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Poesía cubana | Guantes de boxeo

"Solo una vez le trajo un juguete: / unos guantes de boxeo / para usarlos en contra de su único amigo. / Debía demostrarle su hombría, / pegarle duro en la cara, / convertirse en un Teófilo Stevenson."

Guantes de Boxeo
Guantes de Boxeo. | Imagen: Pixabay

Guantes de boxeo

Su papá trabaja en trenes que viajan por toda la isla. 

Cada cierto tiempo viene

a veces temprano,

otras en la madrugada.

No pueden hacer ruido mientras duerme, 

no se le puede despertar

y casi nunca juega con ellos.

Solo una vez le trajo un juguete:

unos guantes de boxeo

para usarlos en contra de su único amigo.

Debía demostrarle su hombría,

pegarle duro en la cara,

convertirse en un Teófilo Stevenson.

Se negó a ponérselos.

El padre obligó al amigo a pegarle

y él sintió la necesidad

de probar que era un hombre

aun cuando los dos sabían que más tarde

se besarían debajo de la cama de hierro

y sus abrazos darían abrigo a los golpes recibidos. 

Su papá quiere tener un hijo

igual a los de sus amigos,

pero él solo puede ofrecerle

este que vino defectuoso.

***

Juegos

Mientras los niños del barrio jugaban en la calle 

él vivía escondido

en un mundo inventado por sí mismo.

Jugaba a las casitas con su hermana,

en la casa de guano al fondo del patio 

tomaban té en tazas de porcelana

y montados en la bicicleta

se hacían la idea

que era un carruaje medieval.

Hojeaban revistas de otros tiempos

y cancioneros amarillentos

donde las letras de Cleptómana o Vereda tropical

eran cómplices de sus tardes en el platanal.

En el viejo tocadiscos sonaban aquellas melodías 

hasta que la hermana,

con menos tolerancia,

decidía poner fin a sus juegos.

«Nos divorciamos» decían al unísono,

«tenemos que separar nuestros bienes».

No entendían lo que significaban esas palabras, 

pero sabían que aplicaban

a esta nueva etapa del juego.

Además, se lo habían oído decir varias veces

a la rubia de enfrente

mientras su madre le pintaba las uñas.

***

La tía

La tía parecía una harapienta

pero no lo era,

olía a colonia fresca.

Llegaba al amanecer

dejando su mundo a un lado

para dedicarse por completo a los caprichos

   de todos.

De sirimba en sirimba

sin importar lugar:

en medio de la calle,

en la estación de tren

o en la esquina

a cualquier hora se desplomaba,

cada vez que un espíritu pasaba por ella. 

La madre del niño entre risas la sacudía, 

rociaba su cara con agua

y le anunciaba que ya había pasado.

 

Las horas vividas con la tía

han sido lecciones que él no olvida.

Acostados los dos en su chaise lounge destartalado

mirando fotos antiguas,

libros de cuentos,

revisando una y otra vez

aquel par de zapatos negros de tacón alto bordados

que usó en tiempos de conquista

y que él los asociaba con estrellas del cine silente.

 

Nunca quiso enterarse de que él había crecido, 

siguió recordándolo como el niño

que llevaba de la mano

y que hoy

lo sigue llevando.

 

Publicado en Un juego que nadie ve (Ediciones Deslinde, Madrid, 2019). 

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Manuel Adrián López

Poeta Manuel Adrián López, foto en revista Árbol Invertido.

(Morón, Cuba, 1969). Poeta y narrador. En 1980 llegó a los Estados Unidos. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Tiene publicados los libros: Yo, el arquero aquel (Poesía. Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Cuentos en inglés. Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Poesía. Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Cuentos. Ediciones Baquiana, 2014) y Temporada para suicidios (Cuentos. Eriginal Books, 2015) Su poesía aparece en las antologías: La luna en verso (Ediciones El Torno Gráfico, 2013) y Todo parecía (Ediciones La Mirada, 2015).

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