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Historias de árboles | El árbol de los mil colores

“Si hay un árbol que se distingue entre todos los demás, no solo por la textura de su corteza, sino por su extraordinario colorido, ese es, sin duda, el eucalipto arcoíris, conocido también como árbol de los mil colores.”

Eucalipto arcoíris, el árbol de los mil colores.
Eucalipto arcoíris, el árbol de los mil colores.

Cuando se habla del colorido de las plantas es común pensar en las flores. La asombrosa variedad de formas y matices, siempre imbuidos de una delicada armonía, son un motivo recurrente en el arte y las ciencias. Su perfume, su néctar y su función genital son además la evidencia de cuánto empeño pone la vida en reproducirse. Por eso, y por su fugacidad, las flores se han convertido en símbolos de la belleza.

También las hojas exhiben, aunque en menor grado, colores intensos. El otoño es ―dijo Camus― “una segunda primavera, donde cada hoja es una flor”. Y esa riqueza cromática, que en el umbral del invierno tiñe de dorados y rojos el follaje de los bosques, ha sido desde la antigüedad hasta hoy otra poderosa fuente de inspiración para artistas y poetas.

Así exaltaba Juan Ramón Jiménez el esplendor del otoño:

¡Encantamiento de oro! ¡Cárcel pura

en que el cuerpo, hecho alma, se enternece

echado en el verdor de una colina!

Árboles de corteza exfoliante

Corteza exfoliante del eucalipto arcoíris.
Corteza exfoliante del eucalipto arcoíris.

Sin embargo, esa profusión de colores no suele adornar de igual manera los troncos y las ramas de los árboles, que son casi siempre pardos, monótonos en comparación con el lustre de las flores y las hojas. Casi siempre, porque ahí están, por ejemplo, los abedules con su corteza lisa y fina como el papel, que es plateada, casi blanca. O el cerezo tibetano, cuya piel roja y brillante, donde resaltan pálidas las estrías de las lenticelas, se ha convertido en uno de los árboles más apreciados para la jardinería. También el maple, el sicomoro, el madroño del pacífico ―que es muy distinto al europeo― y otros de corteza exfoliante, sobresalen por el color y la textura de sus troncos.

Tonos pálidos de verde, amarillo, azafrán o rojo, a veces incluso púrpura o azul, contrastan entre la tersura de la joven piel y los restos de la antigua.

La exfoliación, es decir, la muda de la corteza, es el proceso mediante el cual los árboles se liberan de las plagas. Hongos, musgos, líquenes, insectos que se fueron infiltrando entre los pliegues, caen con la vieja piel y en su lugar queda, limpia y tierna, una capa más profunda que la intemperie endurece. Es un proceso gradual, un desgarramiento de escamas o jirones a través de los que aflora el color vivo de la nueva corteza. Tonos pálidos de verde, amarillo, azafrán o rojo, a veces incluso púrpura o azul, contrastan entre la tersura de la joven piel y los restos de la antigua. Así ocurre no solo con el maple, el abedul y el cerezo, sino también con el tilo norteño, el arce de papel y muchos otros.

Pero si hay un árbol que se distingue entre todos los demás, no solo por la textura de su corteza, sino por su extraordinario colorido, ese es, sin duda, el eucalipto arcoíris (Eucalyptus deglupta), conocido también como árbol de los mil colores.

El eucalipto arcoíris

Eucalipto arcoíris.
Eucalipto arcoíris.

El eucalipto arcoíris es oriundo de las selvas insulares del sudeste asiático, pero muy adaptable a otros ecosistemas. Por eso, y por el valor comercial de su madera, que se utiliza para construir viviendas y como pulpa en la industria del papel, su cultivo se ha extendido a todo el mundo. Entre sus características únicas está su gran capacidad para absorber agua, lo que hace que se cultive también para desecar las zonas pantanosas de los trópicos, y contribuir así a reducir la incidencia de enfermedades como la malaria o el dengue.

Como otros árboles de su familia, crece rápido y puede alcanzar una altura de hasta 75 metros. Su excepcional metabolismo recoge los contaminantes de la atmósfera, que terminan depositándose en la corteza y pueden ser fácilmente eliminados tras cada exfoliación. De modo que en las grandes ciudades ha comenzado a sembrarse en avenidas y parques como un recurso ecológico para mejorar la calidad del aire.

Su gran capacidad para absorber agua hace que se cultive para desecar las zonas pantanosas de los trópicos, y contribuir así a reducir la incidencia de enfermedades como la malaria o el dengue.

A todo esto se suma la belleza de sus troncos y ramas, que no mudan la piel al mismo tiempo, sino gradualmente, por lo que exhiben una alucinante gama de colores que van del verde claro al índigo, con vetas amarilla, naranjas, rojas y azules según el envejecimiento de cada tramo de corteza. Ningún otro árbol es capaz de tanto colorido, y pocos combinan la belleza con tanta utilidad para el ser humano y el medioambiente.

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