El hospital infantil y de maternidad de la ciudad de Mariupol en la costa del mar Azov, en Ucrania, fue bombardeado el pasado miércoles 9 de marzo por las fuerzas rusas, rompiendo así el pacto de un alto al fuego para que los civiles atrapados en la ciudad pudieran escapar del crítico campo de batalla. El gobierno ruso ha asegurado que las imágenes del ataque son falsas.
El mandatario ucraniano Volodímir Zelenski calificó esta acción de “atrocidad” y aseguró que “hay niños y personas bajo los escombros. ¿Hasta cuándo el mundo será cómplice ignorando el terror?” Pronto casi 3000 recién nacidos se verán desprovistos de medicinas y alimentos, y se estima que una 200 000 personas intentan abandonar la región en medio de los incesantes bombardeos que los han dejado sin alimentos, electricidad, calefacción e incluso sin agua potable.
A dos semanas de haber comenzado la invasión rusa a Ucrania, Naciones Unidas contabiliza ya la muerte de 516 civiles y 908 heridos, y asegura que las cifras reales son aún mayores. Los ataques a infraestructuras civiles y a zonas residenciales por parte del ejército ruso han incrementado de forma preocupante y la Organización Mundial de la Salud ha cuantificado, hasta ahora, 18 ataques a instalaciones sanitarias, personal de la salud y vehículos médicos.
Ayer, sin embargo, Putin rompió la tregua que aseguraba la salvaguarda de miles de civiles que abandonaban Ucrania por los corredores humanitarios, y ha puesto en evidencia que no le interesa jugar limpio en esta guerra. Zelensky, por otro lado, después de este hecho atroz hizo un llamado a Europa: “No podrán decir que no vieron lo que les pasó a los ucranianos, a los residentes de Mariupol”.