LA CALLE
A José Cabrera Díaz
Cruz infinita...
Multiplicada en cruces hasta encima del mar.
Exprimida... Tostada... Machacada, y,
tirada ante las casas que te escupen de público...
Mártir de piedra y lodo y residuos de impuestos,
serenamente y bocarriba, sientes sobre tu vientre:
Ofensas ribeteadas en negro, de los carretoneros;
lunas de miel con ruedas de azahares gastados;
hipocresías bajo los paraguas insomnes,
enlutados y combos, y
políticos fieros, que te llevan impávidos
en sus gruesas carteras...
...No. No cierres los ojos. Míralo todo y calla..
Y, si pudieras, calle, mirar por la ventana de
esa casa... o de aquella...
Mas, para qué? Con lo que has visto!
—¡Y con lo que verás!—
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...Allá en la madrugada...
Cuando el sereno guarda su voz de hostil madera,
te dice el poste extático de la esquina
el eterno “¡Al fin solos...!”
Y tú, confiada y dócil, le cuentas tus anhelos...
Le hablas de los bosques que soñaste alimentar
en tu tierra sin piedras;
de las aves que creíste fecundarían en cantos
tus rizos de rocío y de verdor...
Y, hoy no puedes ver sino a tus árboles creciendo
para abajo,
y tu polvo inundando todos los lugares...
Pobre hermana calle!
Encadenada! Vigilada! Explotada!
Sólo gozas y ríes y te vistes de fiesta
cuando luce en tus piedras la piel de los tiranos...
(En el libro Cantos y rumbos, Talleres Tipográficos
Gutemberg, Ciego de Ávila, 1939)
A JOSÉ CABRERA DÍAZ
Allí;
donde la tierra es alma y el suspiro una letra,
siembro una lágrima desnuda
a que enraice junto
a la pared de tu inmortalidad.
Yo;
en el centro de todos y encima de mí mismo,
abro todas las salidas a mis voces inéditas
para que se arrodillen
y,
para que sientan y aprendan
y se acostumbren
a llevarte por todos los momentos
como una estrella clavada en los ejemplos.
En esa muerte limpia que te llevas contigo
y en esta vida larga de cosechas que dejas,
ha de tener la luz su rayo más purísimo
para esparcir las vidas de los soles que hacen brotar
hombres y páginas y rosas y recuerdos.
De voz en voz partida y de lágrima en lágrima,
de lamento en lamento y de azucenas desgranadas,
ha de hacerse en tu torno ardiente pedestal;
túmulo sempiterno donde repose un astro.
Así, para que no falte,
para que por sobre de mi más ancha herida
tenga reflejo eterno mi angustia de metal y papel
y corazón cortado,
aquí, sencillamente, mi simiente de sol
al lado de tu augusta sonrisa mutilada;
como una flor cautiva entre dos olas rígidas
de tu mar sin orillas.
En Ciego de Ávila a 10 de agosto de 1939.
(En Cúspide, agosto de 1939)
TIERRA COLORADA
Tierra de mi tierra
en Ceballos o en Jagüeyal...
Colorada en arterias violentas,
con sol y tinta de aguas rojas.
Roja en naranjas y cañas,
en plátanos y piñas.
Ella,
la firme:
la que mordía los pantalones del príncipe Ruspoli
y teñía de bandera proletaria
las rodillas españolas de los Fortines de la Trocha.
Tierra de mi tierra que explotó quien la odiaba
por su color de rebeldía,
por la huella en sus ropas
que le encendía el recuerdo de sus crímenes
con la marca de su fiera sangre.
Tierra colorada de Ceballos o Jagüeyal,
entera y sacudida,
explotada y rebelde,
la que supo esperar...
La que no dio cuartel al miserable
y le marcó bien hondo
su vibrante señal.
Tierra bien querida:
Aquí te van mi Hoz y mi Martillo
como saludo liberado.
Tierra colorada,
bandera permanente de nuestros camaradas
que rompieron los látigos
y te levantan hoy
beso a beso
y
semilla
a
semilla.
(Del cuaderno inédito «La graduación fue el 26»