Un grupo de madres cubanas protestan en la calle Monte, en el centro de La Habana, bloqueando el tránsito con cubos vacíos en señal de desesperación por la ausencia prolongada del suministro de agua. En medio de la manifestación, un agente policial intentó retirar uno de los recipientes, pero una de las mujeres se lo arrebató y volvió a colocarlo en la vía, desafiando la represión habitual en la isla.
La escena, grabada por transeúntes y difundida en redes sociales, refleja el creciente malestar de la población ante la crisis de agua en Cuba, un problema que afecta a más de tres millones de personas. Los cortes prolongados se deben al deterioro de las redes hidráulicas, bombas rotas y obras inconclusas que el Estado no logra reparar.
Aunque el régimen culpa a factores externos y a la sequía, la falta de inversión y la mala gestión de décadas han convertido el acceso al agua potable en un drama cotidiano. En barrios enteros, las familias dependen de camiones cisterna, de almacenar la poca agua que reciben cada semana o de comprarla.
Las protestas por agua, cada vez más frecuentes, exponen no solo la crisis de infraestructura, sino también el hartazgo social frente a un Estado incapaz de garantizar lo más básico: el derecho al agua.