Era alto, pálido y escurridizo. Todo lo mundano le resultaba ajeno, desde el dinero hasta el sexo. Disfrutaba el silencio, los paseos nocturnos por sitios poco transitados, las ruinas arquitectónicas y los cementerios abandonados.
Hijo de locos, sus progenitores acabaron internados en el manicomio, amaba el siglo XVIII y lamentaba no haber nacido en él. Vivió siempre con la vista puesta en dos abismos, el abismo cósmico, en el que gravitaban las estrellas, y el abismo del papel, que conquistó con sus relatos.
La muerte le abrió las puertas humanas, esas puertas que en vida permanecieron cerradas a su obra. Hoy no se puede hablar de la literatura de terror y ciencia ficción sin mencionar su nombre con admiración. Ha inspirado la obra de cientos de escritores y artistas de mayor o menor rango y sugestionado a millones de lectores del mundo entero con sus historias que parecen dictadas por habitantes de mundos paralelos.
Howard Phillips Lovecraft (20 de agosto de 1890, Providence, Rhode Island, Estados Unidos - 15 de marzo de 1937, Providence, Rhode Island, Estados Unidos)
Sarah Susan Phillips Lovecraft, neurótica y puritana, quería tener una hija. Como lo que arrojó al mundo fue un niño se ensañó con el pequeño Howard. Aprovechando la tradición imperante le hizo bucles y le puso vestiditos hasta los cuatro años. Cierto es que entre los siglos XVI y XIX, y también en parte del XX, tanto niñas como niños compartían en sus primeras edades vestuarios parecidos y una forma de crianza bastante homogénea. Algunos afirman, sin demasiados datos, que esto tiene que ver con antiguos ritos de iniciación de la cultura occidental. El asunto de la ropa culminaba, al menos para las clases más pudientes, cuando el niño aprendía a ir al baño con autonomía. Aquí el padre comenzaba a involucrarse en la crianza del hijo, que hasta ese momento no había pasado de ser un colgante de la madre y una ocupación impertinente para el resto de mujeres de la familia.
Casi desde su nacimiento, la madre de Howard lo mantuvo aislado para que, según decía, el sol no malograse su piel. Años después, recluida en un psiquiátrico, confesó que “el niño tenía una cara horrible” por lo que no se arrepentía de haberlo criado “encerrado en casa”; además, puntualizó, Howard Phillips Lovecraft era enfermizo y demasiado imaginativo para una sociedad tan estrecha como la de Providence.
Aunque fue poco dada a mostrar su afecto, Sarah regaló al niño infinidad de juguetes y muchos libros.
A los juguetes el niño apenas prestó atención, pero a los libros, sí. Eran su obsesión. Había aprendido a leer a los tres años y la letra escrita ejercía sobre su conciencia una fascinación absoluta.
Uno de los libros que más honda impresión causó al pequeño fue Las mil y una noches, editado por el escritor y etnólogo Andrew Lang como The arabian nights. Esta obra constituía una selección maestra de los mejores relatos del gran libro persa. El volumen llegó a manos de Howard Phillips Lovecraft en la navidad de 1898 convirtiéndose en su libro de cabecera durante años.
¿Existe algún alma solitaria y fantasiosa que no se sienta atraída por ese libro mágico en el que un cuento da paso a otro y a otro y a otro, y en el que magos, efrits, genios, bestias fantásticas, aventureros, seductoras mujeres y feroces demonios luchan por usurpar nuestra imaginación?
A pesar de haber regalado un libro de cuentos orientales a su niño, Sarah Susan Phillips Lovecraft siempre defendió sus raíces europeas, la “pureza de su sangre” y la “superioridad cultural” del hombre blanco sobre cualquier otra raza. El hombre blanco era el elegido por los seres superiores para purgar a la humanidad de tanta mezcla racial absurda que solo generaba criaturas intelectualmente inferiores.
Esto pensaba Sarah… y esto también pensó su hijo.
Lovecraft: "La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”
A los lectores devotos de la fantasía, el terror y los espacios perpetuos no les resultan ajenas palabras como Cthulhu, Dagon, Insmouth, Arkham, Miskatonic; tampoco el infame libro Necronomicon, grimorio que contiene la ley de los muertos, y que nadie ha visto, pero que existe, tal vez, en alguna biblioteca siniestra y en las pesadillas de millones de seres humanos. Apunto aquí que Lovecraft aseguraba que el Necronomicon fue escrito por un árabe loco llamado Abdul Alhazred, despedazado por un monstruo invisible a plena luz del día en un mercado de Damasco.
"Los hombres somos criaturas de la imaginación y nos impacta mucho más lo ficticio que lo real"
¿Puede un libro inexistente como Necronomicon causar tanta atracción, tanta necesidad de ser poseído? ¡Puede! Los hombres somos criaturas de la imaginación y nos impacta mucho más lo ficticio que lo real.
Una de las características más destacadas de la escritura de Lovecraft es la utilización de un vocabulario extenso plagado de giros arcaicos. En ocasiones sus historias son leídas como textos académicos o manuales técnicos que detallan regiones espectrales y mundos paralelos invisibles al ojo humano. La descripción pormenorizada de atmósferas y espacios físicos y mentales da a los escritos lovecraftianos un fascinante aire de autoridad y veracidad.
Podemos dividir su obra en dos grandes bloques: Las Historias del Mito de Cthulhu y las Historias de Nueva Inglaterra.
Las Historias de Nueva Inglaterra son relatos de terror para “leer a medianoche”, cuando nos devora el insomnio y la noche se nos muestra como un territorio mágico y angustioso.
Aquí abundan los personajes pesimistas y errados que, víctimas del desasosiego provocado por las sombras, acaban transformándose en extraños, en Otros, ajenos a la decencia, la amabilidad y la generosidad.
Sin lugar a dudas, las Historias de Nueva Inglaterra acusan la influencia directa de otro de los grandes maestros del género: Edgar Allan Poe.
Sobre algunos de los cuentos de Lovecraft, verdaderas joyas del pánico (Los gatos de Ulthar, En la Cripta, Arthur Jermyn, Ratas en las paredes,…) sobrevuela el triste fantasma de Poe…
“Todos mis relatos, por muy distintos que sean entre sí, se basan en la idea central de que antaño nuestro mundo fue poblado por otras razas que, por practicar la magia negra, perdieron sus conquistas y fueron expulsadas, pero viven en el exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra.” (H.P. Lovecraft)
Las Historias del mito de Cthulhu constituyen el gran legado de Lovecraft a la literatura fantástica y a su propia vida.
Cthulhu, un dios muerto, antiguo y primigenio, creado por Lovecraft, le abrió las puertas del cosmos literario.
Las Historias del mito de Cthulhu introducen al lector en toda una mitología prehumana y primordial plagada de ciudades y dioses, leyendas, hechizos, conjuros y salmos escritos en un lenguaje ajeno a cualquier lengua humana.
Agazapados en el aire, la tierra y las abisales profundidades marinas, los Antiguos, los primigenios, esperan.
La sombra de una habitación puede dar refugio a un antiguo; una cerilla encendida en la oscuridad de la cocina muestra fugazmente el trozo de un algo baboso y huidizo que la luz solapa; podemos cruzarnos en la calle con transeúntes demasiado altos para nuestra realidad y experimentar la oscura convicción de que no pertenecen a este mundo…
Las historias del mito de Cthluhu son prolijas en descripciones de atmósferas, espacios que mutan, territorios contaminados por energías alienígenas y por olor a cadaverina, el más espantoso de todos…
Cuentos como Dagon, El color que cayó del Cielo, La llamada de Cthulhu, La sombra sobre Insmouth, El horror de Dunwich, El morador de las tinieblas, entre otros, integran el horrendo y magnífico catálogo de historias de miedo cósmico escritas por Lovecraft . Estas historias revolucionaron la literatura fantástica a principios del siglo XX.
Las cartas de Lovecraft
Fragmento de una carta de Howard Phillips Lovecraft:
Todo lo que amaba llevaba muerto dos siglos o, en el caso del clasicismo Greco-romano, dos mil años. No formo parte de nada a mi alrededor, en todo soy un extraño. (…) Sí, ¡parece que soy un férreo pesimista! Pero, caballeros, les ruego que no me juzguen una criatura totalmente desolada y misantrópica. A pesar de mi vida solitaria, los libros y la escritura me han deparado infinita alegría… (…) soy un Espectador (más o menos) imparcial al que le divierte observar las bufonadas de esas raras y enclenques marionetas llamadas hombres.
Se especula que nuestro autor escribió alrededor de cien mil cartas aunque casi todas se han perdido. A través de sus cartas, Lovecraft alimentó durante años una extensa red de admiradores a los que llamaba sus discípulos. Según manifestó en más de una ocasión, prefería “dejar de comer para poder pagar las estampillas”.
Cuando devolvía la primera carta a un discípulo le cambiaba el nombre, lo “bautizaba” con otro y lo incorporaba de inmediato a su círculo. Este nombre, siempre espectacular, estaba inspirado en deidades, personajes, frases e ideas del mundo antiguo, de los viejos mitos o de los mitos inventados por el propio Lovecraft. Poco a poco fue creciendo su círculo de adoradores. También este círculo se ampliaba a medida que aparecían sus relatos en la modesta revista Weird Tales, la única que publicaba a nuestro autor sin reservas. Una revista de las llamadas “pulp magazines”.
El término "Pulp" englobaba las revistas baratas impresas en un papel amarillento de mala calidad. Publicadas principalmente en Estados Unidos hasta la década de los cincuenta, solían tener unas ciento treinta páginas y centrarse en relatos de ciencia ficción, violencia, horror, galanteo y erotismo.
Las cartas de Lovecraft nos abren resquicios no solo a sus ideas literarias sino también a su mundo cotidiano. Leyéndolas descubrimos que a diario tenía que mirar el precio, incluso, de los artículos más básicos.
Nunca dispuso de medios para hacer un gasto importante, como comprar un vehículo o pagarse ese viaje a Europa que tanta ilusión le hacía. El grueso de sus ingresos provenía de sus trabajos de revisión y de corrección. Consentía en trabajar por tarifas extremadamente bajas, y hasta gratis, si se trataba de amigos.
Para él no era digno de un gentleman comprometerse por culpa de sórdidas historias monetarias. Nunca le pareció conveniente hacer de la literatura una profesión y siempre se vio a sí mismo como un gentilhombre de provincias que cultivaba la literatura como una de las bellas artes para su deleite, sin preocuparse por los gustos del público, los temas de moda o cualquier otra cosa por el estilo.
Según sus propias palabras: "Un caballero no intenta darse a conocer, lo deja para los egoístas arribistas y mezquinos".
Disponía de un pequeño capital procedente de la herencia familiar al que fue dando pellizcos a lo largo de toda su vida, pero este capital siempre fue demasiado reducido para proporcionarle otra cosa que dinero de bolsillo.
En el momento de su muerte su capital se encontraba casi en cero; como si la propia fortuna familiar le hubiera concedido el número exacto de años para vivir.
"Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada logra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores" (Howard Phillips Lovecraft)
Enfermo de un cáncer de intestino, Lovecraft ingresó el 10 de marzo de 1937 en el Jane Brown Memorial Hospital, de Providence, la ciudad de la que apenas se movió.
En el hospital se comportó como un enfermo ejemplar
A pesar de los terribles dolores que padecía, afortunadamente atenuados por la morfina, se mantuvo educado y afable hasta el final, impresionando a las enfermeras con su estoicismo y cortesía.
Sin una palabra de arrepentimiento, Howard Phillips Lovecraft falleció el 15 de marzo de 1937.