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Lo que es bueno y se reprime, se desborda

"La represión por la fuerza —dice el autor—, la difamación, la mentira y el palo de un hermano cubano contra otro porque piensa diferente, no solo son errores, sino que son delitos penados por nuestras leyes y por las leyes internacionales".

Bandera cubana hecha un nido. Obra de Yasser Castellanos
Imagen: Yasser Castellanos

Todo lo que se reprime sin cauce, se derrama y desordena. La frase que da título a esta columna y que es una paráfrasis atribuida a José Martí, nos lo confirma. La autocensura tiene un límite tras el cual sobreviene la erupción de emociones, iras y desenlaces incontrolados. 

La represión en la familia, en las escuelas, en los centros laborales y en todos los ámbitos de la vida no puede durar toda la vida. Una sociedad no puede vivir en represión para siempre. Nada se puede sostener a base de represión. La represión empeora las cosas dentro de Cuba. La represión agrava las relaciones de Cuba con la comunidad internacional. La represión es la señal de la etapa final antes del cambio.

Llegados al punto en que el único recurso que parece quedar es reprimir, entonces toca parar, pensar, cambiar y dar cauce libre, seguro e institucional a las demandas que se reprimen. Lo contrario conduce al caos y a la violencia. Todo ciudadano debe evitar por todos los medios el uso de la violencia verbal, mediática, institucional, física, psicológica. Toda autoridad civil y militar debe evitar el uso de la violencia en todas sus formas. 

Es responsabilidad de cada ciudadano buscar cauces pacíficos y cívicos a sus necesidades y exigencias legítimas. Es responsabilidad gravísima de las autoridades del Estado cuidar de no llamar al enfrentamiento, no incitar enconos, no permitir que los medios de comunicación instiguen la división entre cubanos, ni el recurso amenazante, ni la siembra del odio, ni la maquinaria del terror entre cubanos.

Estamos a tiempo. Cese el enfrentar a los cubanos por su manera de pensar, por su manera de creer, por sus opciones políticas, por sus diversas ideologías. He escuchado en la televisión cubana una frase espeluznante que, por repetida, no puede aceptarse acostumbrándonos a la inversión de los valores y prioridades. Esa frase es: “El derecho a la libertad de expresión limita con el derecho de la revolución de existir.” 

Lo primero es definir lo que se quiere decir con “revolución”. En Cuba, todos sabemos que es equivalente al poder de los que gobiernan. Después habría que definir qué significa “libertad de expresión”. La comunidad internacional y todos los cubanos sabemos lo que dijo el Apóstol José Martí: “es pensar y hablar sin hipocresía”. Quedaría entonces definir qué significa “limita”: que tiene fronteras, que debe parar en el lugar y momento en que roza a otro ente.

Dicho esto, acudamos al artículo 3 de la actual Constitución de la República de Cuba:

“ARTÍCULO 3. En la República de Cuba la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado. El pueblo la ejerce directamente o por medio de las Asambleas del Poder Popular y demás órganos del Estado que de ellas se derivan, en la forma y según las normas fijadas por la Constitución y las leyes.”

En este artículo, que no puede ser negado por ningún otro, ni por ninguna ley legítima, dice inequívocamente que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, vale decir en cada ciudadano, que puede ejercerlo directamente o por representantes.

En el artículo 40 la Constitución dice:

“ARTÍCULO 40. La dignidad humana es el valor supremo que sustenta el reconocimiento y ejercicio de los derechos y deberes consagrados en la Constitución, los tratados y las leyes.”

Si la dignidad humana es el valor supremo, y no hay dignidad plena en cada ser humano sin derechos, sin libertades, como la libertad de expresión, entonces limitar esta y otras libertades y derechos frente a una realidad o ente impersonal e impreciso, sea cual fuere, va no solo contra la misma Constitución, sino y más importante, contra la misma dignidad plena del hombre que Martí postuló como la “ley primera de la República”. 

El único límite legítimo a las libertades y derechos humanos es la libertad y los derechos de los demás seres humanos. Ninguna institución, movimiento, ideología o gobierno puede estar por encima o como límite porque según se expresa claramente la soberanía del pueblo es intransferible.

Y por si quedara alguna duda, en el artículo 41 la Constitución vigente dice textualmente:

“ARTÍCULO 41. El Estado cubano reconoce y garantiza a la persona el goce y el ejercicio irrenunciable, imprescriptible, indivisible, universal e interdependiente de los derechos humanos, en correspondencia con los principios de progresividad, igualdad y no discriminación. Su respeto y garantía es de obligatorio cumplimiento para todos.”

Entonces, el mismo Estado no solo reconoce, fijémonos que no dice otorga, los derechos que son inherentes a la persona humana. Dice “garantiza”. Y la letra de la Constitución dice más: el respeto y garantía de los derechos humanos “es de obligatorio cumplimiento para todos.” 

No entiendo cómo pueden existir, y enarbolarse, otros artículos en el mismo texto constitucional que contradigan a estos que son precedentes y rectores de todos los demás. Es de consenso en la conciencia universal lo siguiente:

Una ideología no puede estar sobre el respeto de la dignidad y los derechos de la persona humana.

Un partido no puede estar sobre el respeto de la dignidad y los derechos de la persona humana.

Una revolución no puede estar sobre el respeto de la dignidad y los derechos de la persona humana.

Si cualquiera de estas cosas u otras lo fueran, irían contra los artículos 3, 40 y 41 de la Constitución y contra el precepto martiano de que “la ley suprema de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Pero sobre todo irían contra la ley natural y la conciencia actual de la humanidad. 

Pareciera como que los juristas, los directores de televisión, otras autoridades, los que incitan al enfrentamiento entre cubanos desconocieran o negaran con su palabra, su propaganda y su represión, estos preceptos supremos de la República.

La pregunta es: ¿Qué está por encima en la escala de valores de la sociedad cubana: la persona humana o una ideología? ¿La persona humana o un partido? ¿La persona humana o un ente llamado “revolución”?

Los hechos durante décadas parecen responder que la persona humana del ciudadano cubano ha sido colocada no en el lugar supremo como dice el derecho natural universal, todas las declaraciones de derechos humanos aprobadas por la comunidad internacional y hasta la Constitución socialista, en vigor en Cuba, especialmente en algunos artículos que niegan, contradicen y reprimen a otros artículos precedentes y rectores. 

Esa contradicción interna reclamaría una nueva reforma constitucional o lo que creo que sería mejor, la redacción de una nueva Carta Magna con coherencia interna, sin contradicciones esenciales y sin subordinaciones a una escala de valores invertida. Ya se previó que esta sería la Constitución de más corta vida de la historia de Cuba desde su independencia.

La represión por la fuerza, la difamación, la mentira y el palo de un hermano cubano contra otro porque piensa diferente, no solo son errores, sino que son delitos penados por nuestras leyes, por la conciencia universal, y por los tribunales internacionales.

Las propuestas

1. La represión y la violencia entre cubanos debe cesar ya. Mañana puede ser demasiado tarde.

2. Las legítimas demandas de los ciudadanos cubanos deben ser escuchadas, atendidas y solucionadas estructural e institucionalmente sin dilación.

3. Si la “soberanía radica en el pueblo y este la ejerce directamente”, entonces basta ya de “permisos”, presos y represión a las fuerzas productivas que lleva en sí cada cubano.

4. Cese el bloqueo a la iniciativa privada, la propiedad individual, la libre empresa, la producción de riqueza y la mayor autonomía e independencia de las organizaciones, empresas y asociaciones de la sociedad civil.

5. Las demandas más repetidas por el pueblo en sus manifestaciones públicas son muy claras: libertad, derechos, Patria y Vida. Entonces, no basta con la aparente apertura económica. Eso sería un cambio fraude. Si las demandas supremas están expresadas a lo largo de toda Cuba, pues venga la apertura política, el pluralismo ideológico, y la redacción de una nueva Carta Magna donde se reconozcan no solo los derechos y libertades de las mayorías sino también los de las minorías que ahora está claro que no son los grupos de la sociedad civil. Una Constitución de la República en la que quepamos todos, sin distinción.

Los días venideros anuncian un aumento de las tensiones internas, una incitación a la violencia entre cubanos. Estamos a tiempo de parar esa maquinaria de confrontación. 

Cuba es el Hogar Nacional de todos los cubanos. Pelear entre hermanos solo conseguirá destruir a la familia cubana. La alternativa es el cambio. Un cambio de verdad.

Hagámoslo en paz.

(Convivencia)

 

 

Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés.

(Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Premios: “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Reside en Pinar del Río.

 

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