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Presos políticos | Los presos políticos de Nicaragua: liberados/desterrados y con gran potencial político

Análisis de la situación política en Nicaragua a partir de la reciente liberación y destierro de más de 200 presos de conciencia en el país latinoamericano.

Personas manifestándose alzan un cartel por la libertad de los presos políticos en Nicaragua.
Personas manifestándose por la libertad de los presos políticos en Nicaragua. | Imagen: Infobae

La mañana del 9 de febrero un rumor, que de celular en celular devino estruendo, estremeció las redes sociales: 222 presos políticos nicaragüenses estaban viajando en un vuelo chárter rumbo a Washington D.C., recién liberados y desterrados ―una de cal y otra de arena― por el régimen que hasta entonces los había encarcelado arbitrariamente y en condiciones diseñadas para minar su salud y quebrantar su voluntad. Los tiempos de confinamiento oscilan entre los casi cuatro años del activista monimboseño Edward Lacayo “La loba feroz”, detenido el 14 de marzo de 2019, y los dos meses y medio del analista político Óscar René Vargas, examigo íntimo de Daniel Ortega y exmilitante sandinista que medio siglo atrás lo libró de una muerte segura al salvarlo de una redada de la Guardia Nacional de Anastasio Somoza.

Las redes sociales estaban henchidas de especulaciones ansiosas por desentrañar los motivos y avizorar el impacto de un acto desde siempre estimado como un escenario del futuro posible, pero que esa mañana nos tomó por sorpresa. Se ha dicho que Ortega quiere arrebatarles la principal bandera de lucha a los activistas por los derechos humanos: los presos políticos, la herida abierta y supurante de Nicaragua, el abuso que generaba más solidaridad incluso entre regímenes de izquierda, con la excepción de los miembros del ahora muy mermado club ALBA y de Andrés Manuel López Obrador, dispuestos a justificar los comportamientos más infames. Ortega calcula que Nicaragua dejará de ser noticia y que muchos supondrán que hubo un retorno a alguna normalidad. Si todo sale como Ortega lo planea, este paso será el primero de una andadura rumbo al levantamiento de las sanciones que el gobierno estadounidense y la Unión Europea han aplicado a la administración orteguista y a sus principales secuaces.

Es posible que este acto haya sido todo eso y más, y que tenga, como tanto en la política y en la vida en general, un sabor agridulce. Pero en esa lucha que Dora María Téllez definió con mucho acierto como una guerra de resistencias, esa liberación es un triunfo de quienes pudieron resistir más que Ortega. En esta batalla venció la lucha cívica y el coraje de quienes salieron a pecho descubierto a enfrentar los fusiles. Los cuerpos macerados se sobrepusieron a los castigos y pudo más el bálsamo de la solidaridad aplicado por manos amigas que los golpes propinados con puño de hierro. Por añadidura, la liberación es un reconocimiento implícito de que son presos políticos y no delincuentes, narcotraficantes, lavadores de dólares, perpetradores de crímenes de odio y traidores a la patria, como sentenciaron los tribunales que colocan una toga leguleya sobre los más extravagantes caprichos de la pareja gobernante.

Este acto no fue un hecho improvisado ni aislado. La decisión debió ser tomada a finales de 2022, habida cuenta de que las personas encarceladas recibieron desde diciembre de ese año un inusitado e inexplicable mejor trato, y por eso algunos no salieron tan demacrados como habían estado debido a la mala alimentación, las celdas oscuras y otras condiciones desgastantes. Ortega y Murillo no querían que los cuerpos enviaran un mensaje preverbal que hubiera sido más contundente que todos discursos. El hecho de que todos los desterrados recibieran flamantes pasaportes nuevos, una vigencia de diez años, también nos habla de un operativo planificado en todos sus detalles.

Retratos de algunos de los principales presos políticos en Nicaragua.
Retratos de algunos de los principales presos políticos en Nicaragua. | Imagen: Infobae

Ese ligero ablandamiento, que estuvo muy lejos de cumplir las Reglas de Mandela, coincidió con una cadena de detenciones de altos comisionados de la Policía Nacional que estuvieron al frente del trabajo sucio de la represión y tienen las manos empapadas en sangre. Como quisieron también empaparlas en dólares, alrededor de cinco comisionados fueron retirados de sus cargos y detenidos en la misma penitenciaría donde estuvieron algunos de los presos políticos, el emblemático nuevo Chipote, como se le conoce coloquialmente. Es obvio que la corrupción alegada no es más que la ocasión que la pareja gobernante caza al vuelo para sacarlos del juego y algo más. Si en verdad quisieran limpiar a su régimen de todos los cleptómanos que lo corroen, tendrían que competir con las tasas de reclusos de Nayib Bukele en El Salvador. Esos comisionados estaban atareados en raterías, si las comparamos con las enormes acumulaciones “originarias” que están teniendo lugar en este momento.

¿Cuál es ese “algo más”? Puede ser un proceso de cambio en cuyo cuarto o quinto acto ―siendo la liberación de los presos el primero― la corona bicéfala echaría a rodar varias cabezas para ponerse a salvo mediante la atribución de los crímenes de lesa humanidad a excesos de sus lugartenientes. Ortega podría estar aplicando una variante de la estrategia de Stalin, que mandó apresar y ejecutar a Guénrij Yagoda y Nikolái Yezhov, después de que hubieran sido sus principales mastines, ejecutores de masacres y purgas. Quizás Ortega quiere cambiar todo para que nada cambie. No es posible decirlo con certeza. Los pocos movimientos en esa dirección son todavía un pobre indicio. Sin embargo, queda esa hipótesis flotando y nutriéndose de un ambiente donde es cada día más peligroso ser o haber sido un esbirro del régimen que un opositor de toda la vida. Los altos funcionarios estatales no pueden salir del país sin la venia directa de Ortega y Murillo.

La liberación de los rehenes políticos tampoco fue un acto aislado del contexto internacional. Ortega vio abrirse una ventana de oportunidad en el levantamiento de algunas sanciones de Estados Unidos a Venezuela, un giro que incluye la autorización a Chevron para que negocie la comercialización de petróleo venezolano. Las expectativas de Ortega son desproporcionadas, porque Nicaragua no ha sido sometida a un bloqueo semejante: Estados Unidos sigue siendo el mayor comprador de los dos principales productos de exportación de Nicaragua, el oro y la carne de bovino. Pero puede ser la expectativa de un desesperado, de quien sabe que la pelota está en su cancha y no sabe hacia dónde chutar.

El gran problema para Ortega es la explicación de ese acto. No podía presentarlo como un acto humanitario y magnánimo después de todo el circo judicial, las graves acusaciones y las severas sentencias condenatorias. Perdonar semejantes crímenes no calza con su personaje. Tampoco podía presentarlo como lo que es ―ceder ante la presión internaciona―- porque el tema del ejercicio de la soberanía es el estribillo de todos sus discursos y la base de las justificaciones de todos los políticos extranjeros que defienden su régimen. Optó por presentarlo como una medida punitiva, espontánea y unilateral, dejando aún más perplejas a sus bases que si hubiera dicho que los liberaba para no mantenerlos a costillas del erario público o porque el espíritu de Sai Baba así se lo pidió. Para ratificar la ficción del ejercicio de la soberanía Ortega dijo que no lo hacían a cambio del levantamiento de las sanciones, que no esperaban nada a cambio y que esos ciudadanos no podrían ejercer cargos públicos a perpetuidad (al día siguiente los diputados reformaron la constitución para privar de la ciudadanía a todos los acusados de “traición a la patria”).

Todo esto lo dijo en la comparecencia de la tarde que tuvo esa finalidad explicativa y también la de limpiar, fijar y dar esplendor a la imagen de su consorte Rosario Murillo. El comandante necesitaba darle el crédito a su esposa porque la liberación sin duda sería interpretada como el primer fruto de una visita que él le hizo en diciembre a su hermano Humberto Ortega, con quien no había tenido contacto alguno en varios años y a quien Murillo nunca pudo digerir. Esa visita desató los rumores: Daniel busca el consejo de Humberto. Los rumores se acentuaron cuando pocos días después Ortega y Murillo protagonizaron un altercado en público minutos antes de una ceremonia oficial y Murillo se regresó a su bunker y por primera vez en dieciséis años no acompañó a su marido en el podio.

Por eso Ortega dijo y reiteró con énfasis que la idea de enviar ese paquete de prisioneros a los Estados Unidos se le había ocurrido a ella y solo a ella, y que después juntos se la propusieron al embajador de los Estados Unidos en Nicaragua para determinar si ese país estaba dispuesto a recibirlos y para definir los detalles prácticos del traslado. El lavado de imagen tuvo su clímax con la declaración de que Murillo no es vicepresidente sino cogobernante. Acto seguido, Ortega alzó el báculo y ordenó al presidente de la Asamblea Nacional que se ocupara de las reformas legales requeridas para que ese título recién acuñado se haga efectivo.

Ortega ha movido las piezas

Hasta el momento parece que solo Ortega ha movido las piezas. No sabemos qué tanto accionar ha tenido el gobierno estadounidense. Pero sí que a la oposición se le ofrece una oportunidad de esas que muy pocas veces se presenta y que deben atrapar por los pelos.

El nutrido grupo de los liberados/desterrados incluye una docena de líderes de partidos y siete excandidatos presidenciales, tres representantes del gremio empresarial y un banquero, tres propietarios de medios de comunicación, un cronista deportivo, más de cinco exmilitantes del Frente Sandinista, tres exfuncionarios públicos que ocuparon las más altas posiciones en el ministerio de Relaciones Exteriores, abogados defensores de presos políticos y decenas de activistas locales, entre otras categorías. Y, por fuera poco, también está un paramilitar orteguista, asesino confeso y militante sandinista, que está medio loco ―o loco y medio― pero que aun así encarna el repudio de la vieja guardia orteguista al remozamiento del Frente Sandinista new age y rosachicha de Rosario Murillo.

Estados Unidos una vez más de perfiló como el melting pot que tradicionalmente ha sido. En ese crisol han mezclaron materia política jubilosa de todo jaez, y por eso vimos, en los abrazos de exreos y quienes llegaron a recibirlos, a la líder campesina Francisca Ramírez junto a la muy rancia familia Holmann Chamorro, a la política comesandinistas Kitty Monterrey junto a varios presos de raíces sandinistas, al sociólogo marxista Óscar René Vargas junto al conservador y viejo zorro de la política Noel Vidaurre, y al excontrarrevolucionario Arturo Cruz y el exguerrillero Víctor Hugo Tinoco. Algunos fueron compañeros de celda.

Tienen ahora la oportunidad de dar un golpe escénico con un mensaje de unidad, superando las viejas rencillas de ideología y trayectoria. Tienen la estatura moral y la variedad para reclamar ser representativos de la oposición a Ortega. Falta que se decidan a invertir ese capital político en industria organizativa. Que la libertad no separe lo que el cautiverio juntó.

José Alcázar

Manos escribiendo sobre un teclado.

(Cuba, 1964). Periodista y escritor radicado en Nicaragua especializado en temas de política regional. Ha colaborado con diversos medios de prensa internacionales.

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