ÍNDICE
Guantes de boxeo
Su papá trabaja en trenes que viajan por toda la isla.
Cada cierto tiempo viene
a veces temprano,
otras en la madrugada.
No pueden hacer ruido mientras duerme,
no se le puede despertar
y casi nunca juega con ellos.
Solo una vez le trajo un juguete:
unos guantes de boxeo
para usarlos en contra de su único amigo.
Debía demostrarle su hombría,
pegarle duro en la cara,
convertirse en un Teófilo Stevenson.
Se negó a ponérselos.
El padre obligó al amigo a pegarle
y él sintió la necesidad
de probar que era un hombre
aun cuando los dos sabían que más tarde
se besarían debajo de la cama de hierro
y sus abrazos darían abrigo a los golpes recibidos.
Su papá quiere tener un hijo
igual a los de sus amigos,
pero él solo puede ofrecerle
este que vino defectuoso.
***
Juegos
Mientras los niños del barrio jugaban en la calle
él vivía escondido
en un mundo inventado por sí mismo.
Jugaba a las casitas con su hermana,
en la casa de guano al fondo del patio
tomaban té en tazas de porcelana
y montados en la bicicleta
se hacían la idea
que era un carruaje medieval.
Hojeaban revistas de otros tiempos
y cancioneros amarillentos
donde las letras de Cleptómana o Vereda tropical
eran cómplices de sus tardes en el platanal.
En el viejo tocadiscos sonaban aquellas melodías
hasta que la hermana,
con menos tolerancia,
decidía poner fin a sus juegos.
«Nos divorciamos» decían al unísono,
«tenemos que separar nuestros bienes».
No entendían lo que significaban esas palabras,
pero sabían que aplicaban
a esta nueva etapa del juego.
Además, se lo habían oído decir varias veces
a la rubia de enfrente
mientras su madre le pintaba las uñas.
***
La tía
La tía parecía una harapienta
pero no lo era,
olía a colonia fresca.
Llegaba al amanecer
dejando su mundo a un lado
para dedicarse por completo a los caprichos
de todos.
De sirimba en sirimba
sin importar lugar:
en medio de la calle,
en la estación de tren
o en la esquina
a cualquier hora se desplomaba,
cada vez que un espíritu pasaba por ella.
La madre del niño entre risas la sacudía,
rociaba su cara con agua
y le anunciaba que ya había pasado.
Las horas vividas con la tía
han sido lecciones que él no olvida.
Acostados los dos en su chaise lounge destartalado
mirando fotos antiguas,
libros de cuentos,
revisando una y otra vez
aquel par de zapatos negros de tacón alto bordados
que usó en tiempos de conquista
y que él los asociaba con estrellas del cine silente.
Nunca quiso enterarse de que él había crecido,
siguió recordándolo como el niño
que llevaba de la mano
y que hoy
lo sigue llevando.
Publicado en Un juego que nadie ve (Ediciones Deslinde, Madrid, 2019).
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