MI VIEJA CAÑADA
Muy cerca de mi morada,
como serpiente inmutable,
en un viaje interminable
corre mi vieja cañada.
Su linfa precipitada
golpea las serpentinas,
y entre las alabastrinas
espumas de la corriente
se columpian suavemente
las azules clavellinas.
En mi niñez jubiloso
cruzaba en veloz carrera,
en mi corcel de madera
por entre el vado arenoso.
Aquel rumor bullicioso
se me perdió en la distancia;
y en esa inútil infancia
de olvidado campesino,
iba trillando el camino
oscuro de mi ignorancia.
Bajo la verde yamagua
me preservé de los soles;
y recogí caracoles
entre la arena y el agua.
Sobre el lomo de una yagua,
me deslizaba ligero
por el barranco altanero
donde está la güira seca,
y también la palma hueca
donde anidó el carpintero.
Cuando la lluvia estridente
a torrenciales caía,
cómo yo me entretenía
contemplando la creciente.
Desde un lugar conveniente
iba observándolo todo:
el agua revuelta en lodo
y las hojas desprendidas
que se quedaban dormidas
en la quietud del recodo.
Y si un nido deformado
sobre los copos veía,
fácilmente me subía
por el guamá jorobado.
Corrí gran riesgo trepado
tras de la fruta madura.
Y cuando en esa aventura
a las nubes me acercaba,
como el cóndor desafiaba
el vértigo de la altura.
Qué poeta no diría,
por tus vados al cruzar,
que en tu rumor secular
no hay música y poesía.
Por eso, cuando yo un día,
descienda por los arcanos,
que me entierren mis hermanos
bajo tus altas palmeras
para abonar tus riveras
con mis despojos humanos.
INFANCIA
Yo recorrí los caminos
en tiempos ya muy remotos,
con los mismos sueños rotos
de otros niños campesinos.
En los recodos vecinos
corté maleza y caguazo,
y conocí del planazo
del guardia y del policía,
cuando el viento me quería
desnudar a campo raso.
Después de sembrar tabaco,
mi pequeña anatomía
fácilmente se mecía
en un columpio de saco.
Anunciaba un cielo opaco
la vuelta del temporal.
Y en esas noches de sal,
aunque era un niño pequeño,
se iba gastando mi sueño
entre paral y paral.
Arando la tierra seca,
estéril y desvelada,
le colgué a la madrugada
un farol y una caneca.
Al pie de la ceiba hueca
me daba a la surquería
y siempre sobrecumplía,
de mi parte, los encargos
de escribir cien surcos largos
sin faltas de ortografía.
CANCIÓN PARA EL ATARDECER
Una paloma ligera
vuela sobre la montaña,
y exhibe el campo de caña
su verdor de primavera.
El resto de la pradera
se cubre de canutillo,
y el sol, cuando pierde el brillo
en la tarde agonizante,
es un viejo caminante
con un vestuario amarillo.
En el ramaje tupido
hay solfeos de guitarra
cuando emite la cigarra
su concierto repetido.
Un largo majá dormido
parece el camino real,
y detrás del cafetal,
cerca de un hato pequeño,
acuesta un gallo su sueño
sobre un lecho vertical.
Mientras las palmas erguidas
emiten sus verdes quejas,
cubre un sudario de abejas
las guardarrayas floridas.
Cabalgan hojas dormidas
sobre corceles de espumas,
y cerca de las yagrumas
un zunzún hecho temblor
semeja un ventilador
con pico, patas y plumas.
Y cuando se antoja el día
marcharse de los potreros,
el aire por los aleros
estira su mano fría.
El hambre de la jutía
la fruta en el gajo muerde,
y allá donde se me pierde
la silueta de una nube,
parece que el monte sube
por una escalera verde.
Después salen de las grutas
los insectos más huyuyos,
cuando encienden los cocuyos
sus linternas diminutas.
Las sombras cubren las rutas
llevando grises vestidos.
En los cauces relucidos
canta más el arroyuelo,
y exhibe la piel del cielo
sus lunares encendidos.
ANSIEDAD
Realidad y fantasía
emprenden el mismo vuelo
ahora que está nuestro suelo
sediento de poesía.
Ahora que nos llega el día
con nuevas tonalidades,
pues bajo las tempestades
que rugen en el planeta
no debe ningún poeta
ocultar sus ansiedades.
Esta ansiedad de cantar
a las flores del camino
y escuchar un nuevo trino
del sinsonte en el palmar.
Esta ansiedad de soñar
con la altura de la aurora,
y que me diga: ya es hora
de sembrar este barbecho
para llevar en el pecho
una guitarra sonora.
Qué ansiedad, qué loco afán
de frenar a cada instante
el poder aniquilante
del rayo y del huracán.
Ansiedad de dar el pan
a quien vive en agonía;
ansias de que llegue el día
para encontrar lo que pierdo,
y en los surcos del recuerdo
renacer la poesía.
Ansiedad de ver las olas
donde no existe la mar,
ver a mi amada pasar
con un collar de amapolas.
Qué místicas aureolas
le pondré como extravío,
qué ansiedad, qué desvarío
ver a la mujer aquella,
que fui una tarde con ella
a ver lar flores del río.
Ver la estrella solitaria
con un rastro rutilante,
y ver el fruto abundante
de mi tierra hospitalaria.
Ver la mano libertaria
que va rompiendo cerrojos,
ver perfumados manojos
de rosas en primavera,
y ver a una jardinera
sembrando claveles rojos.
Ansiedad de ver en ti
la azucena y la violeta;
y al callar, ver a un poeta
que cante dentro de mí.
Si con el verso te herí,
me llamaré malhechor;
ansiedad de que un rumor
me diga desde el pasado
que soy un enamorado
del silencio y del amor.
UN ÁNGEL QUE SE HA DORMIDO
Enero me trajo el luto
y el llanto que nadie calla
y soy en esta batalla
el perdedor absoluto.
En el marco de un minuto
un reloj se ha detenido;
y en un tiempo sin olvido
voy caminando al azar,
sólo para despertar
a un ángel que se ha dormido.
Si supieras, hijo mío,
que no puedo imaginar
lo triste que es caminar
en un mundo tan vacío.
La soledad y el hastío
acrecientan mi amargura,
y después de la ruptura
de tu sangre y de tu pecho,
soy un esclavo maltrecho
de cuidar tu sepultura.
Sueño que vuelve tu mano
desde un lugar diferente
a poner sobre mi frente
todo el calor del verano.
Te siento llegar en vano
cuando mi pecho delira,
y que tu pulmón respira
igual que el de un hombre fuerte,
pero supe que la muerte
me ha contado una mentira.
Te escucho llegar a prisa
en las montañas de frío
con el empeño baldío
de arroparte en mi camisa.
Miro la dulce sonrisa
de una novia que te espera;
por esa razón quisiera
permanecer a tu lado
hasta verte liberado
de tu cárcel de madera.
Desde aquella desunión,
tan inesperadamente,
no ha dejado una serpiente
de morderme el corazón.
Con esa separación
comenzó mi senectud,
y hoy te espero en la quietud,
de los recuerdos en pos
cuando quepamos los dos
dentro del mismo ataúd.
Con tu muerte comprendí
que es necesario ser fuerte
para mimarte y quererte
sin decir que te perdí.
Voy caminando hacia ti
mientras mis ánimos puedan,
y como mis sueños ruedan
rotos en un mundo aparte,
solo puedo regalarte
las lágrimas que me quedan.