Cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro, una fecha establecida por la UNESCO en 1995 con el objetivo de fomentar la lectura, proteger los derechos de autor y promover el acceso al conocimiento a través de la industria editorial. La elección del día no es casual: conmemora la muerte en 1616 de tres figuras fundamentales de la literatura universal —Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega—, aunque existen matices históricos respecto a la exactitud de estas fechas debido al uso de diferentes calendarios.
El origen de esta efeméride se remonta, sin embargo, a una propuesta hecha en España. Fue el escritor valenciano Vicente Clavel Andrés quien, en 1926, propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona la celebración de un día dedicado a los libros, inicialmente fijado el 7 de octubre, fecha supuesta del nacimiento de Cervantes. Sin embargo, en 1930, se trasladó definitivamente al 23 de abril, por su simbolismo literario y por coincidir con una fecha de clima más favorable en la Península para actividades al aire libre.
En su evolución, el Día Internacional del Libro se ha convertido en una plataforma global para la promoción de la lectura. Cada año, la UNESCO designa una Capital Mundial del Libro con el fin de destacar a ciudades que demuestran un compromiso sostenible con el fomento del hábito lector. En 2025, este reconocimiento ha recaído en Río de Janeiro, por su enfoque en la alfabetización juvenil, la edición sostenible y el fortalecimiento institucional de la literatura como herramienta de cambio social.
Sant Jordi: entre la leyenda y los libros
En Cataluña, el Día Internacional del Libro adquiere un matiz único al coincidir con la Diada de Sant Jordi, una celebración que fusiona tradición literaria, cultura popular e identidad regional. Sant Jordi, patrón de Cataluña desde el siglo XV, es figura central de una leyenda que se ha mantenido viva a través de los siglos: la del caballero que venció a un dragón y salvó a una princesa. Según el relato más difundido, de la sangre del dragón nació un rosal, cuyo simbolismo da origen a la costumbre de regalar una rosa roja como gesto de afecto y admiración.
Esta festividad ha evolucionado hasta convertirse en uno de los principales eventos cívico-culturales del país. La tradición del intercambio de libros y rosas tiene dos fuentes distintas: por un lado, la celebración medieval del Día de la Rosa, ligada al amor cortés, y por otro, la institucionalización del Día del Libro en la década de 1920. Con el tiempo, lo que comenzó siendo un gesto de cortejo —el hombre regalaba una rosa, la mujer un libro— ha devenido en una práctica más inclusiva.
Los intercambios de rosas y libros
Actualmente, los intercambios de libros y flores se realizan de forma indistinta entre hombres y mujeres, reflejando una evolución social que responde a cambios en la percepción de los roles de género. Es habitual ver cómo amistades, parejas, familiares y colegas se obsequian tanto libros como rosas sin distinción, lo que refuerza el carácter abierto, plural y afectivo de la celebración. Este cambio no ha suprimido la tradición, sino que la ha enriquecido con nuevos significados adaptados a los valores contemporáneos.
En Barcelona, libros y rosas transforman el espacio urbano. Calles como el Paso de Gracia, La Rambla y la Plaza Cataluña se llenan de puestos de venta de libros y flores, y autores reconocidos nacionales e internacionales participan en firmas, presentaciones y encuentros con lectores. La jornada representa además un impulso económico clave para el sector editorial catalán: según datos del Gremi de Llibreters de Catalunya, el 23 de abril puede concentrar hasta el 10% de las ventas anuales del sector.
Pero Sant Jordi no es solo una fecha de transacción comercial. Es, ante todo, una manifestación de identidad y participación colectiva. Editoriales, librerías, autores y ciudadanía ocupan el espacio público con una narrativa compartida en torno al libro como herramienta de conocimiento, memoria y construcción social. Este modelo, único en su género, convierte a la Diada en una referencia cultural más allá de las fronteras catalanas.
El 23 de abril no es solo una fecha marcada por la memoria literaria global. En Cataluña, y particularmente en Barcelona, representa una experiencia urbana, cultural y simbólica que interpela a la ciudadanía desde la literatura, la historia y la tradición. Y la esencia de la cultura catalana. El Día Internacional del Libro y la Diada de Sant Jordi conviven como dos dimensiones de una misma celebración: el derecho a leer, a recordar y a compartir historias como ejercicio esencial de libertad.
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