En 1988, en el norte de Tailandia, los monjes budistas estaban molestos con el alto grado de deforestación que afectaba al país. En apenas cincuenta años, por la irresponsable explotación de los recursos naturales, Tailandia había pasado de tener una cobertura forestal del 72% a una de 29%. Los bosques eran un entorno especialmente valioso para el budismo, no solo porque en ellos se refugiaban de la vida urbana para meditar y vivir en una relación más armónica con la naturaleza, sino también porque comprendían que la degradación del medioambiente llevaría a la pérdida de incontables formas de vida y al abandono de las ancestrales costumbres de las comunidades rurales.
La tala indiscriminada, la industrialización de la agricultura y el daño a los lugares sagrados habían provocado ya numerosas protestas, tanto de los monjes como de las organizaciones ecologistas. Pero nada de eso parecía detener el avance de la destrucción.
Fue entonces que, en el monasterio de Wat Bogharma, en la provincia Phayao, el venerable Phrakhru Manas Natheepitak tomó la decisión de ordenar al primer árbol monje. Ante el asombro de la aldea, invocó al espíritu del árbol, leyó para él los votos de santidad y ciñó su tronco con la cinta naranja que distingue a los monjes.
El Movimiento Budista Ambiental
Nadie hasta ese día había hecho algo así. Tradicionalmente se reconocía en los árboles, como en el resto de los seres, una existencia espiritual que merecía respeto. Pero esa antigua creencia había mermado mucho desde que en los años sesenta el primer ministro Sarit Thanarat implementara su agenda de desarrollo e industrialización. Sin embargo, la noticia del primer árbol monje pronto se difundió y encontró seguidores en el Movimiento Budista Ambiental, cuyos esfuerzos por la creación de conciencia para proteger el medioambiente apenas despertaban interés entre los campesinos.
La solemnidad de la ceremonia religiosa, el vínculo entre la ecología y el credo ancestral del pueblo, demostró ser un camino más sabio y efectivo. Así, los árboles monjes comenzaron a extenderse por los asolados bosques de Tailandia, imponiendo un límite a la irracional explotación de los recursos naturales.
"La solemnidad de la ceremonia religiosa, el vínculo entre la ecología y el credo ancestral del pueblo, demostró ser un camino más sabio y efectivo. Así, los árboles monjes comenzaron a extenderse."
En 1997, cuando los monjes se enfrentaron a la corporación que fabricaba la hidroeléctrica de Kukule y ordenaron a una araucaria gigante que esa empresa quería talar, la noticia llegó a oídos del rey Rama IX, quien le otorgó reconocimiento oficial a los árboles monjes y exhortó a ordenar cincuenta millones de árboles para celebrar sus cincuenta años de reinado.
Durante más de tres décadas, los árboles monjes se han difundido no solo en Tailandia, sino también en Birmania, Vietnam, Cambodia, Sri Lanka y otros países donde se practica la religión budista. Los monjes recuerdan que fue precisamente mientras meditaba a la sombra de un árbol ―el llamado Árbol de la Iluminación― que Buda alcanzó el Nirvana.