El barrio compra en la calle
cada día su pan nuestro
como si un dios ambidiestro
nos perdonara el detalle.
Prófuga de un mismo Valle
de lágrimas, va la gente
masticando como ausente
el pan nuestro que no alcanza
porque la misma esperanza
navega a contracorriente.
Y por pasar, se desgrana
la sorpresa de un pan muerto
en el barrio más desierto
de la palabra "mañana".
Pasa desde la ventana
contra el sol. Pan enjaulado.
Pan sin luz, desorejado
sobre la mesa vacía.
Pan nuestro de cada día
(concebido, no engendrado)
Pan de hoy, el devorado
por la tristeza de ayer
como un pecho de mujer
ardiente y desamparado.
Mastica el barrio, cansado,
como mastica un suicida
su penúltima comida.
Y el pan, ausente de todo,
parece que de algún modo
va masticando a la vida.
Y en masticar, se nos pierde
el barrio y la perspectiva
porque siempre está más viva
el hambre cuanto más muerde.
Se pierde el barrio, se pierde
de un gris terrible en las zonas
del dolor y las personas
que con los brazos abiertos
gimen, con ojos desiertos:
“Padre... ¿por qué me abandonas?
Poema anónimo