La claridad pasa del cielo al cristal de tu ventana,
a tus papeles, a los ojos claros.
No es virtud del texto ni cualidad de reflejar colores del iris.
No es la luz bienvenida. La claridad es
la emanación oportunista que te arruga la frente
y que en mi tierra siempre se desborda.
—Cierra la ventana, que entra demasiada claridad.
—¡Tremenda claridad!
—¿Te molesta la claridad?
En las casas de ilustres cubanos raros
—ya lo sabemos—
siempre se ha huido de la claridad.
Los vemos viejos
en aquellos documentales
frente a un lúgubre escritorio
en una mecedora
adentrándose en pasillos sin luz al fondo
cubiertos de libros y papeles
arropados por la maleza que
placenteramente ven crecer
década tras década, mientras afuera,
los jóvenes desmarabuzan campos
y despiertan a la claridad de sus letargos de monstruo
tropical.
Vemos al poeta eternamente vestido de negro
a la anciana adoptar diez gatos negros
al erudito que escapa por un agujero negro
al teatrero apuntarnos con el bastón de ébano del monte
negro
al dueño del tiempo morir con el cabello negro.
Te los imaginas en vampiresco ademán
de cerrar a toda prisa las ventanas
ante el avance de la claridad
que en mi tierra siempre se desborda.
Publicado en Fósiles de lluvia, publicado originalmente por Editorial Betania.