Pocas personas saben por qué se le llama Luna de Miel a esa noche de torpezas y magias que sucede después del convite de bodas y mucho antes del espantoso día en que los cónyuges se ponen a revisar el celular de su pareja.
—¿Quién es esa tal Maritza que te dio like a la foto de los gaticos? —dice la mujer.
—Una compañera de trabajo —responde el marido medio turbado—. Pero, a ver, ya que tanto te interesa, dime: ¿De dónde salió el tal Benedetti, que cada vez que pone un poema en Facebook le comentas “Me fascina”?
—Hijo, Benedetti es un poeta famoso que ya está hasta muerto.
—Sa, muerto ni muerto.
Cuentan que empezó en el siglo XVI. Si el matrimonio deseaba que su primogénito fuera varón, bebían hidromiel a cántaro virado durante el mes lunar siguiente a la boda. Era una tradición además que el padre (imagínense a los diabéticos en tal trance) dieran al hijo una exagerada cantidad de cerveza fabricada a base de miel.
Con los años tal acontecimiento fue demudando de la tradición al misterio hasta llegar al lugar común porque es casi imposible conseguir que alguien llegue virgen a la noche de bodas.
La décima humorística cubana posee un copioso repertorio sobre el asunto.
El remediano Rufino Rodríguez escribió el texto que les comparto hoy, que poco tiene que ver con el propósito de tener hijos varones sino con la sorpresa que se llevó este personaje durante la noche de bodas.
El Caimán Panzudo
La mujer postiza
Cuando Manuel se casó
y se dirigió al hotel,
vio que una luna de miel
de infortunio le esperó.
En la cama se acostó,
por no tirarse en el piso,
mientras la dama en su hechizo
buscaba buen acomodo,
despojándose de todo
aquello que era postizo.
Comenzó por una pierna
de palo que se quitó
y en un rincón la tiró
con actitud poco tierna.
El tipo, que no era cherna,
estaba un poco asombrado
allí en la cama tirado.
Está claro: bocarriba
tomando la iniciativa
con el rifle preparado.
Luego aquella esposa fiel
se arrancó el brazo derecho
de goma, que le habían hecho
cuando se quedó sin él.
Le dijo: “Espera, Manuel”,
y se quitó la peluca.
Era calva la viejuca,
y el tipo desesperado
allí en la cama tirado
que se le partía la yuca.
Después con gestos ardientes,
pero sin volverse loca,
extrajo desde la boca
sendas cajetas de dientes.
Las echó en dos recipientes
llenos de agua natural.
lo miró y dijo: “Animal,
¡cómo tienes la majagua!”.
Y en otro vaso, con agua,
echó un ojo de cristal.
El tipo casi no hablaba,
quizás para no hacer bulla
observando la hembra suya
cómo se le desarmaba.
En el desespero estaba
como aquel que loco está.
Pensó: “¿Cuándo acabará?”.
Y dijo sin disimulo:
“Cuando te quites el culo
me lo tiras para acá”.
Rufino Rodríguez
(Publicado originalmente en El Decimerón).