El diez de octubre de 1868, el hacendado bayamés Carlos Manuel de Céspedes comenzó la primera guerra de independencia en Cuba y el proceso para librarnos por las malas de la madre patria no tuvo vuelta atrás. Sin embargo, el 31 de octubre de 2007 es aprobada por el Congreso de los Diputados de España la Ley 52/2007, conocida como Ley de Memoria Histórica, la cual incluye como disposición adicional la nacionalidad española para hijos y nietos de exiliados.
Cualquiera pensaría que, después de expulsar al “feroz ibero” de nuestro archipiélago, hasta asco le cogeríamos al turrón de Alicante. Pero no, resulta que, si la Ley de Memoria Histórica hubiera dispuesto la entrega de la nacionalidad española hasta los bichoznos o un poco más abajo en la línea de parentesco, el gentilicio cubano hubiera pasado a la historia tan rápido como fueran capaces de trabajar las oficinas consulares españolas.
Claro, si leemos la cotidianidad idílica de la colonia, descrita por Jegor Von Sivers en La vida cotidiana de La Habana, tendríamos que cuestionar los horrores coloniales que nos enseñan los libros de historia que estudiamos en la escuela y hasta entenderíamos la compulsión de los cubanos por convertirse en súbditos españoles. Se nostalgiaba un estado de felicidad tropical difícilmente comprendido por nosotros hoy.
Los nacidos en los primeros años de la república, recién comenzado el siglo XX, contaron a sus nietos y bisnietos que, pese a lo arduo de la vida en un país recién liberado de su metrópoli y en plena construcción aún, se podía almorzar con veinte centavos, por difícil que resultara conseguirlos.
En la memoria de nuestros mayores vive una sociedad amante del buen vestir, con valores cívicos y religiosos que no sobrevivieron a las últimas décadas del siglo anterior, con una educación que cedió espacio a la instrucción adquirida por sus hijos y nietos, y una abundancia material que nunca más volvieron a ver.
Mi abuelo, un pobre jornalero de entonces, solía decir que en aquellos años solo el vago pasaba hambre. Digan lo que digan libros de texto, ideólogos del Partido e historiadores, muchos de los pertenecientes a esa generación se recuerdan felices.
Pero el proceso independentista no podía quedarse en expulsar al imperio español de nuestro archipiélago, teníamos que librarnos hasta de la última compañía norteamericana antes de entregarle el país a los soviéticos...
Pero el proceso independentista no podía quedarse en expulsar al imperio español de nuestro archipiélago, teníamos que librarnos hasta de la última compañía norteamericana antes de entregarle el país a los soviéticos, quienes, además de cohetes nucleares e ideología socialista, llenaron nuestras librerías de excelente literatura rusa y soviética; nuestros mercados, de productos del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME); nuestras calles, de ladas y moskovitchs; nuestros cines, con películas de La Gran Guerra Patria, y ganar la Emulación Socialista se convirtió en el sentido de la vida de casi todo cubano.
En esos años el respetable “señor” se convirtió en el camaraderil “compañero”, las señoras y señoritas en “federadas”, los niños en “pioneros” y todos nos llamábamos con orgullo “cederistas”.
Construíamos el socialismo, hombro con hombro; el campesino junto al obrero, guiados por los intelectuales, siempre bajo el liderazgo certero del infalible Comandante en Jefe. Pero un accidente histórico dejó a Cuba sin economía, sin mercados, sin CAME, sin protector y por poco sin ideología: la URSS dejó de ser socialista y luego se desintegró. El hecho dejó a los cubanos con la boca abierta y sin motivos para cerrarla, porque tampoco quedó mucho para comer.
...hemos tratado de rescatar aquellas recetas de bistec de frazada de piso y picadillo de cáscara de plátano, para descubrir con dolor que ahora no es tan sencillo conseguir frazadas de pisos y comprar plátanos requiere entrenamiento marcial.
Durante los primeros años del siglo XXI, mientras convivimos con tres monedas diferentes, complicados mecanismos de cambio, una brumosa economía socialista, vimos al país llenarse de turistas y asistimos inseguros al fin de la era de Fidel, solíamos recordar con horror los años de lo que se llamó Período Especial. Sin embargo, poco después hemos tratado de rescatar aquellas recetas de bistec de frazada de piso y picadillo de cáscara de plátano, para descubrir con dolor que ahora no es tan sencillo conseguir frazadas de pisos y comprar plátanos requiere entrenamiento marcial. No son pocos los que ya han comenzado a creer que el Período Especial no es lo peor que pudo pasarnos y que, después de todo, no fue tan malo nada.
Hoy, mientras tratamos de que nos entre en la cabeza que “la belleza está en lo retador de las situaciones”, el mantra del nuevo presidente, y luchamos por salir vivos de la primera pandemia del siglo, caminamos por nuestras calles vigiladas por las fuerzas del orden interior, sus colaboradores civiles y el ejército, pasamos de largo por los mercados vacíos y nos detenemos frente a las vidrieras de tiendas llenas de productos que han podido burlar el criminal bloqueo yanqui y llegar hasta ellas, y, si no tenemos dólares, nadie nos impide que miremos cómo, quienes gracias a familiares emigrados sí tienen, compran.
Por primera vez el campesino cubano puede adquirir un tractor. Un equipo que será de su propiedad por el precio de 27 000 dólares americanos.
Por primera vez el campesino cubano puede adquirir un tractor. Un equipo que será de su propiedad por el precio de 27 000 dólares americanos. El ganadero adquiere también cierta independencia: podrá comerciar libremente la carne y la leche de sus animales luego del cumplimiento de sus compromisos estatales, claro, en los mercados establecidos y con los precios aprobados, siempre que no merme la masa ganadera. Además, el estado lo proveerá de alimento para sus animales, por 395.85 dólares la tonelada.
También para el agricultor exitoso hay ventajas. No pensemos en el precio actual del agua y la corriente, miremos que el productor se queda con el cien por ciento de la liquidez de la venta en moneda libremente convertible de productos que serán pagados desde el extranjero, para parientes o amistades en Cuba.
Ahora vemos horrorizados estos cambios y nos parece terrible ver cómo el muro del dólar se levanta cada vez más alto alrededor de los ciudadanos en moneda nacional, pero, si miramos atrás, veremos que siempre estuvimos un poquito mejor y las cosas todavía pueden empeorar. Así que, es posible que seamos felices y aún no lo sepamos.