piel rota, la inflamación y el dolor, que una noche esperé a que mi hermano llegara del trabajo y le comenté. Él me examinó y me dijo hasta loca por no haberle hablado antes. Lógicamente, vislumbró la gravedad, pero soy una mujer de letras, sana toda mi vida ―no me ha dado ni la varicela―, había ido con los “mejores” médicos… ¿cómo iba a estar sobre aviso?

Esa misma noche Ariel llamó a Concepción Campa, madre de un gran amigo y mujer solidaria con muchísimas personas necesitadas de ayuda médica. Gracias a su intercesión al día siguiente, cuando recogía documentos para trabajar durante las vacaciones, recibí la llamada en mi oficina para ir inmediatamente al hospital CIMEQ. Cogí mis papeles y me encaminé. Se me practicó una biopsia con aguja fina, a todas estas yo seguía pensando en una displasia mal tratada, ni de lejos cáncer, no pasaba por mi cabeza.

Sorprendida me quedé cuando al otro día me citaron por teléfono, todo lo que entendí era algo como “sueritos preventivos”. Eso mismo le dije a Ariel cuando llegó y me preguntó. Ahí empezó a querer saber qué significaba eso y yo qué podría decir más que eso mismo: “sueritos preventivos”. Así que me disponía a ir al hospital al otro día, lógicamente sola. Ante la imposibilidad de obtener una explicación lógica, Ariel se molestó y me dijo que él se iba al hospital conmigo. Yo no entendía por qué coger tanta lucha.

Pues bien, me sorprendió que la antesala de la oficina del médico estaba llena de mujeres y hombres calvos, pero seguía enajenada de mi realidad, no caía. Entramos y el médico me programó un suero, nunca se mencionó la palabra citostático. Salimos de la consulta y Ariel se recostó al marco de una puerta y se me quedó mirando, me dijo: “Si tú estás dispuesta a luchar, ¡yo lucho por ti!” Así me di cuenta de que tenía cáncer, la palabra nunca se dijo. Me puse el primer ciclo de quimio, y ni me acuerdo en qué salimos del hospital. Desde ahí Ariel se ocupó, sobre todo de proveerme nutricionalmente, escribió a nuestros amigos idos. Él estaba desesperado porque sí sabía de la importancia de una alimentación adecuada, y eran nuestros dos salarios, mientras yo pudiera trabajar, y la jubilación de mami. Nuestra gente respondió, siempre lo hacen, así se compró comida.

Pasaron unos meses y la quimio proseguía, se me abrieron agujeros siendo visibles hasta dos costillas, sangraba y drenaba bastante. Gracias a la ayuda de mucha gente conseguíamos gentamicina y algodón, con eso me protegía de las infecciones y pude comenzar en septiembre a trabajar normalmente, aunque llevando mis alimentos. Durante casi cinco meses de quimio, Ariel averiguó qué pruebas existían para medir, además de la clínica, el avance real de la enfermedad. Me hice TAC y gammagrafía ósea, ni otros órganos ni los huesos estaban “tomados”, a pesar de ser evaluado el tumor como fase 4. El oncólogo, jefe del servicio de oncología del CIMEQ, aseguró que se me pondría otra línea de citostáticos, sugerida por Ariel. Al llegar a la consulta el día en que iniciaría ese tratamiento, el Dr. Catalá se negó bajo la excusa de que yo estaba “condenada” y en esa condición no se podían emplear recursos, solamente medicarme para aliviar el proceso inevitable de mi fallecimiento. Mi hermano no se conformó y luego de que el “médico” le espetara en su cara que él nada sabía de medicina, nos fuimos de ese lugar. Vale aclarar que Ariel llevaba consigo el primer suero, pero ni así me lo quisieron poner.

Nos quedamos sin hospital, mi hermano llamó a Conchita, al día siguiente nos recibiría una junta médica en el INOR. Ariel había tomado la decisión de estudiar a profundidad la enfermedad y hacerse cargo de mi tratamiento, en consecuencia, pugnó por hacerme los exámenes para determinar qué tipo de cáncer de mama era, nada de esto se me había practicado, para estructurar un esquema de tratamiento específico, como se hace en el mundo. En resumen, ya voy por el quinto quimio terapeuta.

Te decía que la cirugía vino después, no había margen quirúrgico, ni se pensaba que pudiera aparecer. Para eso el tumor debe ser movible, una masa compacta extirpable, exenta del resto de los tejidos. Gracias a la combinación de quimio/inmunoterapia/radiaciones, a fines de 2006, contra todo pronóstico, apareció un margen para operar. Ya estábamos curtidos en las carencias formativas de la mayoría de los profesionales de la salud en Cuba, así que no nos quedamos con la primera opción de cirujano, e indagamos por el mejor y dimos con él. Resulta que el mejor acababa de ser expulsado del INOR, separado del PCC también. Nos consiguieron el teléfono, era el Dr. Gilberto Fleites. Nos recibió en su casa, corroboró el margen quirúrgico, y consiguió salón para operarme. A él también, como otros tantos “casos perdidos”, le debo la vida.

Así, Ariel se mantiene al tanto de lo último en terapias oncológicas, y todo lo asociado a mi enfermedad. Por eso aseguro que es mi médico, escucho con santa paciencia lo que me diga cualquier especialista, pero no me interesa. La mayoría suspende un examen de bioquímica básica de la UH, ni siquiera pueden sostener una discusión profunda con mi hermano, enseguida se acomplejan y se parapetan en su titulación, creen que es personal, están realmente ajenos a la dinámica científica.

Tú me dices que te aterra lo del cáncer, figúrate que ni pasaba cerca del Oncológico antes de todo, porque no quería ver cosas desagradables, y mira por dónde me llevó la vida, o la genética, para ser más certera. Te puedo confirmar que una sigue pensando, creando, soñando, sufriendo, pleiteando, amando, no sé cómo será cuando llegue el final, pero nunca tengo mucho tiempo para pensar en “el final”, para visualizarlo, ahora mismo no es la prioridad, sin embargo, también me aterra. Hay días y días, es indescriptible, pensarlo genera desasosiego, prefiero no meterme en ese canal.

“ME HACE ILUSIÓN TENER QUE REPLANTEARME LA VIDA...”

Usted acaba de ser expulsada del ISDI donde se desempeñaba como profesora de Historia del Diseño. ¿Qué piensa hacer ahora? No me refiero al hecho de apelar la medida, que ha recibido numerosas críticas, sino a su futuro, su vida profesional y su supervivencia. ¿Cuáles son sus planes, a qué dirigirá sus energías, de qué vivirá? ¿Cómo espera salir adelante? ¿Es este el final de su vida como profesional dentro de Cuba?

Tengo varados tres proyectos de libros, todos son investigaciones, uno fue retirado cuando ya estaba en proceso de edición porque los fondos para imprimirlo fuera de Cuba, dada sus especificidades, de momento, se agotaron, y no acepté una impresión deficiente de aquí. Era un proyecto con la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC), y partía de la investigación que hice para generar los contenidos de la Sala de los Viajeros, en el Palacio del Segundo Cabo, Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales Cuba-Europa. Esta institución censuró mi participación como panelista en el evento por el Centenario de la Bauhaus, al día siguiente del anuncio de mi despido, a pesar de haber colaborado con la estructuración del panel de especialistas. Así que, como demuestran los hechos, nada que hacer con instituciones estatales.

Cuando se supo lo de mi despido, exalumnos que viven fuera de Cuba me hicieron propuestas para enseñar de forma alternativa vía internet y tal, pero realmente soy de otro tiempo y la tecnología me aterra.

En un primer momento pensé dedicarme solo a sacar mis proyectos editoriales adelante, con ayuda de amigos intelectuales exiliados. Pero el día a día se impone y nunca he dejado de trabajar, ni siquiera con casi 15 años de enfermedad he pedido un certificado. Pienso escribir sobre diseño/arquitectura en Cuba para una revista radicada en Miami y orientada hacia “lo cubano”, esa fue la oferta esperanzadora al inicio de todo y vino de la mano de profesionales emigrados por la misma causa de mi cesantía.

También ha llegado una propuesta de trabajar con una institución cultural de alcance internacional. Realmente era algo que pensaba llevar en paralelo a la docencia universitaria, y ahora habrá más tiempo.

Me hace ilusión tener que replantearme la vida justo en la mitad de lo que sería una existencia rutinaria de no ser por la enfermedad, Cuba está cambiando y yo con ella, sabe bien.

Pero genera zozobra perder la rutina y dinámica de vida establecidas a estas alturas. Yo somatizo siempre que algo emocional me afecta, me doy cuenta por la pérdida del cabello y la inestabilidad en el peso. A cada rato, y como me he ido enterando de los muchos precedentes de este tipo de sucesos en las universidades cubanas a lo largo de casi sesenta años, pienso en lo que pasaba con quien perdía el trabajo y recibía la amonestación explícita o tácita del aparato institucional; las historias son de miedo, desde irse a vender cacharrería por las calles, recoger yaguas, remendar zapatos, amolar cuchillos, en fin. ¡Qué saga de indecencia y malicia para denigrar y avasallar a seres pensantes totalmente indefensos! Cuánto vejamen, cuánto abuso meticulosamente premeditado. Son engendros del mal estos personeros del castrismo, hipotecaron el alma en pos de una falacia. Para ellos no hay reinvención posible, tanto daño no debe quedar impune, el que Cuba sane tiene que pasar por asumir la memoria histórica de lo abyecto, con leyes, con justicia y en paz.

Debo chequear mi estado de salud en un viaje a Miami próximamente, veremos si no me regulan. Ha habido incluso un activista por los derechos humanos en huelga de hambre por esa situación que ya es norma para quienes nos atrevemos a denunciar el estado de cosas. Luego ya me emplearé a fondo profesionalmente.

También sería bueno que los altos cargos encargados de la educación superior, dejaran de agredir desde la evidente desprofesionalización que los expone ya casi con regularidad semanal. Esas actitudes me conminan, como a miles de cubanos, a tomar acciones ciudadanas con peticiones de respeto mínimo a nuestros derechos. Por más que se entiendan los resortes lógicos de todas esas imposturas públicas, en medio de una estructura de poder vacía de contenido y legitimidad, no deja de sorprender tanta torpeza política.

Así que ahora me planifico, voy incorporando nuevas rutinas, y espero a que mi caso deje de ser tan sonoro, la vida es ordenadora. Eso creo que lo aprendí en la antesala de tantas consultas.

“ESTA SOCIEDAD OPERA COMO SELVA”

¿Siente que el hecho de ser mujer la coloca en una posición más vulnerable ante los retos que esta situación le impone?

Como a tantas otras intelectuales, me incomoda el exceso de militancia feminista, pero la realidad de un contexto tan machista me hace reconocer lo primario de nuestras “conquistas”. Por otra parte, en un país donde ni hombres ni mujeres pueden proveerse dignamente el sustento, se trata más de seres humanos que de pensar en “femenino”. Claro está, como mujer llevo las de perder, me ha costado bastante ser escuchada, sin miedo te digo que lo he logrado a pura inteligencia. Y pasa por ser mujer, por ser educada, por ser frágil físicamente, esta sociedad opera como selva, y la ley del más fuerte es la que rige; pero ese sujeto es asexuado, su dominio está en correspondencia con su cercanía al poder.

He sufrido discriminación de género, tanto por parte de castristas como de anticastristas, muchas veces alzan la voz para acallar mis razones, aquí el machismo es cultural y apolítico.

De joven era más duro, ahora sé imponerme a base de argumentos, soy bastante suficiente, y lo hago saber de disímiles maneras, sea con dulzura o a golpe de firmeza, y de ello me enorgullezco también. Me sé altivamente mujer y femenina, y si puedo proteger mis manos cuando hay que cortar yerba en la finca, lo hago, me importa mi apariencia, yo estoy formada para entender el ideal estético, así que lo uso con total conocimiento de causa. Si hay que matar un majá, lo mato, pero si se trata de inyectar una vaca me auxilio de la fuerza de un hombre, y sigo valiendo lo mismo. La idea de la competencia de sexos me parece una aberración contemporánea, valgo como soy, nada que demostrar en ese sentido.

“NO CREO PARA NADA QUE MI CONDICIÓN DE CATÓLICA ESTÉ CONTRAPUESTA A PARTICIPAR DE LA SOLIDARIDAD CON EL MOVIMIENTO LGBTIQ”

Justo cuando pensaba dar por concluida esta entrevista, descubrí que, contrario a lo que había supuesto, Ariel no fue el único Ruiz Urquiola que participó en la Marcha Alternativa contra la Homofobia y la Transfobia del 11 de marzo. Su hermana, una mujer heterosexual y católica, también estuvo allí.

¿Por qué participó usted en esa marcha, en la que además se exponía a una agresión física como les sucedió a su hermano y a otros participantes?

De hecho, quien compulsa a mi hermano a ir soy yo. Mi hermano es gay, jamás lo ha escondido. Tengo muchísimos amigos tanto gais como lesbianas, muchos exalumnos también, que han devenido en amigos. Básicamente fui, porque me pareció que por primera vez había un grupo social, parte de la sociedad civil, que despertaba de la manipulación gubernamental, en algún sentido; propiamente de todo lo que representa el Cenesex y Mariela Castro. Mi hermano participó porque es su comunidad. Además, siempre le dije que me parecía muy importante que por primera vez había algo independiente, auténtico, espontáneo, por parte de un grupo al que él pertenece y que ha sido históricamente relegado, abusado, vilipendiado. Nos encontramos con amigos como Oscar Casanella que fue con su esposa y su hijo, y familias que participaron en solidaridad con tantos amigos gais que han sido absolutamente abusados por este sistema, o tratados de usar, como ha hecho Mariela Castro.

No creo para nada que mi condición de católica esté contrapuesta a participar de la solidaridad con el movimiento LGBTIQ en Cuba o en ningún lugar. Creo que la posición antagónica y peyorativa de la cúpula de la Iglesia católica, el clero oficial, es una postura errónea, anquilosada, absolutamente fuera de contexto. Yo no la comparto, como no comparto la línea fustigadora contra las libertades de la mujer, del clero oficial. Y te digo esto porque la iglesia somos nosotros, la feligresía. No han sido una ni dos las veces que he compulsado a la nomenclatura de la Iglesia católica en Cuba a responder a la feligresía. La iglesia no es una autoridad que deba estar juzgando moralmente todo el tiempo a la feligresía. La iglesia tiene que acogernos. Dios es amor, así es como lo entiendo. No tengo ninguna contradicción, siendo católica, en participar de la agenda social y contra la postergación y el vilipendio a grupos de la sociedad civil. Por el contrario, me siento que estoy cumpliendo con mi deber como cristiana por encima de todo. Dios es amor y muchas veces a la nomenclatura de la iglesia se le olvida.

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Yusimí Rodríguez López

Periodista Yusimí Rodríguez López

(La Habana, 1976). Narradora y traductora. Colaboradora también de los sitios Diario de Cuba y Havana Times. En 2015 publicó su primera colección de cuentos, The Cuban dream. Ganó el Premio Deslinde con La otra guerra de los mundos (Ed. Deslinde, Madrid, 2021). Cuentos suyos aparecen en antologías en Cuba y otros países.

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