En un video difundido en la red X, la activista Mayra Domínguez lanza una acusación frontal contra el régimen cubano y la cúpula del Partido Comunista de Cuba (PCC), a los que responsabiliza del colapso generalizado del país. Su mensaje, que se viraliza entre la diáspora y dentro de la isla, denuncia que la situación es insostenible y exige romper el silencio.
"En Cuba están cometiendo un genocidio. El Partido Comunista es terrorista. Los cubanos están muriendo por múltiples virus que están acabando con su vida. Las calles están repletas de basuras. Los hospitales están mugrosos, sin insumos ni medicamentos. Viviendas destruidas, escuelas destruidas. En Cuba ya nada sirve. Todo está colapsado. Sin internet, sin electricidad, sin agua potable, sin alimentos, sin nada".
La activista añade que las cárceles cubanas están llenas de presos políticos y que “no hay libertad de expresión”. Sostiene que el sistema reprime cualquier forma de disidencia y que la crisis actual no puede entenderse sin la dimensión política de esa represión. El video concluye con un llamado rotundo: “Libertad para Cuba. Libertad para todos los presos políticos”.
La campaña “Yo acuso”
El video de la activista Mayra Domínguez forma parte de la campaña “Yo acuso”, una iniciativa que circula en la red X y que se ha convertido en un espacio para imputaciones directas contra el poder político en Cuba. En estos mensajes, participantes dentro y fuera de la isla señalan a los responsables del estado de emergencia en que se encuentra el país.
La campaña ha comenzado a recibir eco en medios independientes y comunidades digitales que siguen de cerca la situación de la isla. Su fuerza radica en la acumulación de testimonios y en la capacidad de amplificar una realidad que se hace insostenible.
Con más de 25 mil visualizaciones, la publicación de la activista Mayra Domínguez ha motivado la participación de otros muchos usuarios en la campaña.
Ruina, escasez y apagones: un país en crisis
En muchos barrios de Cuba el desgaste es visible: montones de basura que pasan días sin recogerse, edificios que se mantienen en pie gracias a puntales improvisados y hospitales donde faltan desde guantes hasta soluciones intravenosas. Los apagones se extienden durante horas y alteran todo: el descanso nocturno, la refrigeración de los alimentos y el ritmo de trabajo. En algunas zonas, el agua llega por tandas irregulares y obliga a almacenar lo poco que aparece.
La economía doméstica funciona a base de remiendos. En los mercados, los precios cambian más rápido que los salarios y la oferta suele reducirse a unos pocos productos. Muchas escuelas ajustan sus horarios por filtraciones, falta de transporte o ausencia de condiciones mínimas.
Y en el centro de ese panorama está un Estado que no consigue frenar la crisis ni atender sus causas profundas. La élite política, blindada de la precariedad cotidiana, permanece al margen de las consecuencias del sistema fallido que ha sostenido durante décadas.
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