Por razones que desconocemos, las siguientes décimas, de las mejores que se hayan escrito de su tipo, no habían aparecido hasta ahora en libro en Cuba, ni siquiera en una compilación hecha de la obra de la autora cuando obtuvo el premio Nacional de Literatura: Error de Magia (2000). Y pudiéramos decir que, por tanto, a veces son pasadas por alto al valorarse la lírica de tema religioso, la específicamente mariana, y más, pues incluso podemos llamar la atención sobre el lugar que ocupan dentro de la poesía que se relaciona con la advocación de la Caridad del Cobre en Cuba. Curiosamente, antologías dedicadas a este tema han ignorado obra tan excepcional.
Aunque el poema describe a una María hebrea, ateniéndose a su tiempo humano y los hechos del relato bíblico, la descripción es subjetiva, delicadamente exaltada y simbólica, así que los atributos intemporales van a verse impregnados por el halo, el sabor y las sensibilidades que provienen de la tradición de las representaciones más criollas que rodearon a la autora desde la cuna.
En el cuadro hebreo, encontramos matices de lo que, para Cuba, significa el nacimiento cultural de su Patrona, es decir, la aparición de la imagen en el mar, en la bahía de Nipe, entre saltos de olas: «La espuma/ te enamoró de repente». Carilda nos lo ha dicho en una entrevista grabada: «Es una alusión, claro, al momento en que la imagen de la Virgen de la Caridad aparece en el mar. Yo no me lo propuse, sino que se me fue, salió, y cuando me di cuenta decidí dejarlo así».
Pero, para la segunda visita de un Papa a la isla, ya los creyentes cubanos tenían mejor constancia de la existencia de estas preciosas décimas dentro del patrimonio de la nación. Y esa vez fui testigo, en la ciudad de Santiago de Cuba, y mientras se llenaba la plaza que tiene el nombre del héroe Antonio de La Caridad Maceo para la misa que oficiaría Benedicto XVI, de cómo se oían estas décimas por los altavoces y contribuían a crear una atmósfera muy espiritual y elevada. Entonces la plaza estaba presidida por la imagen original de la Patrona traída desde el Santuario del Cobre.
Son décimas de una gran fineza, que se inclinan por la sutileza metafórica y alusiva, haciendo una relectura personal. pero al mismo tiempo fiel, exegética, de los textos de la Biblia, con lo que consiguen una visión poco usual dentro de la tradición cubana, al situarse un poco por encima del sincretismo popular e incluso la heterodoxia que suele primar en una configuración nacionalista del culto mariano llevado a versos.
Según la autora, existe incluso una grabación del poema en su propia voz.
(Francis Sánchez)
DÉCIMAS A LA VIRGEN
Ave, Mujer no tocada,
ángel devuelto a la nube,
primera madre que tuve
en una historia soñada...
Ave, María, buen hada,
humilde como la arcilla;
echadora de semilla
en el pesebre de paja.
Bendito tu vientre: caja
que guardó la Maravilla...
I
Hebrea, inocente, clara,
de la estirpe de David;
el cuerpo como de vid,
como de junio la cara.
El polvo que te tocara
ya no era polvo otra vez.
María: alma de mies;
hija, de Joaquín y Ana,
para borrar la Manzana
te hicieron blanca la tez.
II
Catorce años... La espuma
te enamoró de repente.
Eras la sed diferente,
el astro sobre la bruma.
¡Que un pájaro te resuma
los inefables trajines!
Reina de los querubines,
muchachita sin regaños:
cumplías catorce años
como quien cumple violines.
III
Cuando José te miraba
se abrían todas las flores.
Tú, suceso de temblores,
no sabías qué pasaba.
De los rumores esclava,
pequeña como tu aliento,
ibas de la tarde al viento
preguntando, con cariño,
si le sobraba algún niño
al Señor en su Aposento...
IV
Y así que te oyó la miel,
un hermano de tus alas
dejó las celestes salas
para que hablaras con él:
y vino al mundo Gabriel
en vuelo de Anunciación.
(Purísima Concepción...,
el Prodigio se le arrima
a quien nunca tuvo encima
mano torpe de varón...!)
V
Y un soplo divinizado
te fue apuntando en el centro,
y florecida por dentro
fuiste un jardín duplicado.
María, milagro dado,
Carne por Dios escogida,
Sin Pecado Concebida,
Bendita entre las Mujeres,
Madre de todos los Seres,
Raíz de toda la Vida...
VI
¿Por qué no decir lo bella
que estabas en el pesebre?
¿Por qué no cantar tu fiebre,
Embarazada Doncella,
mientras se alzaba la estrella?
¿Por qué no hablar de tus manos:
dos diminutos veranos
en la noche lenta y fría?
¿Por qué no rezar, María,
por tus momentos humanos?
VII
Rezo, sí, por la sonrisa
cayéndose de tu boca
como una plegaria loca
sobre el Hijo, entre la brisa.
Y voy del verso a la misa
para alabar tu mirada
en aquella madrugada:
la mirada que pusiste
—y que acaso fue hasta triste—
sobre la Frente Esperada...
VIII
El cielo dejó su inmenso
júbilo por tu regazo;
y te salieron al paso:
la mirra, el oro, el incienso.
El establo era El Comienzo...
Después los Tres, fugitivos
entre dátiles y olivos.
Cuando Herodes fue una sombra
volvieron a ver la alfombra
de los céspedes nativos.
IX
El niño verde extraviado,
solo por Jerusalén.
No lo hallaron en Belén,
ni en la ciudad ni en el prado.
Tú, Madre, susto dorado,
buscabas entre pastores.
Arriba: extraños fulgores,
abajo: Jesús —más brillo—
con su lenguaje sencillo
asombrando a los doctores.
X
Y así creció noche y día,
y fue la Gracia creciendo.
Un halo de Bien tremendo
desde su frente caía.
Creció en la Sabiduría,
creció en Amor para todos,
conocía fieles modos
para regar la Ventura;
y amaba la tierra dura
y amaba espigas y lodos.
XI
Y fue pobre y carpintero,
y maestro y peregrino,
y el agua se volvió vino
cuando el milagro primero.
Y anduvo yerba y sendero,
y perdonó a una mujer
que no lo sabía ser...
(Ay, María de Magdala,
carne que pudo ser ala
y se quedó sin hacer...)
XII
Y todo aquello ocurría
junto a tu voz y tu aroma.
Tú eras casi una paloma
que a su lado sonreía.
Eras su sueño, María,
lo que queda del laurel,
lo parecido a la piel
de sus manos salvadoras;
y se mudaban las horas
y te mirabas en Él...
XIII
Y caminó sobre el mar
como si fuera de seda,
y le escuchaba una rueda
de Apóstoles al hablar;
y no se cansó de amar,
Galilea en frenesí...:
¡qué temblor pasó por ti!
¡Qué vértigo de furores
aplastó todas tus flores,
Huerto de Getsemaní!
XIV
No pudo la Muerte entera
secar de un golpe el rocío.
Estaba escrito el Vacío
para después que se fuera.
¡Qué pesadumbre agorera,
qué abeja huyendo del bien
cruzó por Jerusalén
cuando una amapola inerte
se puso a llorar la suerte
de no brotarle en la sien?
XV
Corona de espinas: lento
llegar de sangre a la edad
que tiene la Eternidad.
Clavos de Cristo...¡Oh, Tormento,
parada para el aliento,
pena para ser gritada!...
¡Qué forma de abandonada,
qué palideces sinceras...
Virgen María... Tú eras
también la crucificada!
XVI
Allí supiste que van
los dolores a la lluvia.
Allí supiste ser rubia.
Allí supiste ser pan.
Él te dio por hijo a Juan
y a la Humanidad entera.
Te consoló a su manera.
Perdonó a la muchedumbre...
¡Tenía aquella costumbre
de sembrar por dondequiera!
XVII
Y cuando acabó el Martirio,
y cuando acabó el Calvario,
y fue la Tierra un sudario
y el Sol un solemne cirio.
Cuando el Hijo como un lirio
dobló finamente sus
párpados contra la luz,
toda tú, Virgen María,
con el alma todavía
cargando estabas la Cruz...
XVIII
En su silencioso giro,
como tal vez arrancado
de algo dócil y sagrado
iba al aire tu suspiro...
Ay, María, no deliro
por tu misterio de Santa
ni por la luz que te aguanta,
sino por tu llanto suelto;
por ese suspiro vuelto
grave flor en tu garganta.
XIX
¡Qué salga su gris sonoro
sobre los hombres del Mundo!
¡Qué salga su mar profundo,
su larga queja de oro;
y que se pese el tesoro
de tus lágrimas guardadas
en piedras desamparadas,
y apagues todos los fuegos
y enciendas todos los ciegos
con tus pupilas mojadas...
XX
Sí, Virgen, sí, Dolorosa,
beso de luz, cristal bueno;
sí, Madre del Nazareno,
razón de la mariposa...
Tu llanto es el agua hermosa
que da música al caer.
Tu llanto es ese quehacer
que tiene abajo la nube,
y no lo vemos y sube
cuando llora una mujer...
XXI
Quedó el Sepulcro vacío.
Era domingo. Su gente
le buscaba humildemente.
Era domingo. Hubo frío.
Tú eras el único estío
por los paisajes de Sión.
Y fue la Resurrección,
y María Magdalena
para siempre fue tan buena
como es bueno un corazón.
XXII
Le llamaron desde Arriba.
Llenó con sus resplandores
los densos alrededores.
Y Tú en la Tierra cautiva
mientras el Hijo se iba...
Pentecostés: Sol que empieza.
Con sus lenguas de tibieza
entre el ruido y el espanto,
bajó el Espíritu Santo
a tocar cada cabeza...
XXIII
Y un día —¿quién sabe cuándo?—
le seguiste hacia las nubes,
pasaste estrellas, querubes,
y serafines cantando.
Y allí te estás reposando
Serenísima en Desvelo,
Vaso Puro de Consuelo,
Custodia de la Armonía.
Bendita seas, María:
¡Qué Dios te guarde en el Cielo!
Escritas en 1954, estas décimas se publicaron por primera vez en el diario El imparcial, Matanzas, el 8 de mayo de 1958, p. 2. Aparecieron reproducidas quizás por primera vez en la revista Vitral, Pinar del Río, no. 103 (julio-septiembre, 2011). Permanecieron prácticamente desconocidas por mucho tiempo, sin ser incluidas ni siquiera en selecciones de poesía religiosa cubana.
(Versos y comentarios, del libro inédito: "Alma de la tierra mía. La décima y la Virgen en Cuba", de Francis Sánchez.)