No es un árbol en realidad, sino una hierba. Una hierba que puede crecer entre diez y veinte metros de alto y vivir durante siglos. El más antiguo que se conoce ―el drago de Icod de los Vinos― está en el norte de Tenerife y en 1917 fue declarado Monumento Nacional. Aunque su edad se calcula en unos 800 años, los canarios lo siguen llamando “el drago milenario” y han tejido en torno a él incontables leyendas.
Usos de la sangre de dragón
Árbol de sangre de dragón lo llaman por el color que adquiere su resina al contacto con el aire, y por la manera en que esta brota cuando se hace un tajo en su corteza: un chorro de látex rojo que recuerda la sangre. Por esa razón, muchos lo veneran como un árbol mágico y tradicionalmente se ha usado su savia como medicina para diversas dolencias, como incienso para enamorar, e incluso como tinta para escribir conjuros de protección contra los enemigos, para cerrar las heridas y hasta para aumentar la potencia sexual de los hombres.
Sin embargo, desde tiempos antiguos el uso más común del árbol sangre de dragón ha sido como colorante y barniz. Así se empleó en el imperio romano, en India y en China. Los comerciantes asiáticos viajaban hasta sitios remotos, como los áridos altiplanos del archipiélago de Socotra, en el actual Yemen, para conseguir la preciosa savia del Dracaena cinnabari, una especie endémica de esas islas que hoy se encuentra en peligro de extinción debido al cambio climático.
Los europeos, por su parte, buscaban en las costas del norte de África y Marruecos el Dracaena draco, cuya resina era muy apreciada por los ebanistas y los lutieres italianos, que la empleaban para barnizar muebles y violines, así como por los boticarios, que fabricaban con ella ungüentos y aceites corporales.
Todavía hoy, aunque en menor escala, la sangre de dragón se usa como ingrediente en pegamentos y barnices, y hasta en creyones de labios. Y en Yemen los campesinos hacen colmenas con su madera y cuerdas con sus hojas.
Un símbolo de resistencia
Pero el árbol de sangre de dragón es singular no solo por el intenso color rojo de su savia, sino también por su aspecto. Su tronco grueso se alza por encima de los diez metros en el rocoso paisaje costero que es su hábitat, y extiende como ejes sus ramas formando un círculo, una cúpula semiesférica, una gran sombrilla verde que resalta en la aspereza de su entorno, como símbolo de resistencia ante las adversidades.
No en balde pensaban los antiguos que los dragones, al morir, se convertían en estos árboles.
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