Útimo día del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano del año 2018, y decenas de personas frente al cine Yara esperamos poder entrar a la próxima tanda aunque no tengamos "pasaportes". Una de ellas es una señora de unos cuarentaitantos, cabello teñido de negro y ropa que quiere ser juvenil, o sea, ciñendo sus carnes hasta la incomodidad. La señora se siente decepcionada por haber entrado en la sesión anterior sin percatarse de que exhibían la misma película que había visto un par de días atrás. Y lo cuenta sumándose al pequeño corrillo de los que hemos marcado primero y comentamos nuestras expectativas respecto al filme de Arturo Sotto que “echarán” en breve.
Nido de mantis, murmura la señora de cabello negro. La mantis religiosa es un insecto, le aclaro, y que supongo el título una alegoría. Al insecto lo llamaron así por la posición que adopta para cazar, porque parece que reza, concluyo mi explicación. La mujer me mira un tanto incrédula y me considero en la necesidad de ir más a fondo sin caer en la pedantería. La mantis religiosa hembra arranca la cabeza del macho y la devora mientras este la fecunda, explico. Por eso supongo que el título sea una alegoría, añado, y no puedo decir más porque anuncian que ya han entrado los felices poseedores de pasaportes y hay capacidades suficientes para que los que hemos hecho la cola vayamos pasando por taquilla.
En el pequeño descontrol que suele formarse en estos casos, pierdo de vista a la señora y me digo que tal vez esta misma noche al llegar a casa rastree en la Wikipedia las palabras mantis religiosa, alegoría. En fin, busco un asiento lo más cercano posible a la pantalla para contrarrestar mis problemas visuales y el constante olvido de mis espejuelos y vuelvo a descubrir a la señora de cabello negro que sonríe y se sienta a mi lado.
Se apagan las luces e intento sumergirme en la película de Sotto, buscando los puntos en común con sus entregas anteriores, con el cine que suele hacerse en Cuba en los últimos treinta años, más cercano al público, más comprometido con la realidad social que los dramatizados que exhibe nuestra televisión. La mujer a mi lado pregunta algo. No entiende este desplazamiento a un pueblito de mierda en el centro de Cuba y en el que, para más inri, llueve a cántaros. Alegorías, digo y ella calla. Tal vez debería explicarle que pienso que el director se apropia de símbolos para contar su historia, que el triángulo amoroso, herencia de la tragedia griega, refleja algo más complicado que el decursar en el tiempo de estos tres personajes. Contar que antes de Elena (Yara Masiel), Fernando Pérez en La vida es silbar narraba la historia de Elpidio Valdés y su especial relación con su madre Cuba, que para el cine, la literatura, la plástica, la música, las artes que bajo una u otra influencia pugnan por dejar huella en Cuba, el destino de la Isla es tema recurrente, que para Kcho las alegorías son esos ladrillos, esas embarcaciones; para Fernando Pérez y su cine de la distopía, ese globo en el que llega Crisis, esa bailarina amante de los cuerpos, ese Elpidio que se siente abandonado.
Hay un momento de la película en que la señora ríe, se distiende. Se buscan hombres, reza un cartel en los altos del taller de confección de trajes de novias en el que trabaja Elena. El público también ha reído con alivio. Desde hace años el público cubano (al menos una considerable parte de ese público) busca la risa en el cine hecho por estos lares, acaso como herencia de esa década del ochenta, feliz en lo económico, en la que primaron las comedias al estilo de Los pájaros tirándole a la escopeta, Vals de La Habana Vieja, o Se permuta. Es parte de nuestra idiosincrasia, del ser cubanos, afirman muchos y por eso, aún en medio de la tragedia que significa para uno de los jóvenes protagonistas de Inocencia ser condenado a muerte cuando no estaba en el lugar de los hechos, sus palabras: “Pero si yo estaba en Matanzas” son recibidas con hilaridad. Pero me alejo de nuestro asunto, del alegórico Nido de mantis de Sotto. Le explico a la señora que lo del cartel es un juego surrealista, una prueba más de que en el contexto cubano "Breton es un bebé". "¿Quién es Breton?", pregunta y comprendo que tengo dos alternativas, o largar un par de parrafadas sobre el Surrealismo (lo que sería definitivamente esnobismo puro) y perder el hilo del filme o salir por la tangente y aclarar que es otra alegoría. No hago una cosa ni otra, digo a la señora que es irrelevante y a mí mismo que en el guión existe una falta de equilibrio entre los personajes de Tomás (Armando Miguel) y Emilio (Caleb Casas), que la película parece siempre inclinarse hacia el primero, confiriéndole una más amplia gama de matices, haciéndolo más cercano y verídico para el espectador, mientras Emilio a veces se desdibuja y aparece más frío, distante, menos claras sus emociones. Y es que se trataba, o al menos eso creo, de repetir dos paradigmas, de un lado el revolucionario que es parte viva del proceso histórico, que lo construye y se sabe dueño del destino de la nación (el héroe del "Quinquenio de Oro" de la narrativa cubana), la arcilla primigenia para moldear ese anhelado hombre nuevo; del otro, ese burgués que ha preferido quedarse, que comparte con el Sergio de Memorias del subdesarrollo el escepticismo, que podría ser tranquilamente uno de los personajes que pueblan la narrativa de María Elena Llana. Dos hombres, dos modelos conductuales, dos polos de la nación que simboliza esta Elena codiciada por su belleza (cualquier punto de contacto con la Helena de Troya no parece casual), que va indecisa de los brazos de uno a los del otro, que no puede desechar a ninguno, aceptar una única opción, porque sería negar una parte de sí misma, porque la patria, que ella representa con su nombre evocador, la componen y aman miles de personajes como sus amantes, devenidos arquetipos.
Y todo esto que creo vislumbrar más allá de algún diálogo poco feliz, de esa preeminencia de uno de los personajes masculinos sobre el otro (me parecería más coherente el equilibrio y mucho más osado y puede que interesante lo contrario), me gustaría lo entendiese también la señora de ropa ajustada y cabello negro gracias al tinte. Y también, los motivos de los tatuajes inconclusos en el cuerpo de la muchacha acusada del triple homicidio. Pero, más que todo, quisiera entendiese la metáfora de la Isla por rehacer, una isla inclusiva, plural, la Isla de Lezama y Piñera, de Abel Prieto y Abilio Estévez, de Pablo Armando Fernández y Gastón Baquero, de la distopía y el aquelarre, la risa y la tragedia, la Ítaca rediviva.
Tras los créditos finales, salgo al bullicio de la calle 23 y vuelvo a tropezar con mi vecina de butaca. "¿Te ha gustado la película?" (típico de los cubanos tutear a desconocidos). Algunas cosas más, otras no tanto, digo creyendo dar por zanjado el tema. Lo de las mantis es porque las mujeres cubanas somos la candela, ¿verdad? Acabamos con los hombres. No me atrevo a discutir su lectura de la película y me encojo de hombros.
Pero lo de la alegoría —la mujer mueve a uno y otro lado la cabeza—, ¿qué es eso de alegorías? Una alegoría es… —dudo un instante—, ¿ha visto usted dibujada una paloma blanca con una ramita de laurel en el pico? Sí, claro. Es una alegoría de la paz, explico, una alegoría es transformar un concepto abstracto en algo concreto, dibujable. La isla que los muchachos quieren reconstruir, ¿qué le sugiere a usted? ¿La isla frente al mar? Es la que el tipo rico le construyó a la muchacha, me dice. Total, ella se fue y él acabó con la isla. Porque en esa isla faltaba algo, explico. Entonces, la señora busca no errar con las palabras. Esa isla, esa isla es… Cuba, completo la frase. ¿Entiende usted? Ya, ya, masculla ella y en ese instante aparece el P que debo tomar hasta mi casa y me despido a las prisas. ¿No te aburrieron tantas alegorías?, grita, pero no puedo responder, “batido” con el puñado de muchachos que, como yo, luchamos por acceder al concurrido pasillo de este armatoste, una verdadera alegoría de esos períodos especiales que parecen no tener fin.
Alegorías, repito para mis adentros una y otra vez. Sotto es fiel a su obra anterior, repleta de signos, guiños, ese mirar la realidad cubana a través de un prisma que difumina los contornos del hoy y ahora. Alegorías, repito por última vez mientras el P16 deja atrás la Plaza de la Revolución con las imágenes luminosas de Camilo y el Che Guevara y su Martí de piedra queriendo atisbar desde su altura la isla toda.