La principal fuente de alimentación de un escritor es la propia literatura. Solo de este contacto puede germinar la obra de valía. Luego vienen las etiquetas, las pertenencias, la vida literaria y quizás hasta algún que otro premio.
LAS LECTURAS NECESARIAS:
La Revolución Cubana trajo aparejadas múltiples revoluciones, entre ellas una revolución del intelecto. La creación de la imprenta nacional puso a Quijote y a Sancho en manos de todos por solo 10 centavos. En lo adelante, durante varias décadas, se pudo leer en el país lo mejor de la literatura universal pretérita (Dostoievski, Balzac, Kafka, Mann) y también a muchas de las revelaciones del momento (Sarraute, Mishima, Calvino, García Márquez). Con el paso de los años esta situación ha cambiado. En la actualidad es factible acceder a los clásicos, pero los autores contemporáneos de valía son desconocidos en el país.
El acto de escribir va aparejado al acto de leer. Sobre esto el importante crítico canadiense Northrop Frye señala que “solo la experiencia de la literatura, puede dar a alguien la idea de escribir una obra literaria.” El escritor que no lleve la historia de la literatura en sus espaldas tiene menos posibilidades de chocar con la verdad. Igual ocurre con los descontextualizados, con aquellos que no leen a sus contemporáneos. Aunque desbarraba de él, Victor Hugo leía a Stendhal; Hemingway leía a Fitzgerald; Cortázar veneraba a Vargas Llosa; y Vargas Llosa firmó el mejor ensayo que se ha escrito sobre Cien años de soledad.
De los 16 escritores que han merecido el Premio Nobel de Literatura en lo que va de siglo XXI, solo tres han sido publicados en nuestro país; y estos son Harold Pinter (una novela publicada), Doris Lessing (una novela y un libro de relatos) y Mario Vargas Llosa (un relato). Nada más. Cada vez que llega octubre y se entrega el famoso premio el lector cubano se pregunta: ¿y ese quién será?
Según el escritor Idiel García la ausencia de grandes libros modernos en nuestras librerías es una gran desventaja. “Son absolutamente necesarios en la vida de un escritor, abren la mente a nuevas posibilidades de hacer.” Por su parte el narrador Rafael de Águila señala que el escritor cubano es, “entre todos los del planeta, el que escribe más aislado del mundo, más aislado de las novedades, más aislado de lo que se escribe y se publica y se lee en el mundo”.1 La limitada visión que existe de la literatura contemporánea repercute en nuestro panorama literario; y esto puede dañar a los creadores y también a los receptores. Un lector agudo y exigente implica un autor más preparado, y viceversa.
LAS ORGANIZACIONES QUE NOS ¿RESPALDAN?:
Las organizaciones de escritores y artistas, en nuestro país, son instituciones culturales que responden a una motivación política. Para ellas, más importante que salvaguardar el arte y la literatura, lo es salvaguardar los principios morales y éticos de la Revolución. Desde esta tribuna se desparrama la luz que acoge a los intelectuales más prestigiosos, y no tanto, de nuestra geografía. Dígase Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y dígase Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Ambas existen para garantizar la promoción de los escritores y artistas que se encuentran bajo su tutela, no obstante, este sigue siendo un punto pendiente a revisitar. Si bien la AHS ha ocupado espacios meritorios en los medios de difusión durante los últimos años, la UNEAC se ha quedado rezagada. La experiencia me dice que la AHS posee una energía muy positiva que se manifiesta en las actividades y eventos que organiza, mientras que la UNEAC muestra un gusto pésimo y envejecido. Mientras la primera muestra un espíritu congregador, la segunda cada vez parece más una secta, una logia, un recinto de enclaustrada permanencia.
La escritora Elaine Vilar dice sentirse muy representada por la AHS: “Creo que obedece a un espíritu joven de inquietud (con buenas y malas decisiones en muchos de los ámbitos, pero donde prima un deseo por hacer). Dentro de la UNEAC no me he sentido de igual manera. Mi participación ha sido poca y no me he sentido especialmente vinculada con ninguno de sus proyectos. Creo, no obstante, que prima en la UNEAC (de manera general, no me refiero precisamente a personas específicas) la idea de que es un espacio para escritores consagrados, y este criterio parece exclusivo de autores mayores de 40 años; parece difícil que a un autor joven se le considere escritor.”
“Son el único oasis que le queda al país”, anota el escritor Idiel García refiriéndose a dichas organizaciones: “y en algunos sitios es un oasis que se está desertificando. Hay sitios donde la función de la UNEAC o de la AHS no es la que esperamos. Me da pena decirlo, pero es cierto. Hay lugares donde la UNEAC está viciada por completo, donde son tres o cuatros los representados. La AHS menos, pero en algunos sitios su funcionamiento está apagado y predomina la falta de seriedad y el irrespeto a los artistas.”
Estas organizaciones con sus pros y contras, pueden beneficiar a un escritor siempre y cuando este sepa separar la fruta de la hojarasca. Ambas ofrecen espacios y garantías que pueden ser explotados a favor de la creación propia y la promoción personal y ajena. Muchos autores esperan que las instituciones por sí solas garanticen su promoción y divulgación, y en gran medida debería funcionar de esa manera, pero no ocurre; por ello existe otro grupo numeroso de escritores que se ven motivados a llevar las riendas de su publicidad. La autopromoción es hoy una de las características más notorias de los escritores cubanos.
LOS PREMIOS QUE TODOS QUIEREN MERECER:
La mayoría de los escritores cubanos son cazadores de premios. ¿Qué aporta un premio? Pues mucho. Primero, una garantía monetaria que en país como el nuestro cada día más encarecido y desbalanceado siempre viene bien; segundo, la indiscutibilidad —muy discutible— de que la obra premiada tiene valor, ¿cómo podría no serlo si acaba de ser premiada?; tercero, una edición con mayor cantidad de ejemplares, quizás hasta con más calidad; cuarto, una promoción intencionada, o sea, algunas apariciones en la televisión y en la radio, una entrevista para Granma o Juventud Rebelde, y mucho bombo y platillo en la Feria Internacional del Libro; y quinto, la posibilidad de un viaje, pues varios de estos premios vienen acompañados —¡si usted es confiable, claro!— de un desplazamiento a alguna feria latinoamericana del libro.
Por estas razones los escritores cubanos viven al acecho, con el arma cargada, a la espera de que uno de esos premios gordos: un Carpentier, un Casa de las Américas, un Julio Cortázar, caiga entre sus redes, y así le engorde —literalmente— la panza y el ego. Rafael de Águila nombra este fenómeno como el “síndrome de la premiofilia” y resalta que “nunca antes se había escrito tanto en Cuba con el objetivo de ganar premios”.
Ahora, no todos los autores muestran satisfacción tras ganar uno de estos premios de valía. El poeta José Rolando Rivero refiere que, tras ganar el Premio Nicolás Guillén, el más importante que se le otorga a un poeta por un libro, lo único bueno que llegó a sus manos fue el premio en metálico: “Solo los tres mil CUC me satisficieron, pues la edición del libro fue pésima, su promoción casi nula, y la distribución caótica; para colmo, a casi un año de presentado el libro en La Habana, aún la Editorial Letras Cubanas no me ha pagado los derechos de autor, que de hecho son irrisorios”.
El escritor cubano se debate entre múltiples penurias, alegrías de a peso, diría yo, pues más allá del logro personal, de la satisfacción intrínseca provocada por el mero hecho de escribir, es muy poco lo que se puede esperar hoy como reconocimiento real a una de las labores más significativas y encomiables de la historia.
1 Rafael de Águila: “Aproximaciones al cuento cubano hit et nunc”, La letra del escriba, No 144, mayo–junio 2016, pp.2–3.