Siempre regresaré al convento, vestiré el hábito y cerraré
el postigo. Fuera quedará la vida que durante el día
fue mía: el ruido de las calles, los cines vespertinos y
algún emparedado de tantos restaurantes recorridos.
Dejaré atrás el peso de la culpa y tu impuesta condición
de hereje, mientras la memoria destila alquimias
en la resaca de una sábana que nunca supo de pecado. A
diferencia de Eloísa, acepto el sacrificio como precio al
goce de Astrolabio y su anagrama de vidas trastocadas.
Nadie puede escapar a su destino y a la ciega pasión
que inventó una ciudad en el centro del mundo. Me prohíbes
sufrir y —más aún— hablar de sufrimiento. Cumplo
lo pactado pero no podrás callar el grito de la sangre
reclamando caricias en la tarde.
No castres tu corazón de Abelardo y tan sólo ámame
con mutilada desdicha. Más tarde continuará la impotencia,
renunciaremos al mundo y tú escribirás la historia
desde la ambigua celda de cualquier esquina.
Publicado originalmente en la antología Más allá del miedo es mi casa “Mujeres poetas contra la violencia” (Ediciones Deslinde, Madrid, 2021), con selección de Ivonne Sánchez-Barea e Ileana Álvarez, y prólogo de Milena Rodríguez Gutiérrez.