Hace viento, la basura y el mal olor flotan en el aire. El polvo se mete en los ojos. La gente en racimos frente a los establecimientos hacen largas y lentas colas y se tapan la cara para protegerse de la arenilla que el viento trae. La ciudad está desordenada, incómoda.
Hoy caminé mucho entre la pobreza. Un hombre muy viejo me pidió dinero, dice que vive en la calle, que tiene hambre. Otro hombre igual de pobre dice que seguro es para tomar ron; pobreza igual. Estos encuentros ya son habituales.
A este país ya no hay por dónde cogerlo. Cada día podríamos arrancarle un pedazo y hablar de ese pedazo para terminar llenos de rabia y de tristeza. Vivir de lo que pueda ofrecerte un latón de basura es el último peldaño de la sobrevida. Después, lo que queda es morirse.