A medida que nos alejamos del 11J las cosas en Cuba parecen regresar a su abismal apatía. Las soluciones, al uso allí, vuelven a ser la espantada al extranjero o al interior callado del ciudadano que sufre.
Ambos periplos se vuelven cada vez más tenebrosos. Las olas de migrantes cubanos en las fronteras no cesan ni disminuyen en volumen ni riesgo; los presidios internos tampoco.
Hay que ser muy valiente para permanecer o salir de un país de esa manera. A mí nadie puede decirme, después del 11J y leyendo las noticias, que el cubano es pusilánime. Vivir dentro o fuera de Cuba, como gente normal, requiere una osadía tremenda.
Los activistas han mantenido, a duras penas, el aliento. Se llama sacrificio con temeridad y debe ser registrado y denunciada la represión imperante; esa que se apoya en vilezas judiciales cada vez más severas y en el concepto ultra-distópico de cárcel para todos.
Organizando papeles sobre lo publicado a raíz del 11J di con unas rimas que escribí, pero no publiqué en su momento, porque el aluvión de sucesos gravísimos a referir era grande. Y prioricé otros temas.
¡Ramiro, eres un asesino! ¡Ramiro, nos están matando de hambre! ¡Nos dan golpes, Ramiro!
El poema de marras describe la visita de Ramiro Valdés a Palma Soriano y el rechazo de un pueblo hambriento y golpeado que le grita "¡Ramiro, eres un asesino! ¡Ramiro, nos están matando de hambre! ¡Nos dan golpes, Ramiro! !¡Habla con el pueblo!"
Las palabras viajan del insulto al lamento, al ruego. El pueblo-niño abandonado por papá-gobierno se rebela. Y patalea y se caga en la misma cuna de la revolución, si es necesario.
Puede verse todavía el vídeo en YouTube. Las evidencias son indiscutibles, las voces claras, las imágenes verdaderas.
Valdés era uno de los más temidos comandantes de la revolución, o lo es cuando aparece. Va protegido por varios guardaespaldas musculosos. Su voz no se escucha. Es como un cómico silente. Como uno de esos policías verdosos que perseguían a Chaplin con una tonfa los domingos. La mascarilla blanca no le disimula los pellejos del cuello. Sus manos se muestran espasmódicas. Todo él es un viejo chocho, muy penco, muy gallina, muy decrépito, muy breve, que manotea un poquito y, cuando la cosa se pone fea, desaparece.
Luego la página del gobierno de Palma Soriano hace de todo por cambiar el relato, con la enmienda mentirosa de una plana fingida para la noticia. En foto borrosa un Ramiro Valdés pequeño, retaco, pulgarcito, posa con jóvenes y banderas.
Ya para entonces, se inventan el respaldo del pueblo palmero. Eso escriben. Que el pueblo palmero aclamó a Ramiro. Y, como por arte de magia, surgió la ovación de la inmensa mayoría de personas.
Como por arte de magia surgió la ovación. Eso pone el medio oficial para cerrar la crónica del que salió pitando.
Weyler en Palma Soriano
Weyler era mi apellido
y mi nombre Valeriano.
Reencarné y fui transferido
a viejo en Palma Soriano.
Sé que masacré al cubano
con hambre e inanición.
Pero, espero, note alguno
que vuestra `Revolución´
es mi Reconcentración
en el siglo veintiuno.
Él es Valdés de apellido,
con rango de comandante.
Se apareció, muy campante,
sin siquiera haber olido
que le esperaba un desplante.
El pobre pueblo de Palma
al verlo perdió la calma
y, en medio de la pandemia,
gritó con toda su anemia,
gritó con toda su alma.
Palma se autoconcentró
por desprecio al asesino.
Y el cobarde que llegó
se tuvo que ir como vino.
Su Valdés me recordó
a un mambí llamado Elpidio
—cojonudo hasta el fastidio,
tan guapo como cortés—.
Mas, dudo que este Valdés,
con lo gallina que es,
sea familia de Elpidio.