El baño está construido con sobriedad, pero con notable buen gusto. Cuando entré por primera vez hace unos minutos no lo noté, pero ahora estoy vomitando con más calma y entre una arcada y otra puedo disfrutar los detalles constructivos. ¡Nunca había visto un mármol de un negro tan uniforme!
Los grifos del lavamanos y la ducha parecen de oro, pero seguro que no lo son. No puedo perder de vista que estoy en la casa de un fraile de una orden mendicante y teólogo de la liberación, cuyo corazón jamás se ha apartado de la causa de la izquierda internacional. El software doméstico parece haber adivinado la causa de mi revoltura estomacal e inunda el baño con un sutil olor a limón fresco que en verdad me hace sentir alivio y cierro los ojos para disfrutar de una brisa suave que no sé de dónde sale, pero que me recuerda los limonares de una de las haciendas de mi padre, junto al río Duero… Desde la sala, la voz de Frei Betto preguntando en un pésimo español si me encuentro bien, me saca de mi ensoñación. Estrujo la toallita perfumada y la lanzo al cesto. Puedo verla degradarse antes de cerrar la puerta del baño.
Vuelvo junto al fraile dominico y agradezco que haya retirado de la mesa esa cosa que comí. “Era pastel de barro”, explica mi anfitrión, “un plato tradicional haitiano a base de tierra, agua, mantequilla y sal. Este lo preparé sin mantequilla, por si eras alérgico a la lactosa. Es un bocadillo muy rico en minerales y de bajo contenido calórico”.
Vuelvo junto al fraile dominico y agradezco que haya retirado de la mesa esa cosa que comí.
Tengo la impresión de que el mayordomo que está parado a unos metros a mi derecha intenta contener una sonrisa, pero me distrae la doméstica con otra bandeja. El uniforme de la chica oprime un busto que en cualquier lugar del mundo podría pensarse que oculta implantes Allergan, pero en Brasil no solo es natural, sino común encontrar feminidades así de turgentes. Sofocado ante la sensual visión tropical, trago casi medio vaso del líquido frío que puso delante de mí y paladeo con lentitud una cucharada del engrudo exquisitamente decorado que me sirvió… “¿Esto es?”, pregunto a la imponente camarera. “Gau Jal y helado de ámbar gris…”, responde Frei Betto, “bueno, de un sucedáneo. Después de todo, los delfines también son del suborden de los odontocetos. El orine para elaborar el Gau Jal es de vacas regionales…”
Esta vez necesito ayuda para salir del baño.
─Entonces, ¿estas son sus propuestas para llenar la mesa de los cubanos? ─ pregunto cuando tomo asiento otra vez frente al religioso, nuevo asesor del gobierno cubano para el diseño e implementación del Plan Nacional de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional.
─También tengo pensado un sustituto de los lácteos.
─¿De origen vegetal?
─No, de origen animal también. Cucaracha.
No me lo creo. Sospecho que la mente del intelectual brasileño que tanto influyó con su pensamiento en mi formación política de izquierda está cediendo ante el peso de los años. Frei Betto parece percatarse de mi desconcierto y me explica:
─La leche de cucaracha es cuatro veces más más nutritiva que la leche de vaca y podría ser la clave para alimentar a la población en el futuro.
─¡¿Pero de cucarachas…?!
─De la Diploptera punctata, que es vivípara y produce un líquido similar a la leche, con proteínas, grasas y azúcares, para amamantar a sus crías. Su contenido proteico es muy superior al de cualquier leche de mamíferos, y su contenido en grasa, la cual contiene ácidos grasos como ácido oleico, ácido linoleico, omega-3 y ácidos grasos de cadena corta y media, son un importante aporte energético…
─¡Joder, pero son cucarachas…!
─Anjá, pero con solo mil animalitos se puede obtener hasta un vaso de leche diaria, como prometiera el general de ejército Raúl Castro. Dime, ¿en qué vivienda cubana no hay al menos mil cucarachas?
─Sí…
─De todas maneras, para que todo el peso de la producción lechera no recaiga solo en el hogar, el parlamento cubano ya aprobó el presupuesto para la construcción de granjas para la cría intensiva de Diploptera punctata, y un grupo de especialistas mexicanos mostró su disposición para compartir su experiencia en las decenas de nuevos centros de ordeño que se construyen por todo el país.
─O sea, que no es una broma…
─¡Para nada! ─exclamó e hizo una seña a la camarera del pecho generoso. La chica se acercó con una jarra sudada y me sirvió un vaso de una especie de horchata viscosa y con un ligero olor a cartón húmedo descompuesto y pescado fresco. Su vista trajo a mi mente las visitas a la casa de mi abuela en Boecillo.
─Pruébala ─instó Betto.
─A ver, sí, se ve rica…
─Venga, no le des vueltas: ¡Arriba, al centro y pa dentro!