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Libros | "El maestro del juicio final". Fantasmas y opiáceos: un libro de siempre

Leo Perutz describe eficazmente los estados mentales y las sensaciones alteradas de su protagonista, logrando que el lector se solidarice con el personaje a pesar de su escasa confiabilidad.

Portada del libro "El maestro del juicio final" y retrato de su autor Leo Perutz.
Portada del libro "El maestro del juicio final" y retrato de su autor Leo Perutz.

“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. (Jorge Luis Borges)

“Perutz no es un autor del momento, sino un autor de todo momento. Este tipo de escritores no pasan de moda”. (Luis Solano, editor)

En el prólogo a la primera edición en español de El maestro del juicio final, Borges sostiene que el origen de la familia Perutz es español, específicamente toledano. En castellano, Perutz habría sido Pérez. Lo cierto es que Borges fantasea, en realidad la familia solo estuvo de paso por España cuando Leo era pequeño, aunque este incidente provocó que sus amigos del instituto le llamaran der Spaniole: "El español".

En realidad nuestro autor nació en Praga en 1882, en el seno de una rica familia sefardita, y falleció en Austria, en 1957. Es alguien que vive entre dos siglos y presencia grandes cataclismos sociales, como la Primera Guerra Mundial, en la que combatió brevemente, o la Segunda Guerra Mundial, con su torrente de muerte.

Escritor, criptógrafo y matemático-estadista, Perutz fue un autor muy popular en los años veinte y treinta del siglo XX, aunque nunca se creyó esto demasiado, y eso no deja de asombrarnos después de haber leído esta novela y algo más de su obra.

Nervioso e inseguro, tal vez por su alma científica, o por la muerte de su esposa, que lo sumió en una depresión de la que nunca consiguió recuperarse, Perutz nació y vivió la primera parte de su vida en Praga, luego en Viena, de la que escapó cuando los nazis arribaron al poder, y más tarde en Tel-Aviv.

Años después de terminada la Segunda Guerra Mundial regresó a Viena, recuperó su ciudadanía austriaca y vivió entre esta ciudad y Tel-Aviv hasta el final de sus días.

Un gran judío de las letras

Aunque hubo contemporáneos suyos que desdeñaron sus novelas por considerarlas demasiado oscuras, o de calidad media, “libros para leer en un viaje”, dijeron algunos, grandes escritores como Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Graham Greene o Bertolt Brecht, se inclinaron ante la prosa y el imaginario de este amante de las letras, editando, comentando y divulgando sus libros más allá del marco europeo.

Perutz, que escribió en lengua alemana, defendió siempre su condición de judío europeo. Si viviese hoy sería, sin lugar a dudas, un defensor de la Europa actual, diversa y plural.

Aquí van algunas de sus ideas que ilustran perfectamente su pensamiento:

No me gustan el nacionalismo ni el patriotismo; ambos son culpables de los desastres que sufre el mundo desde hace ciento cincuenta años. Se empieza por el nacionalismo y se termina con el cólera, la disentería y la dictadura. Así que pienso marcharme en cuanto pueda. Sé que añoraré siempre Palestina e incluso Tel Aviv. Esto le sucede al que tiene muchas patrias. Yo he tenido tres y me han escamoteado las tres.

El maestro del juicio final: el asesino invisible 

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares incluyeron El maestro del juicio final en “El séptimo círculo”, su ya canónica colección de relatos policiales editada por Emecé a partir de 1945.

Portada del libro "El séptimo círculo".
Portada del libro "El séptimo círculo"

"...la novela mezcla el género fantástico con el detectivesco mostrando, entre ramalazos de melancolía..."

Escrita en 1923, la novela mezcla el género fantástico con el detectivesco mostrando, entre ramalazos de melancolía, inquietantes características de la naturaleza humana ante la influencia, en este caso devastadora, del arte sobre la imaginación y la conciencia.

Los amantes de lo fantasmagórico, de las atmósferas crepusculares de niebla y llovizna, de las criaturas hostigadas por los espectros de su imaginación, o por sentimientos extremos como los celos; aquellos lectores a los que atrae lo policial, los callejones sin salida de las investigaciones realizadas por hombres que recorren patios oscuros y escaleras crujientes a la búsqueda de un asesino invisible atraídos por el ocultismo, los conjuros y los fármacos, los opiáceos y los bebedizos de las brujas, por los caracteres humanos complejos, por las situaciones extrañas e imposibles, tienen la mesa servida con esta novela de excepcional brevedad pero rica enjundia.

El Maestro del juicio final, verdadera literatura de misterio e investigación, ha sido copiado hasta el agotamiento por decenas de autores de escasa imaginación.

No creo yo que Leo Perutz imaginase que su librito marcaría en el género misterio un antes y un después. No creo tampoco que lo haya escrito siquiera pensando en revolucionar eso que llamamos género, sino movido por otras inquietudes más genuinas, relacionadas, por ejemplo, con las exploraciones del subconsciente y por la activación de ciertos resortes de la mente que pueden llevarnos a la gloria o al infierno.

¿Cuántas serán las víctimas que ese monstruo sangriento ha encontrado a lo largo de su camino por entre el espeso zarzal de los siglos, en su vagabundeo a través de los tiempos y los países más dispares? (El maestro del juicio final; Leo Perutz).

El argumento

Contada en primera persona por el varon Von Yosh, controversial personaje adicto a los opiáceos y otros fármacos muy en boga a principios del siglo XX, la historia  transcurre en la ciudad de Viena, en el otoño de 1910.

En casa del afamado actor Eugene Bischoff se realiza una velada artística en la que se toca un trío de Brahms o un cuarteto para cuerdas de Beethoven. En medio de la velada, Eugene Bischoff abandona el salón, se mete en la biblioteca, cierra la puerta y se pega un tiro acabando con su vida. Poco antes había dado señales de cierto nerviosismo, cierta actitud extraña e inusual en él que todos atribuyeron a que se encontraba inmerso en la preparación del Ricardo III, de Shakespeare para un importante teatro de Viena. También Bishop había contado a sus invitados un asunto que lo tenía obsesionado: el suicidio de un soldado en una habitación cerrada luego de descubrir algo relacionado con un suicidio anterior en circunstancias similares.

En los tres casos existen claros indicios de que los suicidas no estaban solos. Ya encerrados, estos hablaron con alguien que los conminó a quitarse la vida. ¿Pero… quién era ese ser, cómo entró en la habitación, cómo escapó si todas las puertas estaban cerradas? ¿Se trataba acaso de un fantasma? ¿Fueron realmente suicidios? ¿Están todas las muertes relacionadas?

El barón Von Yosh no solo debe dar con el asesino del malogrado Eugene Bischoff, sino probar, además, que él no ha sido el detonante de su muerte. Para inconveniente de Von Yosh sus nervios lo traicionan pues sufre de alucinaciones, paranoia y desvanecimientos ya que su frágil sensibilidad se ve constantemente exacerbada por los fármacos.

Von Yosh: “Debo comprar bromo, gotas de morfina, veronal o cualquier narcótico, no importa qué”.

Remedios a base de opiáceos

Descubrimos mientras avanzamos en la lectura que personas respetadas socialmente como el barón Von Yosh, capitán de caballería del ejército, o el propio actor Eugene Bischoff, frecuentaban las farmacias de la ciudad para comprar diversos remedios a base de opiáceos.

“En la farmacia El arcángel ya me conocen”, se confiesa Von Yosh a sí mismo, azuzado por la desesperación y la necesidad de consumir las sustancias liberadoras que lo tranquilizarán artificialmente induciéndolo a un sueño antinatural.

Nunca más, desde aquel día, he vuelto a ver un color tan terrible como aquel rojo cobrizo, propio del metal de una trompeta. Pero las sombras siguen ahí, y vuelven una y otra vez, me rodean, alargan hacia mí sus garras. ¿Debo creer que ya no me abandonarán nunca más? (El maestro del juicio final; Leo Perutz).

Leo Perutz describe eficazmente los estados mentales y las sensaciones alteradas de su protagonista, logrando que el lector se solidarice con el personaje a pesar de su escasa confiabilidad. Los lectores, seducidos por un extraño magnetismo literario, secundan al barón Von Yosh en sus pesquisas, temores y elucubraciones mentales, con el corazón en un puño y los nervios de punta.

¡Atención! Y esto es muy importante:

Bajo ningún concepto leas la nota final del libro antes de concluir los capítulos que lo componen. Traicionarías la obra y te traicionarías a ti mismo.

Hay que entrar en el juego que propone el autor, un juego siniestro, pero juego al fin y al cabo... ¿No somos acaso hijos del riesgo y la temeridad?

Un librito de horrores...

Este librito de horrores demanda paciencia y templanza. Hemos de acariciarlo, pasar sus páginas, disfrutar su olor. Si es un libro que ha pasado por otras manos pues mucho mejor: es un libro vivido, palpado, respirado por otros, un libro que no solo acumula una historia sino también la historia de sus lectores.

Estoy casi convencido de que el final de esta novela de misterio te sorprenderá tanto como a mí, o como a tantos lectores que a lo largo de los años han disfrutado, se han inquietado, se han asustado, o se han visto reflejados en ella de una forma u otra.

He aquí otro pequeño fragmento de este libro singular:

En el cerebro, la fantasía está localizada en el mismo lugar que el miedo. ¡Eso es! Miedo y fantasía están ligados de manera indisoluble. A lo largo de la historia, los más grandes soñadores siempre han vivido poseídos por los peores miedos y los más espantosos terrores. ¡Piensen en el Hoffmann más fantasmagórico, piensen en Miguel Ángel, en el Brueghel pintor de infiernos, piensen en Poe…!.

El maestro del juicio final se lee sin dificultad. Significa esto que su autor ha triunfado sobre el tiempo.

Como dijo un ciego ilustre, gran escritor él:

Leer un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo.

Terminamos esta breve reseña como la empezamos, con una frase del maestro Borges:

Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.

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Raúl Alfonso

Retrato de Raúl Alfonso.

(Cuba, 1966). Licenciado en Artes Escénicas por el Instituto Superior de Arte de La Habana (ISA), en la especialidad de Teatrología y Dramaturgia. Se ha desempeñado como actor, asesor y director de escena y como Profesor de Interpretación en la Escuela Nacional de Teatro de La Habana, el ISA, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y en diversas academias, círculos de magos y universidades de México y España. Ha colaborado con comentarios y artículos, entre otras, con la revista teatral Tablas y con la publicación de arte y literatura El espejo del perro (Madrid). Ha dirigido y escrito numerosas obras de teatro, algunas de las cuales han sido publicadas en revistas y antologías y representadas en Cuba, México, Colombia, Estados Unidos y España. Ha realizado de manera independiente varios cortometrajes en La Habana, México y Madrid.

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