Hijo de Julia a quien mi abuelo
le escondía una papa bajo el lecho
por aliñar con bromas su limpieza,
Robertico, con sonrisa de nieve,
visiones me encendía cuando niña
volcada al infinito. Por entonces,
yo era la diosa blanca de su infancia.
Su plato favorito: inolvidable
pollo perdido en el jardín.
A poco de adentrarme en el destierro,
campo de antiguas ondas enigmáticas,
cayó preso, por encararse (supe)
a los que tienen negra el alma.
No he sabido más de él,
pero en la duermevela hoy
llegó a la playa de mi amanecer
una maleta azul sobre una balsa.
Ahora estoy escribiendo este poema.
No saber qué se hizo Robertico:
baste este signo del adverso
milagro que se llama desarraigo,
sacro dominio en que extender los frutos.
(Del libro Imaginando la verdad, Ed. Deslinde, Madrid, 2019).