Pasatiempo
¿Quién diría que alguna vez íbamos a ser amigos?
Prema no dice nada.
Que íbamos a estar compartiendo así, insistió Iraelio Barbiel.
Prema lo miraba sin recelos.
Hacía mucho tiempo que le había perdido el miedo.
Claudio los contemplaba de reojo.
Temía otra riña entre sus amigos como la que tuvieron en el barrio cuando eran unos fiñes.
Y pensar que te odié. Quise matarte.
¿Y eso por qué?, pregunta Edilberto el Calvo.
Por culpa de una jevita.
¿Qué jevita? ¿La conozco?
No.
¿Qué no?, quiso seguir metiendo la cuchareta.
Tú no la conoces.
¿Qué no? ¿Y Mito?
Mito tampoco.
¿Y eso por qué?
Porque es de donde vivimos nosotros.
¿Y cómo se llama?
Rosaima.
¿Quién es esa, se murió?
No, chico. No se murió.
¿Y qué tal?
Lindísima.
¿Y?
Los dos andábamos como dos bobos enamorados de ella.
¿Y quién la tumbó?
Yo creía que iba a ser mía, que sería la primera novia que iba a tener y con quien un día me casaría, pero no, no fue así, no fue mía, dijo Iraelio.
Y tú Prema, ¿fue tuya?
No sé.
¿Y eso por qué? ¿Cómo se entiende ese trabalenguas?, preguntó Mito sacando la cabeza detrás de un pino.
Porque al final se fue del pueblo. Igual que Iraelio yo pensé que iba a ser mía para siempre, que estaríamos ahora aquí estudiando juntos los dos.
Mejor que no, dijo Iraelio cerrando los puños. Mejor que se haya ido, que haya desaparecido.
Claudio se levanta y se interpone entre los posibles contrincantes.
Prema no le contesta.
Prema, te hice venir aquí para preguntarte ¿si ya tienes novia?
No.
Estás seguro.
Sí.
Espero que estés diciendo la verdad.
Prema al escucharlo hace un sonido de resignación con los labios. Sabe que de nada sirve volverse a ir a los puños con Iraelio, eso no le regresaría a Rosaima.
Se escucha el ladrido de los pastores alemanes de los militares.
William Tamayo le pasa el cigarro a Prema que por fin Mito ha logrado encender en contra del viento, protegiéndose detrás del tronco de un pino.
Prema se lo alcanza sin fumar a Iraelio como si le extendiera la Pipa de la Paz.
Iraelio le da una chupada larga y lanza el humo hacia el pimpollo de los pinos. Mira hacia la nada y se lo ofrece a Claudio, que inhala rápido una, dos, tres veces. Luego bota el humo por la nariz y le pasa el cigarro a Burro, que mira a Iraelio y a Prema.
Todo permanece en calma.
Están en el cantero que divide la Avenida Dos, cerca de la cancha de baloncesto y de voleibol. No quieren que la gente de Orestes en el albergue los descubra y les quiten el cigarro. A sus espaldas hay un terreno que a veces funciona como campo de pelota y en otras ocasiones como cancha de fútbol. Ninguno es amante de los deportes, tampoco buen deportista.
Las calles de la escuela están vacías. Ellos no creen que están haciendo nada indebido. Ni siquiera llegan a pensarlo.
Después del cigarro, cada uno quiere irse para su albergue. Sobre sus cabezas el cielo negro acaricia las ramas de los pinos.
(La novela Ángeles desamparados, ha tenido tres ediciones: Ediciones Bayamo, Cuba, 2001; Editorial El Barco Ebrio, España, 2012; y Editorial Puente a la Vista y Neo Club Ediciones, Estados Unidos, 2016.)