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Comunicación | Los alemanes y la lengua española

"Ha sido un doctor alemán —esto es: un Doktor— quien le ha puesto el cascabel al gato en uno de los intríngulis más resabiados del idioma español".

Teclado
Imagen: Pixabay

Para gran vergüenza de los lingüistas, de los fonetistas, de los filólogos y de los gramáticos (aunque no de nosotros, los epigramáticos), ha sido un doctor alemán —esto es: un Doktor—, promovido en una disciplina tan alejada de todos ellos como es la investigación de mercados, quien le ha puesto el cascabel al gato en uno de los intríngulis más resabiados del idioma español. No de otro modo cabe valorar su irrefutable afirmación en una publicación regular, en Colonia, Alemania, que traduzco ad pedem litterae: "El español castellano [...] significa un problema para Argentina (y desde luego para el resto de Hispanoamérica). El dialecto de la potencia colonial de antaño no es apto para los países del Nuevo Mundo".

Por mucho que mi memoria bucea en las abisales profundidades de la Historia, no encuentro parangón posible al sensacional descubrimiento de este Doktor, a no ser recordando el egregio nombre de Copérnico. Sí, no vacilemos en homologarlo así: con esta inversión copernicana de los términos, el investigador alemán finiquita cualquier género de discusión acerca del idioma que hablan los españoles: ¡es un dialecto del que hablan los hispanoamericanos!

Era tan sencilla la solución, como todas las soluciones geniales, que estaba ahí, al alcance de todo el mundo, y sólo los lingüistas, los fonetistas, los filólogos y los gramáticos e hispanistas españoles e hispanoamericanos la habían pasado por alto. Tenía que ser un Doktor —esto es: un doctor alemán— quien sacase el conejo del sombrero y, para mayor mérito suyo, hacerlo sin saber más castellano que el elemental para comprar carretes de diapositivas: "Buenos días". 

No es que le falten contradictores al Doktor, no. El lingüista canario-germano Julius Miller aventuró la hipótesis de un absoluto black out del supracitado Doktor: "Porque si lo que se habla en la Península es un dialecto del español, ¿cuál es entonces el idioma matriz? No podría ser otro sino el que se habla en la América hispana, y ello nos llevaría de nuevo a la cuadratura del círculo y, sobre todo, al eternamente irresoluble dilema agropecuario de qué fue antes, si el güevo o la gallina".

Los fonetistas, por su parte, reinciden en la imaginería zoológica y entienden que el Doktor confunde las churras con las merinas. Por supuesto que este idioma, dicen ellos, tal como es pronunciado por los habitantes del Estado Español, le resulta un tanto repelente a los del Nuevo Mundo: su repertorio incluye demaciadas ces y un exzezo de zetas. Pero de ahí a inferir que, por ello mismo, se trata de un dialecto, es como si se dijese que el inglés de Inglaterra es un dialecto del que se habla en los Estados Unidos, o que el francés de la douce France es un dialecto del quebecois o del créole.

Mi modesta y objetiva opinión, asimismo epigramática, es que ni tanto ni tan calvo.

No faltan filósofos del lenguaje que, tocados en su amor propio, arguyen lo siguiente: "El Doktor es un epígono de los doctrinarios indigenistas de brocha gorda de Berkeley. Aceptar su tesis (¡y al reducir a tesis el descubrimiento epocal del Doktor comienza ya la rebaja del Tío Paco!) sería algo así como figurarse que hubiese sido Moctezuma quien descubrió España, y que al cabo de cinco siglos se dijese que el náhuatl platicado en México es un dialecto del hablado en Madrid".

Mi modesta y objetiva opinión, asimismo epigramática, es que ni tanto ni tan calvo, y que lo que se percibe como común denominador en todas las opiniones apuntadas, sálvese quien pueda, no es otra cosa que la más cochina de las envidias. Ahí es nada, dejarle a un alemán, por muy Doktor que sea, la gloria de haber desentrañado uno de los arcanos más inextricables del idioma hispanoamericano, la noble lengua de Cerborges.

Pero ojalá fuese esta la única ocasión en que he podido constatar que la sabiondez alemana no se limita a la “academia”. Contaré un caso que conozco de primera agua.

Mi mujer es una persona muy singular y cuya polifacética actividad me sorprendió casi desde que nos conocimos. Hubo unos años en que, además de sucesivamente como esposa, madre y abuela, se desempeñó, que yo sepa, por lo menos en cuatro actividades más: al frente de un grupo muy activo de amnistía internacional, siendo miembro de otro dedicado a la ecología y de un tercero afanado en la tarea que se conoce como pachtwork o bien cosido de retazos –que parece ser toda una ciencia–, y finalmente ocupaba las mañanas de los martes con un cuarto grupo donde se practicaban la gimnasia corporal, la euritmia y una de esas artes filosófico-esotérico-boxísticas (boxeando contra la propia sombra) que nos llegaron del Lejanísimo Oriente y que se llama tai chi.

Pues bien: en este último grupo de los martes había una muy grande afición por la poesía, de modo y manera que con una regularidad que ya la quisiéramos en nuestras latitudes, estas mujeres organizaban lecturas entre ellas, donde cada una acudía con un poema de su elección y lo recitaba, y luego conversaban, discutían, hablaban de poesía, de cuáles son los sentimientos e ideas que esos poemas les provocaron. Como es lógico, mi mujer solía recurrir a mi biblioteca, y aún más a mi memoria, al tratar de seleccionar un poema para esas veladas. Como también es lógico, yo siempre le recomendé poesías de nuestro idioma, para lo cual era conditio sine qua non que debían estar ya traducidas al alemán.

Cierta vez le aconsejé un poema de Antonio Machado incluido entre los Proverbios y cantares de una de sus obras maestras: "Campos de Castilla". Es un poema que todos nos sabemos de memoria, pero que siempre es muy hermoso volverlo a leer: "Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar".

Cuál no sería la sorpresa de mi mujer cuando una de sus amigas del grupo, que chapurrea un poco de español, la corrigió al final de la lectura con el dedo en alto: “No se dice estelas sino estrellas”. Tampoco necesito decirles que mi mujer no chapurrea el castellano sino que lo habla bastante fluido desde los nueve meses que vivimos en Argentina hace 55 años y lo que ha practicado en los casi 58 años de convivencia conmigo y de trato continuo con mi familia y con nuestros amigos españoles y latinoamericanos.

Confieso que el mío es un escepticismo casi patológico, pero no me lo creo.

Así es que, suavemente, como es de buen carácter, le explicó a su amiga (quien se quería lucir ante el resto del grupo con sus conocimientos del idioma español) que si el texto dice “estrellas” hay que leer “estrellas” pero que si el texto dice“estelas” hay que leer “estelas”, y la puso en autos acerca de la diferencia entre un cuerpo sideral y la huella, señal o rastro que determinados cuerpos no necesariamente siderales dejan a su paso.

Cuando, a su regreso a casa la noche de ese martes, me contó lo que había sucedido, una vez más volví a sentir el miedo que suele asaltarme cada vez que un extranjero que se las da de saber mi idioma, y con quien acabo de platicar en él, me asegura que me ha entendido todo, perfectamente. Por lo general, no me lo creo. Confieso que el mío es un escepticismo casi patológico, pero no me lo creo.

La noche que les cuento estuve tentado de proponerle a mi mujer que el próximo martes literario les recitase a sus amigas otro poema inolvidable de Machado, de esos mismos Proverbios y cantares: "Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos, / de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos... / Y entre los dos misterios está el enigma grave; / tres arcas cierra una desconocida llave. / La luz nada ilumina y el sabio nada enseña. / ¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?"

Estoy completamente convencido de que la misma marisabidilla que la vez anterior le corrigió su lectura, también en esta ocasión levantaría el dedo para sentenciar: “No se dice peña, sino pena”. Y ahí tendría que volver mi mujer a explicarle que no es lo mismo una “pena” que una “peña”, como tampoco es lo mismo una “cana” que una “caña”, ni una “cuna” que una “cuña”, y otros ejemplos más, uno de los cuales —relacionado por partida doble con la geometría y con la anatomía del cuerpo femenino— me lo callo por respeto a la moral y las buenas costumbres.

Ricardo Bada

Ricardo Bada

(Huelva, España, 1939). Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (conferencias, Huelva 1998), Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, Madrid 2000), Limeri de Bueno Saire (poesía nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) y El canto XXV (novela corta, Copenhague 2019). Su ópera breve La serenata de Altisidora (partitura de David Graham) se estrenó en  el Festival de Camagüey del año 2000.

Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea, Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua] (Colonia 1981), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, Madrid 1991), y en Bolivia de la única antología integral en español de Heinrich Böll (Don Enrique, La Paz, 1995). 

Ha sido y en varios casos sigue siendo colaborador regular del Centro Virtual Cervantes, Revista de Libros, Revista de Occidente, Vasos Comunicantes, Pérgola, ABC y Cuadernos Hispanoamericanos (España), Nexos, La Jornada Semanal y SoHo (México), El Espectador, El Malpensante y SoHo (Colombia), El País (Uruguay), Etiqueta Negra (Perú), Aurora Boreal (Dinamarca), Amsterdam Sur (Ámsterdam), La Nación y SoHo (Costa Rica) y La Opinión (Los Ángeles/California). Mantiene, además, desde noviembre 2009 la publicación semanal de su Diario en un blog del espacio MientrasTanto de la revista Fronterad (Madrid): https://www.fronterad.com/

Republicano y agnóstico, convicto y confeso, fue nombrado paradójicamente caballero de la Orden de Isabel la Católica, y padece –no menos paradójicamente– una curiosa  dolencia llamada sacralización. Tan luego él...

Comentarios:


mcjaramillo (no verificado) | Mié, 06/04/2022 - 01:02

Celebrando tu ironía, voy a leer un poquito antes de irme a dormir, en nuestro amado dialecto.
Buenas noches.

Santiago Martí… (no verificado) | Mié, 06/04/2022 - 12:01

Hace unos años, en uno de esos viajes turísticos por el Rin (viajes que Bada se empeña en considerar aburridos, pero en los que paras de ir y venir), llegamos a Baden-Baden y nos sirvió de guía una joven mexicana. En algún momento dijo platicar, y se lo reprochó una de las brujas del lado borrego de los excursionistas. Y añadió: “¿aún hablas así, cuánto tiempo llevas viviendo aquí?” Habría que preguntarse: así, cómo, acaso platicar no es hablar, conversar; aquí, dónde, en Baden-Baden. Es notorio que la gente más inculta es la que cree que el idioma español es solo de España, y que los demás han de someterse. Es lo que se llama ser un paleto. Entre las gentes de inglés nativo, a un lado u otro del océano, los paletos abundan, ¿sabían? Intervine y corregí, y trataba de no parecer tan pedante como suelo: “señora, el español que se habla en México y en Colombia es más bello que el de España”. Sabemos que gente que da patadas al diccionario las hay en todas partes, así que ya se sabe lo que uno quiere decir. La joven, para fingir que no se sentía herida, dijo: “bueno, ustedes nos dieron la civilización”. Me quedé traspuesto. Le dije, sin poder razonar nada, y además aquello era turismo, no discusión peripatética: “No diga usted eso, por favor”. Y no es que me crea todita la leyenda negra, pero ¡caramba! A ver, traduzcan ustedes: “Berretines que tengo con los pingos, metejones de todos los domingos…” Pero es otra cosa, lo burrero y lo lunfa son especialidades lingüísticas muy locales, incluso históricas, esto es, sin necesidad de futuro.

Ricardo Bada (no verificado) | Mié, 06/04/2022 - 21:50

Gracias por leerme y comentar, querido Santi, y a decir verdad yo no creo que el idioma castellano que se habla en México y en Colombia sea más bello que el que se habla en España. ¿Qué es más bello: el canto del ruiseñor o el del sinsonte? ¿qué vuelo es más bello, el de las majestuosas urracas, esos Concordes de la Ornitología, o el de los prodigiosos colibríes, los hambrientos helicóperos de la misma escudería? Yo sencillamente creo que cada uno de los castellanos de América tiene su belleza propia, como la tiene el de España.La fonética hispanoamericana, idéntica pese a los diferentes acentos por país, es la hija predilecta de la fonética andaluza. Pero el léxico súper enriquecedor del idioma, ese es 100% aborigen, incluso cuando usa la misma palabra que en la península. Una vez un español ganó el premio mayor de la lotería chilena y los titulares de los diarios santiagueños rezaban UN ESPAÑOL SE SACÓ LA POLLA. Excuso decirte que no creo que exista una sola rioplatense que se llame Conchita. Y si se te antoja comer papaya en La Habana, lo mejor en que encargues una frutabomba. Personalmente, el verbo "platicar" fue la ganzúa mágica que me abrió las puertas del palique con Juan Rulfo, cuando me negó una entrevista que le pedí, en Las Palmas de Gran Canaria, mayo 1979. "¿Pero platicar, maestro, sí podemos?" Y tanto que pudimos...

Graciela Fernández (no verificado) | Mié, 06/04/2022 - 22:26

Ay, eso de estrellas en la mar me mató... Pero te digo que no hace falta ser extranjero para interpretar mal nuestro idioma. El vocabulario que se maneja en la vida diaria es cada vez más acotado, entonces, no me sorprendería que dentro de poco haya quienes nacidos y criados hablando en español (o latiñol, como para dejar a todos conformes) no sepan la diferencia entre la ñ y la n, como ocurre, de hecho, con las tildes. Papá no es el papa ni es una papa. Mamá y una mama son cosas distintas. Pero tenés que adivinar por el contexto lo que han querido decir, porque no te ponen un acento...

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