En San Miguel del Padrón, un municipio periférico de La Habana, se levanta La Cuevita, considerado el mayor mercado negro de Cuba. En este espacio se consigue casi de todo —alimentos, ropa, electrodomésticos y artículos de primera necesidad—, una alternativa frente a las tiendas estatales desabastecidas o dolarizadas.
La experiencia de recorrer sus pasillos es tan caótica como reveladora. Entre gritos de vendedores que ofrecen sus productos y multitudes cargadas con bolsas, se mezclan la necesidad, la astucia y también la estafa.
Más que un simple mercado, La Cuevita es un retrato descarnado de la economía informal en Cuba. La escasez crónica y la desigualdad empujan a miles de personas a sobrevivir en estas candongas, donde los precios fluctúan al ritmo de la demanda y la precariedad dicta las reglas de intercambio.