Pudiera parecer que la muerte de la reina Isabel II de la Gran Bretaña es un acontecimiento histórico algo alejado de la realidad que estamos viviendo en la Isla del Caribe. El tránsito ocurrió, significativamente para nosotros los cubanos, el día 8 de septiembre, Fiesta de la Virgen de la Caridad. He escuchado decir que la Reina del Cielo recibió en su cumpleaños a la Reina más longeva de sus naciones.
El día de su deceso publiqué en mis redes lo que consideré un incompleto resumen de su vida de 96 años y el ejercicio de sus deberes públicos: Ha sido “la más grande estadista del siglo XX. Paradigma de vocación política. Amada por su pueblo, ha sido un símbolo de entrega, integridad, servicio público, autoridad moral y garantía de estabilidad. Reinó por 70 años en los que supo servir a su gran país y a la Mancomunidad de Naciones hasta el último día de su vida como lo prometió”.
Hoy quisiera reflexionar sobre dos de los aspectos de la vida de Isabel II en los que coinciden la inmensa mayoría de los que han escrito sobre ella alrededor del mundo, y que considero paradigmáticos para nosotros los cubanos: su sentido del deber y la perseverancia con que lo supo cumplir hasta el último día de su existencia.
El sentido del deber
Tener sentido del deber significa tomar conciencia de que hay obligaciones que hemos adquirido por razones familiares, sociales, económicas, políticas y religiosas, que debemos cumplir con total responsabilidad y eficacia. Cumplir los deberes es señal de virtud personal y de capacidad para vivir en civilizada convivencia. Con frecuencia los padres y maestros olvidamos que unos de los componentes más decisivos en la educación de los pequeños es enseñarlos a respetar y cumplir satisfactoriamente sus deberes. De educar para los deberes tanto como para los derechos, depende la formación cívica de los ciudadanos.
"En Cuba se ha confundido el recto y justo cumplimiento de los deberes con el sometimiento a una ideología. Ninguna ideología es un deber (...) Las ideologías son opciones libres no deberes cívicos"
Cultivar el sentido del deber en familia es una de las mejores herencias que los padres y abuelos debemos regalar a nuestros descendientes. En Cuba se ha confundido el recto y justo cumplimiento de los deberes con el sometimiento a una ideología. Ninguna ideología es un deber. Las ideologías son opciones libres no deberes cívicos. Distinguir el deber de las opciones es fundamental en la educación de los hijos. Eso comienza por hacer las tareas familiares y escolares con puntualidad, dedicación, calidad y alegría del deber cumplido. Los deberes familiares no solo son prioritarios sino sagrados e inviolables.
Cultivar el sentido de los deberes sociales, que no hay que confundir con las campañas o adoctrinamientos ideológicos, es señal de personas decentes y civilizadas. Cuidar la convivencia social, las relaciones de amistad, la decencia en las actitudes, la formalidad en los compromisos adquiridos, evitar la violencia en todos los ambientes, evitar las descalificaciones de los que no piensan o actúan como nosotros, son todas señales del cumplimiento de los deberes cívicos. Cumplir con los deberes ciudadanos es la garantía para asegurar una convivencia ordenada y pacífica en Cuba.
Cultivar los deberes económicos supone, en primer lugar, cumplir con el sagrado deber de trabajar. El trabajo es la única fuente honesta para el sostenimiento económico de la familia y del país. Cumplir con los deberes fiscales pagando los impuestos puntualmente es otra forma de contribuir al bien común. Desgraciadamente en Cuba se ha perdido, en parte, el deber de trabajar. Pareciera que se favorece la vagancia, que el “resolver” (equivalente a robar y desviar recursos) fuera la forma mayoritaria de subsistir. Esos hábitos de conducta son fatales para el futuro de Cuba. Cumplir con los deberes económicos del trabajo y la honestidad es la garantía para la reconstrucción y el progreso de la nación después del cambio.
Cumplir los deberes religiosos, para aquellos que tenemos fe, es también un aporte a la promoción de valores y virtudes para la sanación antropológica y para preservar a la sociedad de vicios y corrupción. Los deberes religiosos, cuando no se desvían hacia actitudes de fanatismo y superstición, no solo enriquecen al ser humano en sus actitudes personales y cívicas, sino que salvan el alma de la nación mediante la promoción de la espiritualidad de sus hijos.
Perseverar hasta el final
Por otra parte, hay otra carencia que crece en el pueblo cubano. Tenemos excelentes iniciativas pero no alcanzamos que sean duraderas y fieles a sus finalidades y métodos. En efecto, el refranero popular lo expresa diciendo: “Los cubanos tenemos excelente perfume pero no tenemos fijador”.
"Ser coherente a lo largo del tiempo es la mejor prueba de la calidad humana"
La convincente experiencia de los años me ha permitido comprobar, más de lo normal, esta triste realidad: la falta de perseverancia en el obrar. Sin embargo, esta falta de voluntad para perseverar puede y debe ser sanada. Uno de los deberes personales más valiosos es ser fiel al propio proyecto de vida. Ser coherente a lo largo del tiempo es la mejor prueba de la calidad humana.
“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap. 2,10)
La perseverancia en el buen obrar es el valor más apreciado en la vida de las personas y en los proyectos que fundamos o en los que participamos. Perseverar es ser fiel a uno mismo y al sentido de nuestra existencia. Perseverar es triunfar. Perseverar es la mejor manera de vivir para los demás. Perseverar es amar hasta el final.
He escogido un versículo del libro del Apocalipsis como sentido y motivación de mi vida. Lo descubrí cuando era un niño de diez años en un recordatorio del Padre Cayetano, el sacerdote a la vera del que me crié y cuya vida pudiera resumirse por el cumplimiento de su deber y la fidelidad a su vocación. En aquella pequeña estampa decía: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap. 2,10).
Aquello se convirtió, en silencio, en un reto para mi adolescencia y juventud. Aquella frase hecha vida en el eterno cura de mi pueblo durante sus 62 años de servicio sacerdotal en Pinar del Río, ha sido un ejemplo y un estímulo para mi vida y mis proyectos. Recuerdo también su infaltable recomendación en cada una de mis confesiones hasta su muerte en 1986: “Mientras más alto sea el edificio de tu vida, más profundos deben ser sus cimientos”.
Cuba necesita que cada cubano cuide y cultive la profundidad de su vida y sus proyectos, el cumplimiento de sus deberes y la perseverancia hasta el final.
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